Contigo Hasta El Final

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Drabble – Drama

Fandom: Kuroshitsuji

Título: Contigo Hasta El Final

Personajes: Sebastian Michaelis, Ciel Phantomhive, Elizabeth Midford

Advertencias: AU. Drama. Angst. Mu3rt3 de Personaje. OoC

"Gracias..."

Eso fue lo último que escuchó de su más reciente contratista, cuya alma acababa de tomar a sus aun jóvenes 27 años. Y la misma palabra se repitió en los labios de la dama ahora entre sus brazos, a quien sostenía firmemente contra si mientras sus lágrimas se derramaban incesantes. Sebastian Michaelis se había preguntado en incontables ocasiones lo que sucedería si aquella mujer descubriese lo que planeaba hacer su esposo. Y lo descubrió finalmente, aunque el hombre de ojos carmesíes no hubiera imaginado su reacción al respecto ni en el más inverosímil de los escenarios. Elizabeth Midford, mejor dicho la Condesa Phantomhive, le había agradecido por haber cuidado de su esposo desde sus 13 años. Eso no fue lo que más caló en su memoria, sin embargo. Y el hecho en cuestión le provocaba un dolor poco común en un ser de su naturaleza. En una criatura que se supone carente de la habilidad de manifestar emociones y sentimientos. Aquella dama le había pedido que permaneciera a su lado, aun después de haber cumplido el cometido por el que fue llamado. Tanto de parte de su esposo Ciel como suya.

—Entienda que me está pidiendo algo posible de una única manera. La cual, con el debido respeto y aun siendo un demonio, no creo ser capaz de repetir... ¿Qué tiene usted que perder?

—Necesito... —comenzó Elizabeth, apenas en un susurro —Alguien que cuide de mí y de mis hijos...

Su mirada jade descendió significativamente a su vientre ya notorio, a pesar de sus escasos cuatro meses de gestación. Sebastian abrió enormemente los ojos, al tiempo que una sensación que le fue imposible de explicar invadía su pecho. El dolor ya presente no hizo más que acrecentarse al descubrir que su amo había finalmente logrado su cometido, pero no solo a costa del sacrificio de su hermano gemelo, sino de su propia felicidad junto a su esposa. ¿Tan fervientemente deseaba obtener esa maldita venganza que olvidó por completo a la mujer a su lado? Por primera vez, en los 17 años que había acompañado a Ciel Phantomhive, Sebastian se atrevió a maldecir su soberbia. Nunca le había importado; él podía ser alguien tan absurdamente orgulloso, e incluso egocéntrico como el propio Conde. ¿Pero al extremo de olvidar no solo que tenía esposa sino que, además, esperaba un hijo suyo? Por una fracción de segundo se quedó petrificado, viendo fijamente la lápida frente a ellos, hasta que Lizzie lo sacó de sus pensamientos, preguntando si se encontraba bien.

—S-sí. No se preocupe...

Jadeó pesadamente. Tenía la sensación de que el aire comenzaba a faltarle, lo que no recordaba que le hubiera sucedido alguna vez. Excepto cuando le invadía el presentimiento de que su amo se encontraba en peligro. Volvió la mirada a Lizzie y la mujer de rizos le pidió que la acompañara al coche que los esperaba fuera del cementerio. Un cementerio. Sebastian no había visitado un lugar así desde que fuera con su amo justamente a visitar a su fallecida familia. A sus padres. Sacudió una vez más la cabeza antes de que Elizabeth notara su desliz y, ofreciéndole su brazo y una sonrisa apenas sutil, se alejaron de allí. Ya no regresarían. Antes de abandonar el lugar, el mayordomo alzó la mirada sobre su hombro una última vez y murmuró:

—No soy quien para darle un sermón, pero debió haberlo pensado dos veces antes de tomar esa decisión. ¿No cree, joven amo?

Cinco meses después...

Ninguno de los dos supo por qué, pero no les sorprendio que el médico que atendiera a Lizzie no preguntase ni por el padre de los gemelos ni si justamente Sebastian era esa persona. El hombre de mediana edad y estatura –comparado con el esbelto caballero junto a la nueva madre- le sonrió amablemente a Lizzie antes de describirle la situación, o el estado, de sus hijos.

—Ambas se encuentran en perfectas condiciones...

El hombre dirigió una nueva sonrisa a la mujer de rizos, para luego alzar la vista, con una expresión más seria, al mayor de pie a su lado. Se había contenido hasta ese momento, pero podía discernir, particularmente por las características de las bebas –su escaso cabello de un tono índigo y ojos jades- que aquel adulto no era su padre biológico. Y debía preguntar por el motivo de la ausencia del mismo. No esperó sin embargo la reacción por parte del hombre de cabellos negros ante tal cuestionamiento.

—Él no se encuentra aquí, como estimo debe haber descubierto...

El demonio se detuvo, meditando fríamente sus siguientes palabras. Era de su amo de quien hablaba, o a quien estaba a punto de referirse, por muy cobarde que le hubiera resultado su decisión de seguir adelante con el contrato entre ambos a pesar de saber de la pronta llegada de sus primogénitos. Respiró profunda y largamente, mientras que una vez más sentía la ira quemarle literalmente el pecho. ¿Ira hacia el hombre a quien había servido por 17 largos años? Sí; en efecto, por primera vez en milenios de existencia, el ser a quien Ciel Phantomhive llamase Sebastian Michaelis estaba experimentando el genuinamente humano sentimiento de ira hacia su contratista. Sacudió la cabeza y, volviendo su atención al médico frente a ellos, prosiguió, recobrando su semblante de entrenada más que acostumbrada calma:

—Él no regresara... Por desgracia...

Se había jurado no mentir, e incluso el mismo podía percibir la vil mentira tras su fingida pena. Miró de soslayo a la mujer tendida en la cama, con una de sus hijas en brazos, y sus ojos se abrieron levemente en un gesto que le supo aún más inusual que la compasión que le provocaba la situación de Lizzie. Podía notar aun sin poder verse a sí mismo que su rostro había adquirido un ligero tono rojizo, el cual se hizo evidente por dos razones. Por un lado, Elizabeth lo miraba fijamente y con una brillante sonrisa en su rostro. Por otro, sentía una sensación sutil de calor allí. No estaba avergonzado; tampoco sentía particulares ansias de reír.

—Veo que jamás ha atravesado esta situación, señor...

—Sebastian... —intervino Lizzie, sonriéndole al mayor en el pulcro delantal blanco —Su nombre es Sebastian. Y no; probablemente hubiera estado aquí aun con mi esposo presente. Él es parte de nuestra familia...

El pelinegro no pudo evitar verla sorprendido. Aunque la siguiente acción de la ahora joven madre y joven viuda lo dejo completamente helado. Incorporándose lentamente, tomó una de sus manos con su mano libre, apretándola con fuerza. El medico creyó estar de más en ese momento, por lo que solo felicito de nueva cuenta a Elizabeth e, inclinándose ante ambos, se retiró anunciando que regresaría en un momento para examinar a la madre y las niñas. Cuando fueron dejados a solas, Lizzie alzó sus jades a los topacios curiosamente cansados del demonio y murmuró:

— ¿Eso sucede a menudo? Quiero decir, ¿es normal que...?

—Debí mantener por 17 años la apariencia de un mayordomo humano. Y lo que es peor, debí hacer mi mejor esfuerzo por ocultarlo de usted y del resto de los conocidos y sirvientes de su esposo, Milady. ¿Cree que algo como esto pueda resultarme difícil a estas alturas?

Sonrió con lo que la mujer de rizos solo pudo percibir como alivio antes de agregar:

—Aunque, no estoy seguro por qué, pero siempre he tenido la leve sospecha de que el señor Tanaka no era ajeno a lo que estaba sucediendo realmente...

Lizzie asintió dándole a entender que había comprendido. Luego de un momento, y percatándose –aunque no supo cómo- de que quizá madre e hijas necesitaban su momento de 'intimidad', se acercó lentamente a ellas, dejando un beso apenas sutil en sus frentes que incluso a el mismo le supo agradable. A pesar de que jamás lo había hecho antes.

—Las veré luego...

Antes de salir de la sala, sin embargo, volvió la mirada sobre su hombro a la mujer y murmuró:

—Milady Elizabeth... —cuando tuvo la atención de la mujer de rizos, señaló —Si usted lo permite, será para mí un honor permanecer a su lado...

Elizabeth sonrió, mas esa fue toda su respuesta antes que el sueño la dominara por completo y cayera en brazos de Morfeo, mientras sostenía a una de sus hijas contra su pecho. Michaelis imitó el gesto de la mujer antes de agregar, prácticamente como un pensamiento para sí mismo y mientras cerraba la puerta:

"Hasta el final... Esa es mi decisión..." 

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