In The Eyes Of Death

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Drabble

Mitología

Fandom: Kuroshitsuji-Bleach-Dante (Inferno)

Titulo: In The Eyes Of Death

Personajes: Sebastian Michaelis, Ciel Phantomhive, Toshiro Hitsugaya

Sinopsis: Ese no era el destino al que, se suponía, debía marcharse junto a su amo. Aunque eso no era todo. Las cosas ya habían cambiado respecto de cómo debieron haber sido. ¿Qué más podía suceder? Solo una cosa era segura. Nada, absolutamente nada sería como lo planearan.

Advertencias: AU. Mitología. Demonios. Shinigami. Mu3rt3 de Personaje. Onirismo.

Nota: Pude haber escrito algo 100% original. Pero preferí tomar personajes con los que estoy familiarizada y cambiar rotundamente el rol de algunos de ellos. Es decir, para los orientales, los Shinigami son seres que, en cierto modo, fuerzan al humano a la muerte. Ciel no ha muerto, sino que es lo que Hitsugaya pretende que suceda. Sebastian, por su parte, no es un demonio. Ya verán como se desarrolla esto.

Sebastian Michaelis, o quien alguna vez, eones atrás, fuese llamado por ese nombre, abrió lentamente sus ojos, encontrándose con un sitio demasiado iluminado para lo que él había imaginado como el lugar de reposo del hombre en sus brazos. Y eso no fue todo. Se halló de pronto ante una figura que no le recordaba a nada ni nadie que hubiera visto antes.

—No sé qué o quién seas, pero debo pedirte que te marches en este instante. Tú; no él.

El hombre de cabello negro y orbes rosadas y de curiosa apariencia felina no dejaría ir a quien fuese su amo por 25 años. Al menos no hasta saber que pretendía aquel sujeto cuya apariencia delataba una edad mucho más joven que la de su acompañante. Y así se lo hizo saber, sin ofrecerle mayores explicaciones. Después de todo, aquel sujeto no había fundamentado en modo alguno su exigencia más que pedido.

— ¿Estimo que has oído acerca de los Shinigami?

—Estimo que debes haber notado lo que soy; la respuesta es demasiado obvia. Y antes que intentes persuadirme, no; me niego a dejar a mi joven amo con alguien como tú. ¿De qué te serviría un ser carente de alma?

El hombre de cabellos blancos y ojos verdes lo miró pasmado. Por supuesto que conocía a los de su 'especie'. Y, particularmente, lo que estas criaturas del Averno hacían a los humanos. En ese momento, una pregunta surgió en su mente. Y el solo pensamiento de que la respuesta fuera la que temía le heló la sangre. ¿Había ya tomado el alma del sujeto en brazos? Sacudiéndose a si mismo de su estupor, el peliblanco llevó su mano izquierda a su cinturón, desenvainando su espada.

—Debes saber que odio repetirme. Deja a tu amo, o quienquiera que sea aquí y vete. A menos, claro, que planees morir...

Michaelis hubiera reído, sin embargo, en ese momento comprendió que el sujeto frente a él hablaba en serio. Jamás le había sucedido algo semejante, pero su cuerpo comenzó a sentirse helado. Literalmente; era como si una corriente tan gélida como la del Segundo o Noveno Infierno* le atravesara el cuerpo, por dentro y por fuera. Aun mientras sentía sus fuerzas agotarse lentamente, sostuvo a Ciel contra su pecho. No recordaba que alguna vez un Shinigami le hubiera hecho un daño semejante; ni siquiera Undertaker.

— ¿Qué sucede contigo?

Esta vez, Hitsugaya pareció quedarse perplejo, aunque apenas duró un instante. Cuando logró reaccionar, se dirigió rápidamente hacia el pelinegro, acuclillándose frente a él.

— ¿Qué...? ¿Qué clase de sujeto eres? Sé que puede escucharse pretencioso viniendo de mí, pero mi espada puede provocar un daño irreversible en humanos y Shinigami por igual. Sin embargo, tu...

—Quizá sea porque... No soy humano; nunca lo fui... ¿Ha dicho que...?

Sus dudas quedarían por develarse, puesto que le fue imposible continuar la plática. Sintió el frío en su cuerpo intensificarse de manera casi exponencial. Tanto que no estaba seguro si podría tolerarlo por más tiempo, por lo que, dejando escapar un hondo aunque débil suspiro, cedió a la petición anterior del peliblanco. Se sorprendió sin embargo cuando, apenas hubo recostado al Conde en el suelo, sintió una de sus manos presionar con fuerza la suya.


—Sebastian... Estás... temblando... Otra vez. ¿Qué sucede contigo? No... no recuerdo que... hubieras tenido pesadillas antes...

Los ojos del hombre de cabello negro se abrieron abruptamente. ¿Pesadilla? ¿Había estado soñando todo ese tiempo? Alzó la vista al frente, donde se suponía que estaba el hombre de cabello blanco y, efectivamente, no lo encontró allí. ¿Qué estaba sucediendo? ¿Acaso había enloquecido?

—No... —oyó una voz vagamente familiar—. De ser así, ambos lo estaríamos. Debo preguntarte... ¿quién es Sebastian Michaelis?

El pelinegro se cubrió el rostro. Su cabeza dolía como si algo lo golpeara de manera persistente desde adentro. Se llevó las manos a las sienes, masajeándolas para intentar al menos menguar el dolor, además del aturdimiento del que era preso en ese instante. Hasta que, pasados unos minutos, abrió los ojos, encontrándose recostado en el sillón del pequeño cuarto tras la catedral que había habitado por los últimos 200 años. Y entonces lo recordó. Aún era Sebastian Michaelis; sin embargo, ya no era un demonio. Había perecido como tal y renacido como un ser humano, aunque sus recuerdos aun le acechaban en las noches. Después de todo, había tomado un alma inocente, desesperada. Finalmente, su verdugo había sido el dueño de aquella voz que aún continuaba atormentándole.

—Si... —replicó finalmente y apenas en un hilo de voz al cuestionamiento formulado momentos antes—. No puedo, aunque quiera, abandonar esa identidad. Fui un demonio; eso también lo recuerdo perfectamente. Me pregunto, sin embargo... ¿Qué clase de Shinigami habita los sueños, o las pesadillas de los humanos? No es ese su deber; no aquí, ni en ningún sitio donde existan seres de similar naturaleza...

Hitsugaya se acercó lentamente a él y asintió a su afirmación, señalando que, en efecto, él debía saber mejor que nadie cual era el deber de un Shinigami. El hombre cuyos orbes alguna vez, en su vida pasada, habían sido carmesíes asintió, murmurando en un tono lo suficientemente bajo como para que nadie más que su acompañante lo escuchara que suponía que finalmente había llegado su hora de desaparecer de una vez por todas. Lo último que vio antes de que el hielo cubriese completamente su cuerpo, como si de una especie de ataúd se tratase, fue a quien alguna vez fuera su amo. O, mejor dicho, al humano con quien el demonio, cuyo nombre había ya olvidado, había hecho aquel contrato a cambio de su alma.


Notas:

(*) El Segundo y Noveno Infierno de la Divina Comedia de Dante Alighieri constituyen los sitios de castigo a las almas culpables de Lujuria, un pecado de Incontinencia y de Traición. Sin embargo, no es por esto por lo que incluyo la referencia, sino más bien como una comparación entre los castigos impuestos y la habilidad particular de la Zanpakuto de Toshiro Hitsugaya. Es una espada de Elemento Hielo y su mayor habilidad es, por ende, congelar todo cuanto toca. En el Segundo Infierno, los Lujuriosos son condenados a ser sacudidos por brutales vientos fríos.

El Noveno Infierno está rodeado por completo del helado rio Cocytos y encierra a tres tipos de Traidores. Sebastian Michaelis, un demonio que devora almas, estaría sujeto al mismo castigo que Satán en la creencia más que mitología cristiana. Es un ser desalmado y blasfemo y, por ende, un traidor a la Fe. Más precisamente, a Dios.

Como nota de color, Sebastian como demonio, y también los Shinigami desde su concepto original en la mitología japonesa, cabrían también como condenados al Infierno de la Violencia. Por la misma razón de ser los demonios criaturas blasfemas, mientras que los Shinigami son seres que incitan a los humanos al suicidio, arderían en el Flegetonte, un Rio de Sangre Ardiente ubicado en el Cuarto Infierno.

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