Decepción

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–¡Eso no es lo que el acuerdo dice!– protestó la dríada.

–El acuerdo estipula que los visitantes no podrán contactar con seres de gran poder que conocieran de antes, hasta que solventen los asuntos pendientes– esgrimió el gran dragón negro.

–¡Ese no es un asunto pendiente! ¡Cuando él estuvo como visitante, era un problema que ni siquiera existía!– arguyó la dríada.

–Eso no importa, ahora lo es– intervino el emperador de los mares.

–Estáis tergiversando los términos. Sabes perfectamente que no era el significado– refutó de nuevo la dríada, irritada.

–Como si importara. La letra es la letra, así que exigimos que se cumpla– se mostró arrogante una fénix.

–Todos los hemos reinterpretado las reglas, pero nunca afectando a otros. Eso es abusar del visitante. Además, Melia no os lo va a perdonar– amenazó un duende.

Ellos eran los primeros en jugar con las palabras, en tergiversar tratos y leyes. Les encantaba bromear y fastidiar a los otros guardianes, pero tenían un principio que nunca rompían. No se debía hacer daño real. Además, aún les debían una petición a las dríadas de tiempo atrás.

–Tsk. ¿Desde cuánto los pequeños verdes sois tan formales? Si una dríada se enfada, pues que se enfade. Lo acabará entendiendo, es por un bien mayor– respondió el dragón con desdén.

–Si tiene que ir, irá, pero eso no significa que no haya cumplido. Al menos permitid que se encuentren– pidió una unicornio.

–No podemos arriesgarnos. Es demasiado importante. Ya tendrán tiempo en el futuro– se negó una quilín.

–Ya es suficiente. No vamos a llegar a nada si seguimos discutiendo todo el rato. Votemos– propuso el dragón, impaciente.

Ignoró el enojo de la dríada y propuso la votación. La dríada, el duende y la unicornio votaron en contra, y no fueron los únicos. Algunos se abstuvieron, como los titanes. Una mayoría no muy amplia pero suficiente votó a favor, para frustración de la dríada, que los miraba con ojos acusadores.

La conclusión era clara. Eldi Hnefa no podría aún contactar con Melia, no hasta que completara su nueva tarea.



Aquella resolución dejó a muchos descontentos, aunque a nadie tanto como a las dríadas. Sobre todo, porque podían sentir la furia incontenible de una de sus hermanas, de Melia.

Había estado esperando que Eldi acabara con sus asuntos en Engenak. Estaba deseando reunirse con él, abrazarlo. Había tanto que quería decirle que no sabía ni por dónde empezar. No obstante, ahora tendría que esperar. Y eso si volvía con vida. Temía por él, pues allí no podría ayudarlo, ni siquiera rompiendo todas las normas.

A su alrededor las plantas se revolvían furiosas, compartiendo sus sentimientos. Durante un buen rato, cundió la alarma en zonas cercanas, donde aunque no tan evidente como junto a ella, algo extraño parecía sucederle a la flora.

Sus hermanas no sabían como calmarla, e incluso se veían afectadas por dicha furia, además de preocupadas. Aquello no iba a acabar así.

Le costó horas controlar sus sentimientos, lograr que no irradiaran a su alrededor. Aunque controlar y eliminar son cosas muy distintas. No iba a olvidar tan fácilmente lo que les habían hecho.

–Esto no va a quedar así– amenazó con rabia, y con unas lágrimas de néctar recorriendo su rostro.



Eldi llegó a la aldea de iniciación y miró hacia la dirección en la que solía estar el Oráculo. Sonrió al ver que realmente estaba allí, como si no se hubiera movido desde la última vez.

Estaba tan inexpresivo como siempre, con la misma máscara, con la misma ropa, sentado igual. El único gesto que hizo es girar ligeramente el cuello para mirarlo.

Con algo de prisa, el alto humano se acercó y se sentó frente a él. Esperaba que por fin le diera una pista, o al menos le respondiera afirmativamente. No podía dejar de pensar en ella.

–He acabado con lo que tenía pendiente. ¿Podré ahora ver a Melia?– preguntó.

–Así debería haber sido, pero así no es– respondió el Oráculo.

El mago de batalla lo miro confuso primero e incrédulo después. No entendía qué significaba aquello, pero parecía que no podría encontrarse con su amada. Aquello era frustrante e irritante.

–¿¡Qué quiere decir que "así no es"!? ¿¡Por qué no puedo encontrarme con ella!? ¿¡Por qué no puedo verla!?– exigió respuestas, levantando el tono de voz como nunca lo había hecho con el Oráculo, claramente molesto.

–Algunos de los poderosos seres que establecieron las reglas han decidido reinterpretarlas a su antojo, de forma egoísta e insensible. Puede que no sea justo, pero no hay nada que se pueda hacer al respecto– explicó el Oráculo.

A pesar de hacerlo con el mismo tono neutro que siempre, la elección de las palabras hizo creer a Eldi que el Oráculo estaba enfadado. Era la primera vez que expresaba algo parecido a un sentimiento, lo que sin duda lo desconcertó.

Aunque eso no era nada comparado con lo que él mismo sentía. De estar irritado había pasado a sentirse agraviado y furioso. Era como si estuvieran jugando con él, con su vida, con sus sentimientos.

–¡Malditos sean! ¡Da igual lo poderosos que sean! ¡Eso no les da derecho a jugar con las vidas de los demás! ¿¡Cómo se atreven!?– exclamó enojado.

–Es una buena pregunta para la que incluso yo no tengo respuesta– respondió el Oráculo, de nuevo con tono neutro, y de nuevo sus palabras parecían indicar algo más.

–¿Y cuál es esa otra cosa que tengo pendiente?– preguntó, apretando los dientes.

–Aún no es el momento. Pronto lo sabrás– respondió el Oráculo como solía hacerlo.

El alto humano no pudo sacar más información relevante del Oráculo, y tampoco podía culparlo a él. Había ido allí esperanzado, animado, incluso excitado. Se marchó deprimido, triste, enfadado y frustrado.

Quería verla más que nada en el mundo. Quería pedirle perdón por haberse ido en el pasado. Quería volver a mirar directamente a aquellos ojos verdes. Temía y esperaba ese momento, pero por nada del mundo quería dilatarlo. Por desgracia, no le habían dado opción.

Sin un lugar mejor a dónde ir, se volvió a la mansión de Gjaki. Allí, al menos había gente que lo apreciaba, se sentía a gusto. Además, sus hijos estarían unos días ocupados con no habían dicho qué, por lo que no podía ir a verlos.

Poco sabía que estaban con su madre adoptiva, una dríada llamada Melia que los necesitaba a su lado. Estaba incluso más enojada y frustrada que Eldi, pues ella había vivido la discusión en primera persona, a través de una de sus hermanas. Necesitaba el calor de sus hijos más que nadie.

Regreso a Jorgaldur Tomo V: Reencuentro (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora