Esto Será Un Adiós... Hasta Siempre

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Desafío Semanal

Oraciones Bimembres (o como escribir sin oraciones unimembres)

Fandom: Kuroshitsuji-SCC (Crossover)

Título: Esto Será Un Adiós, Hasta Siempre...

Ships: SebastianxRuby, EriolxTomoyo

Personajes: Sakura, Syaoran, Ciel Phantomhive, OC.

Sinopsis: Ciel siempre había creído a su mayordomo un hombre completamente carente de emociones y sentimientos. Hasta que cometió quizá el error más grande de su existencia inmortal. Sebastian se enamoró perdidamente de una mujer que, aunque provista de habilidades sobrehumanas como las que él mismo poseía, estaba tristemente condenada al cruel destino de desaparecer una vez que aquel que la había creado exhalara su último aliento.

Advertencias: AU. OoC. Muerte de Personajes. Magia. Demonios

Mansión Hiiragizawa, Londres

Ruby Moon estaba sentada junto a la amplia cama de su amo, quien yacía completamente inmóvil, como en una especie de sueño inducido. La mujer de cabellos lacios y ojos granates desconocía quien lo habría sumido en él, o si se trataría siquiera de algún hechizo. Eriol era un mago sumamente poderoso y tanto ella como su compañero, Spinel Sun, eran más que conscientes de ello. Él los había creado, después de todo. La puerta de la habitación se abrió de pronto y con suma lentitud, aun así sacando a Ruby de sus pensamientos, y una voz masculina y baja que a esas alturas le era no solo familiar sino, además, reconfortante preguntó sin poder evitar la preocupación en ella si planeaba permanecer allí por más tiempo. La Guardiana de labios color carmín alzó sus granates a los penetrantes carmesíes del hombre de pie cual centinela a la entrada de la habitación, indicándole solo con un gesto de su mano que ingresara. Sebastian Michaelis, mayordomo de Ciel Phantomhive, no se encontraba allí solo por el mero hecho de visitar a aquella mujer. De hecho, precisamente su amo lo había enviado en una 'misión especial' (porque no le había sido encomendada por la Reina Victoria), tras recibir un mensaje algo alarmante de parte de la esposa de Eriol, Tomoyo Daidöuji, informándole de la situación del hechicero británico.

—No puedes quedarte así, Ruby-san... Él no lo soportaría. Y no necesito haberle conocido por veinte años como para dar fe de mis palabras...

La pelirroja le vio rozar los dedos índice y medio de su mano derecha sobre la piedra en el anillo en su mano izquierda y solo en ese instante se percató de que sus facciones lucían aún más pálidas de lo que eran naturalmente. Ruby abrió sus ojos granates mientras se acercaba lentamente al mayordomo y, apoyando una mano en su rostro, afirmó con una mueca acusatoria y preocupada en su semblante y su tono de voz:

—Eriol no es el único, debí imaginarlo. Dime la verdad, Sebastian; tú sabes que está sucediendo, ¿no es así?

—Ruby-san, creo que a estas alturas debes saber que no puedo mentir. Y eso te incluye desde ahora. El joven amo me envió a verte porque hay algo que debes saber...

El hombre de cabello negro y ojos carmesíes dejó escapar un hondo suspiro que, por un momento, alarmó a Ruby. La mujer había comprobado que Sebastian podía resultar herido; aunque no precisamente por armas o métodos convencionales. Sus ojos se abrieron enormemente y con un gesto horrorizado de solo imaginar que, de alguna forma, el hechizo, o lo que fuera que estuviera afectando a su amo también pudiera tener alguna clase de efecto en el demonio de ojos carmesíes. Su temor solo se intensificó al pensar que, lo más probable, era que la magia que le había dado en el anillo que llevaba en su mano izquierda pudiera tener algo que ver en ello. Ruby reaccionó de manera súbita al notar que Michaelis se había alejado de ella, dirigiéndose lentamente a la cama de Eriol, quien se encontraba profundamente dormido. Su mano izquierda, desprovista del guante blanco que solía llevar como parte de su uniforme, se posó en la frente del británico de piel pálida y cabello azabache y el mayordomo sacudió la cabeza, dejando escapar un nuevo suspiro. Minutos después, Ruby lo vio estremecerse de manera notoria, como si lo hubiera asaltado un escalofrío repentino, e inmediatamente se acercó a él. La mujer arqueó una ceja al darse cuenta de que los temblores solo se intensificaron una vez que Michaelis retiró su mano del rostro de Hiiragizawa, llevándola casi por impulso a su frente. Una exclamación entre asombrada y confundida escapó de sus labios, al mismo tiempo que sus carmesíes se abrían sutilmente acompañando dicho gesto, al reconocer esa sensación en su propio rostro, e incluso en su pecho, que recordaba haber percibido en su amo y en su prometida –su actual esposa- en más de una ocasión.

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