Después de esa noche en aquella pequeña casa de postal, decidieron pasar el fin de semana en el lugar, juntos. El menor avisó a Pete de su ausencia, y Tay no necesitaba notificar a nadie por su ausencia. Al día siguiente, después de comer, Macao se acercó al pueblo más cercano con la moto para poder comprar alguna cosa para cenar y comer durante esos días que estarían allí, le pidió a Tay que se quedara descansando mientras él volvía. Pero ese rato solo provocó que la cabeza del mayor empezara a hacerle sentir extraño, empezó a sobre pensar ciertas cosas.
Que le hacía sentirse tan mal, porque su cabeza prefería jugarle malas pasadas cuando menos lo imaginaba, porque su cabeza parecía no querer que fuera feliz, porque le arrebataba esos momentos en los cuales pensaba que podría serlo. Se sentía solo, a pesar de tener a esa persona a su lado, alguien a quien nunca hubiera podido imaginar, una persona que siempre había estado a su alrededor, pero que, por ciertas circunstancias, nunca había tenido el placer de conocer de la forma en como le conocía ahora. Pero eso parecía no ser suficiente para que su corazón recuperara el brillo que una vez tuvo de joven, no era suficiente para que su mente fuera capaz de olvidar el dolor y los engaños.
Se pasaba mañanas mirándose al espejo, preguntándose por qué no era suficiente para nadie, qué tenían las otras personas que él no tuviera, que necesitaba para poder ser querido, para poder sentirse amado, para que alguien no lo reemplazara por otra persona. Se pasaba tardes mirando su teléfono móvil, un "tengo cosas que hacer, nos vemos en otro momento" lo aislaba en el sofá del comedor de su departamento. Leía repetidas conversaciones, buscando fallos, buscando donde él se había equivocado para que lo cambiaran y lo reemplazaran. Se pasaba noches llorando en silencio, escondiendo su rostro con fuerza en el cojín para no ser escuchado, sacando todo lo posible para pintar, de nuevo, una sonrisa en su rostro por la mañana y nadie notara absolutamente nada.
Tenía amigos a su alrededor, tenía esa persona especial a su lado que lo hacía sentir especial a cada minuto del día, que lo hacía sentir único y amado de una forma que nunca había sentido, ¿y por qué seguía sintiéndose mal? ¿Por qué había un dolor en su pecho que no desaparecía? ¿Por qué su cabeza no dejaba de repetirle que no era suficiente? Una ruptura sentimental podría destruirte por completo hasta el punto de sentirte tan solo aún teniendo gente a tu alrededor. ¿Era solo la ruptura lo que le hacía sentirse así? O eran todos los años de engaños y falsas sonrisas, de falsos besos y abrazos, de "te quiero" vacíos, palabras sin significado.
Ahora tenía a alguien que, aparentemente, le quería y lo respetaba, le daba su espacio y lo acompañaba en silencio cuando más lo necesitaba, pero esa persona podría irse, ¿verdad? Esa persona podía hacer lo mismo que la otra, ambos habían sido especiales, a ambos los había querido, pero, este también podía cansarse y marchar, como el otro. Se repetía que, esa persona especial, podía cansarse de esperar, podía cansarse de sus lágrimas y de sus dramas, podría cansarse de escucharle hablar de otra persona a la que una vez quiso. Al fin y al cabo, fue él quien lo dejó, fue él quien terminó la relación después de años de engaños y noches solo esperando en su casa, pero ¿por qué era él el que se sentía culpable y roto? Por qué era solamente él quien estaba llorando en la bañera de su cuarto, mientras dejaba que el agua pegara su ropa a su cuerpo.
Abrazó sus rodillas con fuerza, acercándolas cada vez más a su pecho, el agua seguía cayendo a pesar de estar la bañera llena, no le importaba que el agua saliera de ella, ¿qué más daba? Tenía dinero para arreglar los desperfectos que eso crearía en los muebles, pero el dinero no podía arreglarlo a él mismo, eso parecía que nadie podría hacerlo, y su mente no dejaba de recordarle cuán importante era llorar para seguir fingiendo al salir del baño. Su pelo estaba completamente mojado, al igual que su ropa, sus ojos estaban hinchados y rojos, había perdido la cuenta de las horas que llevaba llorando en el baño, le dolían, igual que la cabeza, pero qué le importaba ya. En sus manos había pequeñas heridas, temblaban mientras se aferraban el agarre en sus piernas, sus uñas se clavaban en el dorso de la mano contraria con fuerza. Sus labios apretados con la misma fuerza, ya sentía el sabor a sangre en su boca, no quería gritar, prefería seguir llorando en silencio.