De Nobles, Demonios Y Saltos Temporales

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Desafíos Semanales

What If

Fandom: Crossover Kuroshitsuji-InuYasha-YashaHime

Título: De Nobles, Demonios Y Saltos Temporales

Sinopsis: ¿Qué pasaría si un día el pozo arrastrase a nuestros amigos de Sengoku, Japón, a la Era Victoriana, en Gran Bretaña? ¿Cómo podrían un han'yo, su hermano mayor, un yokai puro y sus familias convivir en ese mundo donde todo luce 'normal'? Excepto, claro, sus eventuales y serviciales anfitriones.

Ships: SebGrell, InuKag, SesshRin, CielxElizabeth

Personajes: Phantomhive Household, Moroha, Towa, Setsuna

Advertencias: AU. Crossover. What If. Romance. Aventura. Saltos Temporales. Drama. Relación Demonio-Humano. Leve OoC (porque no sería yo sin él). Angst (Ídem).

Mansión Phantomhive

En una mañana que se anunciaría por demás atípica para los residentes de la mansión Phantomhive, Sebastian Michaelis, el demonio mayordomo de la misma salió en plena madrugada de la residencia, al percibir una presencia por demás extraña en las cercanías de la mansión, aunque no exactamente dentro de la misma. Se detuvo sin embargo apenas puso un pie en el jardín delantero y sacudió la cabeza, llevándose dos dedos de su mano izquierda a la sien y dejando escapar un hondo suspiro. Quizá solo lo había imaginado, se dijo a si mismo mientras se encaminaba de regreso al interior de la mansión. O bien, meditó tras unos segundos, podría tratarse de su habitual 'acompañante nocturna', quien una vez más había huido de su jefe y se encontraba rondando la mansión como acostumbraba hacerlo prácticamente cada noche. Sonrió con cierta resignación ante ese pensamiento. Grell Sutcliff era, en efecto, su pareja a esas alturas. Sin embargo, William T. Spears, su superior en la Oficina de Recolección de Almas no estaba demasiado de acuerdo con que llevara esa clase de relación con un ser al que despreciaba tanto como a la peste. Aunque Sebastian no podía engañarse a sí mismo respecto a la reciprocidad de ese sentimiento. En otras palabras, también él lo detestaba. Mientras volteaba en dirección de la propiedad, alzó brevemente sus orbes carmesíes sobre su hombro y dijo, apenas en un susurro:

—Lo lamento, Grell, pero hoy no estoy de humor realmente... ¿Podrías regresar mañana?

Le sorprendió no recibir respuesta. De haber sido el Shinigami de larga cabellera carmesí y ojos verde-amarillentos la dueña de esa presencia que había creído percibir, esta no hubiera tardado en aparecerse. Y en arrojarse indecorosamente sobre él. Sebastian comenzó a sentirse tenso, alterado. Lo cual no le era habitual, puesto que se jactaba de tener un gran autocontrol. A diferencia de su amo; un joven adulto de ya 25 años. Tomó cuatro cuchillos de plata del interior de su saco. Antes de arrojarlos, sin embargo, se detuvo nuevamente, al percatarse de una sombra asomándose entre los árboles del inmenso jardín. Le bastaba su aguda visión para distinguir de quien podría tratarse, aunque, en esa ocasión, había luna llena de todos modos. Y esta alumbró directamente sobre la figura acercándose lentamente hacia el mayordomo. La primera imagen ante la mirada atónita –algo que no le era habitual- de Michaelis fue la de un sujeto a quien definitivamente no definiría como humano. Su rostro lucia naturalmente níveo más que pálido, con dos curiosas marcas oblicuas de color magenta en cada mejilla y, lo que era aún más extraño, incluso para el propio demonio, intensos orbes ámbares. Continuó observándolo sin poder quitarle los ojos de encima, genuinamente absorto.

—Me sorprendería que nunca hubiera visto un demonio cuando es absurdamente evidente que usted mismo no es humano...

Dijo el sujeto de larga cabellera lacia y albina, vestido en un traje, al parecer, imperial y evidentemente oriental. Sebastian parpadeó una vez más, intentando salir de su asombro. Lo cual le fue por demás imposible, especialmente, al ver el curioso detalle que aquel desconocido cargaba literalmente sobre su hombro. Aunque, pensándolo bien, no le era algo poco familiar, puesto que, alguna vez, la mansión había tenido por huésped –o más bien mascota- a un inmenso can con la cola de proporciones semejantes a las de la pieza que su 'invitado' llevaba, en cierto modo, enrollada sobre su hombro derecho. Se preguntó en ese momento de donde habría venido. Y como habría llegado a la Era Victoriana, ya que era obvio tan solo por su vestimenta que no pertenecía siquiera a Japón del siglo XIX. Sacudió la cabeza y nuevamente asumió su acostumbrada postura impasible antes de responder a la insinuación, o afirmación, de su acompañante. Aunque optó por hacerlo con acciones más que con palabras. Así, removió con sumo cuidado el guante blanco en su mano izquierda, exponiendo el sello en el dorso de la misma. El Daiyōkai* de cabello albino no hizo más que abrir ligeramente sus ojos como único gesto de sorpresa, por así decirlo. Tras un momento, sin embargo, y sin modificar su expresión en absoluto, dijo:

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