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Cerré el cierre de mi maleta y la coloqué en el suelo. Ayer, Andrew me había llamado para decirme que me necesitaba en Los Ángeles. No me apetecía regresar a la rutina que tenía antes de venir a Argentina.

—Shawn, preparé el almuerzo. Come algo antes de tu viaje y luego te llevo al aeropuerto.

El padre de Tina entró en la habitación, sacándome de mis pensamientos. No quería irme, especialmente dejando solo al padre de Tina. Quería estar con él en esta situación con su hija. Le había prometido que lo apoyaría, y ahora me estaba yendo.

—Está bien, se lo agradezco —dije. Él asintió dándose la vuelta para salir. Lo llamé.

—Señor.

Él se giró y me miró.

—Volveré, se lo prometo. Iré a resolver mis cosas y regresaré.

Él sonrió y me miró con cariño.

—Lo sé, hijo. Primero haz lo que tengas que hacer, y cuando tengas tiempo libre, ven sin problema. Esta es como tu segunda casa.

Se acercó y me dio unas palmaditas en el hombro antes de salir de la habitación.

Dejé escapar un suspiro y eché una última mirada a la habitación de Tina. Tomé mis cosas y bajé a la planta baja.

Dejé mi maleta en un costado y fui al comedor para ayudar al padre de Tina a poner la mesa. Le comenté sobre mi agenda en Los Ángeles, incluyendo la grabación de una canción que había escrito mientras estaba aquí. Él me felicitó y me deseó mucho éxito. Después de comer, recogimos las cosas y salimos hacia su camioneta en dirección al aeropuerto. Al llegar, aparcó y me ayudó con mi maleta.

—Avísame cuando llegues.

—Lo haré, señor —respondí.

Él se rió.

—Creo que, a estas alturas, ya no deberías llamarme "señor". Mejor llámame Austin.

—Como usted diga —bromeé, y ambos reímos.

—Que tengas un buen viaje. Te mantendré informado de cualquier novedad sobre Martina.

—Te lo agradezco mucho.

Nos dimos una palmada en la espalda y nos despedimos. Subí por las escaleras mecánicas, mostré el boleto de avión a la azafata y me dirigí al pasillo que llevaba al avión.

Tras unas horas de vuelo, llegué al aeropuerto de Los Ángeles. Jake me recibió con una palmada en la espalda y me ayudó con mi maleta hasta el coche que me llevaría a mi departamento.

Durante el trayecto, Jake no comentó nada sobre mi viaje a Argentina, aunque probablemente se hizo una idea. Solo me preguntó cómo había estado el viaje.

La furgoneta entró en el garaje del edificio. Jake sacó mi maleta del compartimento y me la entregó.

—Bueno, Shawn, me alegra verte de nuevo.

—Gracias, Jake, por recogerme en el aeropuerto —respondí.

—Mañana paso por ti a las nueve para ir al estudio.

—Perfecto, Jake. Nos vemos mañana —dije, y él asintió antes de subirse a la camioneta.

Tomé mi maleta y la arrastré hasta el ascensor. Presioné el botón para mi piso y, cuando las puertas se cerraron, me apoyé en las barandillas, dejando escapar un gran suspiro.

Saqué mi teléfono y le envié un mensaje al padre de Tina, informándole que había llegado a Los Ángeles y que estaba llegando a mi departamento.

Las puertas del ascensor se abrieron, bloqueé mi teléfono y lo guardé en el bolsillo. Tomé mi maleta y me dirigí a la puerta de mi departamento. Toqué el timbre y esperé, pero no obtuve respuesta. Con pereza, me quité la mochila y busqué la llave en los bolsillos. Finalmente la encontré, introduje la llave en la cerradura y, tras dos giros, la puerta se abrió.

Entré con mis maletas y observé que el lugar estaba tal como lo había dejado. Parecía que Amelie no había estado allí desde ayer o esta mañana.

Moría de hambre, así que corrí a la cocina en busca de algo para comer. Sobre la isla, había un recipiente tapado que llamó mi atención. Al destaparlo, vi unos rolls de canela que me hicieron la boca agua. Tomé uno y le di un mordisco. Las clases de cocina de Amelie le están yendo muy bien, porque esto está delicioso.

Después de disfrutar de ese delicioso rollo de canela, decidí darme una ducha. Fui a mi habitación, que estaba igual que la última vez que la vi, lo que me hizo pensar que Amelie no había entrado. Busqué ropa en mi placard, me duché y, al salir, me envolví en una toalla. Me vestí en mi habitación y, con la misma toalla, me sequé el cabello.

Con solo unos pantalones cortos y sin camiseta, salí de mi habitación y volví a la cocina para comer otro rollo de canela y prepararme un café. Encendí la cafetera y esperé a que el agua se calentara.

Mientras el café se hacía, decidí enviarle un mensaje a Amelie para decirle que ya estaba en Los Ángeles.

En ese momento, escuché la cerradura de la puerta y vi a Amelie entrar al departamento, inmersa en sus pensamientos. Llevaba unas bolsas en las manos y parecía estar escuchando música con sus audífonos. Se giró y su mirada se encontró con la mía, asustándola un poco.

—¡Shawn! —dejó las bolsas sobre la mesa y corrió a abrazarme. Le devolví el abrazo y, después de un rato, ella se separó y miró a su alrededor.

La miré confundido.

—¿Qué buscas?

—A Martina. ¿Dónde está?

Cambió mi expresión y ella lo notó.

—Ella sigue en la clínica —respondí, mientras la cafetera sonaba. Me dirigí a la cocina y me serví café en una taza.

—¿Qué pasó? ¿Te rendiste, Shawn? —preguntó, apenada.

—No, para nada. Volví porque tengo cosas que hacer en mi agenda, como grabar una canción. Pero tan pronto como termine, volveré a Argentina.

—Está bien.

—Puedes venir conmigo a Argentina si quieres.

—Sería genial —dijo ella, asintiendo.

Mientras tomábamos café, le conté a Amelie cómo fueron mis semanas en Argentina, mis visitas a Tina y mi relación con su padre.

—A su padre le agradas mucho, eso es bueno.

—Sinceramente, tenía mucho miedo de que me echara de su casa o incluso me golpeara —dije, haciendo una mueca.

—Pasaste la prueba. Serás un buen yerno —bromeó ella.

—¿Tú crees? —reí, tomando un sorbo de café.

—Por supuesto. Aunque no puedo creer que te hayan dicho que Martina no quería verte de un día para otro.

—Sí, eso también me pareció raro —comenté, tragando saliva con amargura.

—Tranquilo, Shawn. Todo se solucionará pronto y ella querrá verte de nuevo. Todo estará bien —dijo, al ver mi expresión. Se acercó y colocó su mano en mi hombro.

—Si hubiera sabido que ese día sería la última vez que la vería, le hubiera dicho cuánto la amaba, que esperaría todo el tiempo necesario. La hubiera abrazado fuerte y no me hubiera separado de ella... incluso le hubiera cantado todas sus canciones favoritas —comenté, con un nudo en la garganta.

Amelie, sin decir nada más, me abrazó y me aferre a ese abrazo.

Tengo esperanzas de que la volveré a ver. No me daré por vencido.

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Recuérdame ~ Shawn MendesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora