Vegas - Pete (+18)

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Vegas había estado trabajando en la sala que había en su cuarto, Pete no sabía de qué se trataba y el más bajo no había querido decirle nada en absoluto, siempre con la premisa de "es una sorpresa" en los labios y que el más alto empezaba a estar impaciente por saber de qué se trataba, más aún sabiendo cuál era la sala en la que estaba trabajando esa sorpresa tan secreta. Más de una vez había intentado escabullirse sin ser descubierto pero su pareja había cambiado la cerradura para que no pudiera entrar a escondidas de él.

No solo pasaba horas encerrado en aquel lugar desde hacía una semana, sino que coincidía con un paquete que llegó a principios de esta y que no permitió que nadie, además de él, pudiera recogerlo, Pete vio el volumen de la caja y aunque no parecía ser muy pesada, era bastante grande para ser alguna cosa como un traje o a saber qué fantasía había descubierto su pareja para probar tan secretamente.

Aquella noche Pete había ido a trabajar a casa de la primera familia, el hermano mayor le había pedido que viniera por la mañana para hacer unos recados con ellos, prometiendo que volvería para cenar a casa con su nueva familia. Vegas había preparado la cena, muy picante para su pareja y aceptable para él, la mesa estaba adornada con velas y pequeños detalles como algunas flores secas. Incluso pilló a Pete desprevenido cuando al entrar vio todo lo que Vegas había preparado, su sonrisa se dibujó y se acercó por la espalda del más bajo, abrazándolo y susurrando un "buenas noches, mi vida" cerca de su oído. La sangre de Vegas se congeló y sonrió de vuelta al escuchar a Pete, pidiéndole que fuera a sentarse a la mesa, que dentro de poco serviría la cena, este asintió y se dirigió a la mesa, sentándose en la silla más cercana a la puerta, como siempre hacían cuando decidían ser personas normales y sentarse en la mesa a cenar y no hacerlo en el sofá tapados con la manta.

Vegas no tardó en poner las cosas sobre la mesa y empezaron a cenar, Pete no podía evitar pensar en si hoy sería el día en que, por fin, podría saber cuál era esa "sorpresa" que llevaba días preparando el otro, pero tampoco se atrevía a preguntarlo directamente. Vegas llenó los vasos con vino blanco, el favorito del más alto, aunque ambos sabían cuáles eran las consecuencias de cenar con una botella fría de vino blanco de fácil acceso para ambos. Vegas se limitó a preguntar cómo había ido el día, que era tan importante para su primo mayor y que no podía esperar o hacerlo sin la presencia de SU pareja. Pete simplemente negó con una sonrisa, el menor podía entender claramente con ese gesto que era una completa estupidez de crío pequeño y no tenía importancia.

La cena transcurrió tranquila y cuando todo estuvo recogido, o dejado mínimo en la cocina, se sentaron en el sofá de la sala, con las dos copas de vino en la mano, besándose. Pete permanecía tumbado en el sofá, su mano libre acariciando el pelo de Vegas, mientras que este estaba tumbado encima suyo, sin apoyar todo su peso en el más alto. El silencio era roto por sus besos, Macao tampoco estaba en casa y eso les ayudaba a relajarse por completo, sin importar si se encontraban en medio de la sala principal, nadie podía interrumpirlos. Pete intentaba deshacerse de la camisa blanca y negra de Vegas, la misma que usó la primera vez en aquel templo, la misma con la que se dio cuenta que, tal vez, había aceptado hacer la misión de espiarlo por algo más que por dedicación. El cinturón que sujetaba el pantalón del más bajo en su cintura ya había desaparecido por completo, fue lo primero que Pete quitó del medio, desabrochando, a la par, la bragueta de este y provocando que el pantalón negro ajustado bailara en la cintura de Vegas.

El más bajo se dejaba hacer, sus manos estaban ocupadas, una sujetando la copa y la otra manteniendo su propio peso para no caer encima de Pete, mordía el labio inferior del más alto de vez en cuando, descendiendo por su cuello y dejando esas marcas que le recordaban a todos a quien pertenecía ahora el jefe de guardaespaldas de Tanakhun. Moría de ganas de arrancar la camiseta del chico, la misma que solía llevar cuando trabajaba para la primera familia, notaba como la cadera del más alto subía involuntariamente de vez en cuando, haciendo que se rozaran y arrancaran pequeños jadeos encima de la boca del otro. "¿Por qué no vamos a jugar un rato?", la voz de Pete sonaba a súplica, pero a su vez tenía un tono de imposición,

KinnPorsche cortos (2a parte)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora