Preparativos (III)

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Gjaki se mordió el labio. Quería atar a Chornakish y no dejarlo ir. Si bien no tenía que ser tan peligroso como lo que ella iba a afrontar, le resultaba más fácil correr peligro por sí misma que dejar que su familia lo hiciera. Claro que también tenía que atar a Dinksa, Coinín, Brurol...

Más de la mitad de los habitantes de la mansión iban a ir a la frontera del bosque corrompido. Y no eran los únicos. En el Reino de Sangre, se había corrido la voz de que la reina iba a ir a combatir allí. No pocos se habían ofrecido voluntarios.

Aunque no tan exageradamente como los bárbaros, muchos estaban deseando un buen combate, incluidos ciertos mercenarios hechos condes. Si bien los años de paz eran bienvenidos, para algunos era difícil dejar del todo atrás los viejos tiempos de gloria. Con la excusa de apoyar a su reina, estaban afilando sus armas.



–¡No puedes ir! ¡Eres la emperatriz!– se negó su marido.

–Alguien tiene que estar allí para dar moral a las tropas, y tú no eres un guerrero– arguyó Kroquia.

–Lo entiendo, ¡pero no necesitas el escudo para dar moral! ¡Puedes organizar a las tropas desde atrás!– protestó el emperador, cediendo un poco.

–¡Hay que predicar con el ejemplo! ¡Nuestros reptiles saben que lucho en el frente! ¡Cómo puedo pedirles que combatan con valor si me ven acobardada!– siguió argumentando ella.

–¡He dicho que no, y es que no!– insistió él.

Ella sonrió. Lo conocía, y sabía que había ganado. Ponerse así era su último recurso, y nunca había funcionado con ella.

De hecho, el emperador sabía que su mujer tenía parte de razón, y que era una guerrera veterana, pero también estaba preocupado.

Quizás, en otros reinos e imperios, hubiera resultado impensable plantearse que la emperatriz luchara en el frente, pero aquel no era otro imperio. De tradición guerrera, estaban orgullosos de su emperatriz. No verla luchar en el frente sería un duro golpe a su reputación.

Aunque no es menos verdad que la guerrera estaba deseando alzar su escudo una vez más. Apenas había tenido ocasión de luchar en serio en los últimos años.

No era la única. Cierta maga imperial estaba deseando probar su nuevo báculo. Se sentía impaciente por llenar de rayos el campo de batalla, e impresionar a sus hijos. Un guerrero y un arquero, que estaban limpiando sus armas con delicadeza, no se sentían menos impacientes.

Quizás, Kroco, el hermano de Kroquia, no se sentía tan entusiasmado. Pero no iba a dejar que su hermana y amigos fueran allí sin él. Se aseguraría de que no les pasara nada.

–Ten cuidado– le pidió su mujer.

Ella era una maga de corte, su campo de batalla era otro. Se sentía ansiosa y orgullosa a la vez.



–Tened cuidado– les pidió Lina.

La mujer-pantera de las nieves hubiera querido ir con su marido e hijos, además de todos los voluntarios. Sin embargo, no estaba en condiciones de luchar.

A las pociones de rejuvenecimiento les llevaría años devolverle la fuerza del pasado. Al menos, volvía a tener la vitalidad suficiente para despedirlos.

–Lo tendreeeemos, mamá.

–Yo los vigilo– aseguró otro de sus hijos.

–¿Y quién te vigila a ti?– lo increpó su hermana menor.

–Tranquila, al primero que se pase de listo, le lanzo una Bola de Fuego– amenazó Merlín.

–Es broma, ¿verdad, papá?– pregunto incierta una de sus hijas.

De hecho, su padre se las había lanzado más de una vez durante los entrenamientos. Claro que las que iban hacia ellos no eran letales, sólo producían un terrible escozor. Más de uno de sus hijos se estremecieron.

El mago gatuno sonrió amenazante, sin acabar de aclarar si iba o no de farol.



Golgo miró el Aqtlua esperanzado. Quedaba mucho por completar, pero tenía una pieza más que unos días atrás. Los seres-topo la habían encontrado bajo unos escombros, y se la habían entregado a Eldi. Éste se la había pasado a Gjaki, y la vampiresa había llamado al visitante reptiliano.

–Supongo que tendré que ir, les debo mucho más que eso– dijo en voz alta.

–¿A dónde?– preguntó una voz.

Pertenecía a una reptiliana aún acostada en la cama. Se había enfadado mucho con Golgo cuando se había enterado de lo que había intentado hacer en Engenak. Le había hecho prometer que jamás lo volvería a hacer, y le había acabado perdonando tras mucho esfuerzo por parte de él.

–A apoyar un ataque en el bosque corrompido. Gjaki me lo ha pedido– explicó él.

–Ya veo. Iremos contigo. Les irá bien un poco de experiencia– se apuntó ella, sin dar pie a discusión.

No estaba preocupada. Su amante estaría seguro en la distancia, así como sus discípulos, entre los que estaba ella. Lo había conocido cuando los instruía, y se habían acabado enamorando.

–¿Oh? ¿Puedo castigaros si falláis algún tiro?– amenazó él.

Ella sonrió, gateó hasta él, y lo abrazó por la espalda.

–¿Cómo piensas castigarme?– le susurró ella al oído sensualmente.



–Más de los que esperaba– se dijo Líodon.

–Papá es realmente popular– coincidió su hermana.

Habían dicho que iban a luchar en la frontera con los seres corrompidos, apoyando a su padre, y preguntado si alguien los quería acompañar. No habían esperado tantos voluntarios.

Había rebeldes, soldados de permiso e incluso nobles. Algunos querían redimirse, sintiéndose culpables por no haber hecho lo suficiente. Otros simplemente habían oído el nombre de Eldi Hnefa, y se había apuntado directamente. Los había que tenían cuentas pendientes contra los seres corrompidos, y no habían ido hasta ahora porque su gente también los necesitaba. Por supuesto, los había con otras razones, como simplemente ganar experiencia. O presumir de haber estado allí.

–Y yo que pensaba que podía retirarme– protestó Tres Dedos, uno de los encargados de organizar el transporte.

–Ja, ja. Seguro que te aburrías– se burló Ted.

–¿Yo? Ja, ja. Bueno, sólo un poco– reconoció éste.

–Buen viaje, nos veremos allí– se despidió Líodon.

–Tsk. Enchufados...– protestó él.

Sabía que Eldi se llevaría directamente a sus hijos, en parte para preparar la llegada del resto. También sabía que él podría haberlos acompañado si hubiera querido, pero alguien tenía que organizar aquel lado. Y, para qué negarlo, se le daba bastante bien.

–¿Estás seguro de que no quieres recuperar los dedos que te faltan?– ofreció de nuevo Lidia.

–¡Ni hablar! ¿Tienes idea del éxito que tengo con algunas chicas?– se negó él.

–Tsk. Tan pervertido como siempre. Cómo quieras. Avísame si cambias de idea– se encogió de hombros la alta humana.

Su padre tenía el hechizo Milagro para llevarlo a cabo, y se había ofrecido para quien lo necesitara. No obstante, sus hijos no querían darle demasiado trabajo, ni quitarle a la iglesia el suyo. Aunque el cambio del patriarca por la nueva matriarca había mejorado mucho su reputación, aún les quedaba un largo camino para redimirse.

Regreso a Jorgaldur Tomo V: Reencuentro (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora