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Me invadía una profunda sensación de tristeza y vacío. El hecho de no poder ver a Tina me estaba consumiendo; aunque solo hubieran pasado tres días, parecía una eternidad. No cesaba de escribir cartas y componer canciones. Su padre intentó averiguar en el hospital por qué no nos permitían verla, pero obtuvo la misma respuesta que yo: los enfermeros alegaban que Tina tenía comportamientos 'inapropiados'. Llamé a Amelie para contarle lo sucedido, y aunque sugirió venir a Argentina, le rogué que no lo hiciera hasta que yo pudiera verla.

En ese momento me encontraba en la habitación de Tina, con la guitarra en el regazo, tocando las cuerdas mientras tarareaba una melodía. En una libreta, dejaba plasmados los pensamientos que fluían desde lo más profundo de mi corazón.

Todo, todo estará bien...— Murmure.

La puerta se entreabrió y apareció el padre de Martina.

—¿Componiendo? — preguntó, su mirada alternando entre la guitarra y yo.

—Sí, algo así. —Respondí, apartando la guitarra. — Es lo que me ayuda a mantener la cordura.

—Lo entiendo, hijo. —Desvió la mirada, sumido en silencio por unos instantes. — Todo este asunto de no poder ver a mi hija me parece muy extraño.

—¿A qué se refiere?

—Que de repente ella se haya comportado de forma tan "irresponsable" —hizo comillas con los dedos— cuando contigo estaba mejorando.

—Ella me suplicó que no me fuera. —Murmuré con angustia. — ¡Debería haberme quedado!

—No es tu culpa, Shawn. —Se sentó a mi lado, colocando su mano en mi hombro. — Vayamos al hospital a quejarnos nuevamente. No dejaré de insistir hasta que me permitan verla.

Ambos nos dirigimos hacia el hospital. En mis manos llevaba las cartas que había escrito esta mañana, las cuales planeaba dejar a las enfermeras como había estado haciendo en días anteriores.

Al entrar en la recepción, nos encontramos con las mismas enfermeras: una de cabello rubio y otra morena de ojos azules. Al notar nuestra presencia, ambas intercambiaron miradas incómodas.

El padre de Tina se aproximó rápidamente hacia ellas.

—Vengo a ver a mi hija. —Dijo sin más, su voz sonaba fría y cortante, casi intimidante.

—Señor Hurley, ya se le informó que no puede ver a su hija. —Habló nerviosamente la enfermera de ojos azules.

—No me interesa lo que me digas tú, yo tengo derecho a ver a mi hija. —respondió él.

La enfermera rubia dio un respingo asustada y tomó el teléfono. Yo estaba detrás del padre de Tina, sin hacer nada ni expresar ningún tipo de sentimiento, manteniendo la serenidad.

—Señor, la doctora Muller bajará y los atenderá. —Comentó la rubia.

Desde el ascensor, observamos a la doctora acercarse con expresión seria hacia nosotros.

—Señor Hurley, soy la doctora a cargo de Martina. Un placer.

—Quiero ver a mi hija. —Repitió él.

—Lo entiendo. ¿Me acompañarían a mi despacho? Podremos tener una charla más completa allí. —Sin más, ambos la seguimos hasta el ascensor y nos dirigimos a su oficina.

Nos permitió entrar y cerró la puerta tras de ella. Su oficina era de un blanco impoluto, con una ventana a la derecha de su escritorio. El lugar irradiaba una sensación de tristeza.

—Bien. Sé que están molestos porque no les estamos permitiendo ver a Martina, y tienen todo el derecho de estarlo. Pero deben comprender que ella está experimentando un pico de estrés en estos momentos. He conversado con sus terapeutas y, tras analizar su comportamiento y su expediente, Martina ha sufrido una recaída. Está extremadamente agresiva, golpea a los enfermeros que intentan ayudarla, tiene berrinches, se niega a comer y mucho menos a hablar con sus terapeutas. Grita, pelea y destroza cosas. Hemos retirado todo objeto afilado que pudiera estar a su alcance.

No podía creer lo que la doctora Muller nos estaba diciendo. Me resultaba difícil imaginar que Tina fuera capaz de hacer esas cosas. Cuando estaba conmigo, se comportaba de manera excelente. Era divertida, alegre y ella misma afirmaba que estaba mejorando para salir de ese lugar que consideraba el peor del mundo.

—¿Y si me permiten verla? Ella comenzó a mejorar cuando empecé a visitarla.

La doctora me miró unos segundos y luego desvió la mirada hacia la ventana.

—Por su seguridad, en este momento no sería apropiado que la vieran. Martina podría reaccionar de manera agresiva hacia ustedes, y eso es precisamente lo que estamos tratando de evitar. Estamos trabajando en su salud mental para calmarla antes de permitir visitas.

—¿Incluso a su padre? Entiendo que no me permitan verla, ¡pero él es su padre! —Comencé a sentirme muy nervioso al notar la falta de empatía por parte de la doctora Müller.

—Lo entiendo, pero la mayoría de los pacientes aquí preferirían no ver a sus padres, simplemente porque sienten que los abandonaron aquí.

El padre de Tina bajó la mirada al suelo al escuchar esto, mostrando molestia y culpabilidad.

—No, me niego a aceptar que esto sea real. Ella no es así. —Me levanté de mi asiento y comencé a pasearme por la oficina, intentando tranquilizarme.

—Joven, le recuerdo que Martina está aquí en este hospital por adicciones, no porque se haya lastimado la rodilla al caerse de la cama. —La doctora parecía estar ya cansada. —Los cambios repentinos en nuestros pacientes son bastante comunes. Al dejar de consumir drogas, sus mentes se desestabilizan. Su ansiedad se dispara y creen que todos están en su contra.

—¿Cuánto cree que durará esto? —preguntó el padre de Tina.

—No sabría decirle con exactitud. Puede haber casos que duren unos meses e incluso unos años. —respondió la doctora.

—¿Unos años? —comenté horrorizado.

—Algunos pacientes pasan aquí toda su vida. Si no muestran voluntad para recuperarse, los trasladan a otro lugar que llamamos "la granja". Allí conviven con otros pacientes en una especie de aislamiento de tecnología, adicciones y la sociedad.

—¿Los encierran en otro lugar?

—No exactamente. En "la granja" realizan actividades como estudiar, trabajar y ayudar en las tareas diarias. Hay animales a los que cuidan y alimentan. —La doctora sacó un folleto de uno de los cajones y lo dejó sobre la mesa.

Me acerqué cautelosamente para mirar el folleto. 

—En ese lugar, las visitas son permitidas una vez por semana y ofrecen una variedad de actividades para los residentes.

—¿Está sugiriendo que encerremos a Tina en esa granja?

El padre de Tina miró sorprendido a la doctora.

—No tengo la intención de relegar a mi hija a ese lugar. Ella no está en estado de desequilibrio mental ni está perdiendo el control de sí misma.

—Señor, por favor, considérelo.

—No. Quiero que entienda esto. —El Señor Hurley se levantó, cansado de las sugerencias de la doctora. —Ya sea que comience a buscar alternativas para sacar a mi hija de esta situación, o me ocuparé personalmente de que mis abogados intervengan.

—No será necesario, señor. —La postura de la doctora se volvió más rígida, como si las palabras del padre de Tina la hubieran intimidado.

—De acuerdo. Quiero estar completamente informado sobre el estado de mi hija. —Con estas palabras, el señor Hurley salió furioso de la oficina de la doctora.

La doctora dejó caer su cuerpo exhausto sobre la silla y soltó un suspiro.

—Aquí tiene unas cartas que he escrito para Tina. Si fuera tan amable de entregárselas. —Mencioné. —Llevo tres días escribiéndole, pero no he recibido ninguna respuesta. ¿Sabe si ella dejó algún mensaje para mí?

La doctora me miró fijamente, su expresión se tornó seria.

—Shawn, ¿Has considerado que Martina puede que no quiera verte?

—¿Cómo?

—Si no recibes cartas de ella, podría ser porque no desea verte. Te detesta, por eso no responde tus cartas.

Ante las palabras de la doctora Muller, me levanté de mi asiento y salí de su oficina. No podía creer lo que acababa de decirme.

Recuérdame ~ Shawn MendesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora