No Temas, Yo No Temo

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Día 7

Miedo

Título: No Temas, Yo No Temo

Fandom: Kuroshitsuji (Black Butler)

Personajes: Ciel Phantomhive, Sebastian Michaelis

Advertencias: AU. Demonios. Violencia. Misterio. Suspenso.

Sinopsis: ¿Debía tener miedo? ¿Cómo, si desde que tenía uso de razón habitaba junto a él un ser que sólo podía inspirar dicho sentimiento? Excepto, claro, ante él, su Amo.

Londres, Inglaterra

—Buenos días, joven amo...

Le saludó, como todas las mañanas, aquel misterioso hombre vestido en su habitual uniforme negro. Tan negro como su cabello apenas al ras del cuello y de apariencia aún más misteriosa. Le sonrió, como lo hacía también de manera habitual, enseñándole apenas sus pulcros, níveos dientes, tan espeluznantemente blancos como la piel de su rostro. Lo cual era completamente normal en un ser que había perdido todo rastro de vida en su cuerpo eones atrás. El joven, de cabello azul índigo y ojos tan azules como el cielo –lo cual ciertamente honraba su nombre*- le miró apenas de soslayo antes de sacudir el sueño de sus ojos y preguntar a su mayordomo por su elección para el desayuno del día. Fiel a su estilo, Sebastian le explicó, brevemente, todo lo que había preparado para él esa mañana. Minutos después, y mientras su joven amo desayunaba, el demonio (una identidad que solo Ciel debía conocer) se acercó a la ventana, observando el cielo completamente gris. Tras un silencio que se hizo demasiado incómodo incluso para el adolescente, naturalmente de pocas palabras, el heredero de la Fábrica Phantomhive apartó su atención de su taza prácticamente vacía ya y preguntó a su acompañante si debía sinceramente preguntar en qué pensaba.

—Sabe que jamás le mentiría, pero temo que esta vez no puedo responder a esa pregunta...

Ciel optó por no continuar interrogándolo. No se consideraba alguien particularmente impaciente, ni mucho menos curioso. Sin mencionar que, a pesar de que el hombre a su lado estaba, por así llamarle, 'atado a él' por un contrato, aquello no significaba que debiera saber todo cuanto concernía a su mayordomo. Se sonrió casi sin quererlo de solo recordar la reacción de sus amigos y conocidos cada vez que mencionaba que el pelinegro a su lado era simplemente eso. Uno de sus sirvientes; aunque no cualquiera, sino el más fiel de ellos. La voz naturalmente calma de Sebastian lo volvió de golpe a la realidad, señalando que, esa tarde, le visitaría un miembro de la Guardia de la Reina. No escapó a la atención de Ciel ni el modo en que el mayordomo había pronunciado esas palabras, ni mucho menos la expresión en su rostro. A pesar de que apenas estaba mostrándole su perfil izquierdo. Jamás un emisario directo de la Reina Victoria de Inglaterra le había visitado. ¿Por qué lo haría ahora? Por otra parte, no había hecho nada en ese último tiempo sobre lo que debiera poner en conocimiento a su soberana. Suspiró y, alzando la mirada a los ojos rojizos de Michaelis viéndole en ese momento de frente, afirmó más que preguntar que asumía que él no se quedaría solo con esa información.

—De hecho... —dijo el pelinegro sonriendo -¿Recuerda que haya dejado un mínimo detalle al azar alguna vez? Estimo no debo recordarle que no soy ninguno de esos ineptos... Empleados a su servicio... A propósito, ¿debo preguntar qué ha leído anoche?

Si él fuera una persona normal, y en especial impresionable, como era el caso en muchos británicos, hubiese apartado el pequeño tomo que le cedió su amo de su vista tan solo al ver el título de aquella obra. Su joven amo era, tristemente, adicto al suspenso de Edgar Allan Poe. Esa obra en particular, sin embargo, debía ser una de las más tétricas que recordaba haber leído. "La Máscara de la Muerte Roja". Se preguntaba como un ser humano ordinario como él no tenía pesadillas después de leer algo semejante. En ocasiones, tenía incluso el pensamiento –vago, por cierto-, de que quizás, y solo quizás, Ciel lo creyera remotamente similar a lo que realmente había arrasado Londres al menos tres siglos atrás**. Sólo entonces podía comprender que no temiera a algo así. Le devolvió el tomo al joven, para luego anunciar –más bien advertirle- que, lo mejor sería que se alistara para comenzar su día.

Se encontraban en la sala principal, un par de horas más tarde, cuando finalmente llegó la persona que había anunciado su visita. Ciertamente, y tratándose de un demonio cuyo fin era devorar almas, Sebastian había visto en su larga existencia más que vida personas, seres de todo tipo. Y jamás había osado siquiera emitir una opinión respecto de ninguno de ellos. No obstante, y si algo así era posible en un ser de sus características, la decrepitud en el aspecto de su invitado lo dejó pasmado. E incluso más pálido de lo que era por naturaleza. Aquel era un hombre visiblemente de su misma estatura aunque, más que esbelto, lucia enfermizamente lánguido. Con su acostumbrada discreción, sin embargo, simplemente se inclinó ante el recién llegado, dándole la bienvenida a la mansión, para luego preguntar qué se le ofrecía. El hombre frente a él ni siquiera atinó a buscar al dueño de casa, tras percatarse de que quien lo había recibido debía ser, sin lugar a dudas, uno de sus empleados. En cambio, sus ojos color carbón más que ébano le miraron fijamente por breves segundos, hasta que finalmente afirmó con evidente desdén en su voz que no creía tener que discutir asuntos privados de la realeza con un simple mayordomo. A menos que su amo le hubiese concedido mayores atribuciones que las que correspondían a su labor en la casa.

—No corresponde que cuestione a los invitados de mi Señor. Sin embargo, hay algo que temo debe saber... El joven Phantomhive no guarda secretos conmigo. Simplemente, no puede, ni debe...

En el momento en que el emisario de la Reina alzó una vez más la mirada hacia Sebastian, se quedó completamente helado. No creía haber perdido por completo la visión aun como para no recordar que sus ojos eran rojos hace un momento. No tuvo tiempo de pensar demasiado cuando la oscuridad se apoderó por completo de él. Segundos antes de perder la consciencia, tan solo pudo oír una voz más bien de ultratumba susurrar en su oído:

—Créame que lamento esto. Pero nadie, absolutamente nadie que haya visto mi rostro ha vivido para contarlo. Sí; sé que es aterrador, pero, a fin de cuentas, esa es mi naturaleza... En cuanto a mis secretos; morirán conmigo, a menos que él ordene lo contrario...

Ciel jamás supo de aquello. Y él no le permitiría descubrirlo. Mientras estuviera en sus manos, alejaría de su amo todo –y a todos- los que pudieran siquiera perturbar su paz más de lo que él mismo era capaz de hacerlo. Si tan solo su Amo lo permitiese, puesto que, después de todo, el solo servía a su voluntad.

Fin

Notas: *Ciel es, de hecho "Cielo" en francés.

**El manga está emplazado en la Inglaterra Victoriana (mediados del siglo XIX-principios del siglo XX), mientras que la Peste Negra sucedió durante los siglos XIV y XV. Poe público "La Máscara de la Muerte Roja" en 1842.

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