Malentendido (II)

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–Ya que estamos por aquí, vamos a ver a Bolbe. Hace mucho que no estamos todos juntos– sugirió Melia.

Habían pasado la noche en la aldea de Goldmi, y hoy tenían que volver. Pero la dríada había improvisado una visita.

–Pero...– quiso negarse Líodon.

El problema era que no encontraba argumentos para hacerlo. No podía confesar a su madre y a su hermana que le dolía demasiado ir a verla. Miró a su padre, pero esté se encogió de hombros, negando con la cabeza.

Melingor, por su parte, no se opuso. Conocía a la ninfa, y le caía bien. Siempre y cuando no lo tirara al agua con la complicidad de su mujer.

Ted tampoco tuvo ningún problema, a pesar de haber caído también al agua más de una vez. De hecho, de niño le encantaba.

En cuanto a Mideltya, tenía curiosidad. Había oído hablar de la limnade más de una vez, y quería conocerla.

Así que Melia los llevó a través de Orígenes y Fuentes, con la ayuda de sus hermanas. Estaban observando expectantes y con curiosidad, pues Melia no les había contado la razón, pero sí insinuado que no se perdieran detalle.

La dríada sabía que si se lo ocultaba del todo a sus hermanas, tendría que escuchar sus quejas durante meses. Si les sugería verlo en persona sin decirles el qué, tendría incluso el efecto contrario.



Bolbe suspiró. La visita de Melia y su familia le habría ilusionado si no fuera por la presencia de Líodon. Quería verlo más que nada, pero también temía hacerlo. Lo amaba, pero sabía que él no la correspondía, así que le resultaba terriblemente doloroso estar junto a él. No sabía qué decirle, cómo mirarlo.

Respiró hondo. Estaban a punto de llegar, así que tenía que controlar sus emociones. Tenía práctica, aunque sabía que después probablemente iría a llorar a su escondite, donde ninguna de sus hermanas podría verla.

Abrió la puerta de su Origen, que, aunque contenía plantas, tenía agua como esencia. Sus invitados entraron por ella.

–¡Bolbe! ¡Cuanto tiempo sin vernos en persona!– saludó la dríada con entusiasmo.

–¡Melia! ¡Demasiado!– le devolvió el saludo la limnade, de corazón.

Se querían mucho, aunque le sorprendió un tanto la actitud de Melia, ya que normalmente, se hubiera lanzado a sus brazos. Aunque no le dio importancia. Pensó que probablemente se debía a que tenía a Eldi cogido de la mano.

Intentó no mirar a Líodon, pero no pudo evitarlo. No obstante, desvió la mirada hacia los otros invitados en cuento lo hizo, en cuanto sus miradas se encontraron. No podía soportarlo. Él tampoco.

–¡Te he traído un regalo!– siguió la dríada.

–¿Un regalo?– se interesó Bolbe con curiosidad, preguntándose por qué su amiga parecía tan eufórica.

–¡Te va a encantar! ¿Eldi?– pidió Melia.

–Lo siento– se disculpó el alto humano, antes de empujar a su hijo con fuerza.

La pierna de Lidia hizo tropezar a su hermano, perdiendo el equilibrio y siendo lanzado hacia delante.

–¡Aaaahhh!– gritó él, cogido totalmente por sorpresa.

–¿¡Qué...!?– se sorprendió la limnade.

No obstante, no tuvo más remedio que reaccionar y cogerlo al vuelo, pues lo habían lanzado contra ella. No podía permitir que se hiciera daño. Aunque, con su nivel, era prácticamente imposible.

Por un instante, los dos se quedaron inmóviles. Ella lo estaba abrazando, y sus cuerpos estaban pegados. No sabían cómo reaccionar. Aún menos esperaban que las plantas los rodearan, como si fuera una prisión.

–¿Te acuerdas de aquella vez que te pregunté si te gustaba alguien?– preguntó entonces Lidia.

–¿¡De qué estás hablando!? ¿¡Qué significa todo esto!?– entró en pánico Bolbe.

Quería escaparse, soltarlo, a la vez que por nada del mundo quería dejarlo ir. Además, no quería que Lidia continuara hablando de aquello. Era un secreto que Líodon no podía oír. En cuanto a las plantas que los rodeaban, eran más bien un extraño adorno que no entendía.

Éste, por su parte, estaba totalmente confuso y avergonzado. Tampoco sabía qué hacer.

–Te pregunté si te gustaba Líodon, y tú lo negaste, aunque...– siguió Lidia.

–¡Calla! ¡No sigas!– gritó la ninfa, fuera de sí, en pánico.

De hecho, podía librarse de la prisión fácilmente. Aquel era su Origen, donde era más poderosa, y estaba rodeada de agua. No obstante, estaba demasiado aturdida, así que tardó en empezar a movilizar su poder.

–Sabes, Líodon estaba allí. Había ido allí para confesarte su amor, y lo oyó todo, pero sólo hasta ese momento...– siguió Lidia.

En aquel momento, la limnade se quedó petrificada, y no fue la única. Se sentía traicionada por su amiga, pero aún más sorprendida por la revelación. Inconscientemente, miró a Líodon, que estaba rojo, entre avergonzado y sintiéndose también traicionado. No esperaba que su padre hubiera revelado su secreto.

–Lo peor es que se fue al escucharte negarlo. No pudo ver que estabas roja, avergonzada. No pudo escuchar como acababas confesando que lo amabas, no sabía que al principio sólo lo habías negado por timidez. Creyó que amabas a otro. Tú también creíste que amaba a otra. Ambos pensabais que no erais correspondidos. Todos estos años...– siguió explicando.

Sin embargo, a mitad habían dejado de escucharla. Los ojos dorados estaban fijos en los azules. Incrédulos. Atónitos.

En aquel momento, Bolbe fue incapaz de suprimir sus emociones. Sus brazos agarraron con más fuerza a Líodon, y sus labios tomaron los de su amado con desesperación, con anhelo, con pasión.

Éste se quedó con la mente en blanco durante unos instantes, su cuerpo respondiendo antes que su mente. La abrazó sin ser consciente de lo que hacía.

Cuando se separaron, se quedaron mirando durante un rato, aún incrédulos, ambos con lágrimas en los ojos.

–Te amo, te he amado siempre– confesó ella.

–¿De verdad no es un sueño? ¿De verdad puedo quererte?– confesó él.

Ella sonrió. Él le devolvió la sonrisa. Y entonces se dieron cuenta de que no estaban solos. Se sonrojaron, pero no miraron hacia los sonrientes espectadores. Para sorpresa de Líodon, Bolbe volvió a besarlo, pero había algo más en aquel beso, una bendición.

Cuando inmediatamente su amada lo arrastró hacia fondo del lago, se dio cuenta de que podía respirar bajo el agua. Se dejó guiar por ella dentro de una cueva a la que se entraba casi desde el fondo, y el camino subía hacia arriba desde allí. Finalmente, salieron del agua, y se encontraron en una habitación con paredes de piedra. Se encontraban en una burbuja de aire, cuyo oxígeno era renovado a través del agua y el poder de Bolbe.

–¿Dónde estamos?– preguntó él, extrañado.

–Es mi escondite. Aquí no pueden vernos ni encontrarnos– explicó ella, acercándose más a él.

–Pero... Ellos están fuera esperando...– se mostró Líodon indeciso.

–Nos han tendido una trampa, así que da igual si esperan. De todas formas, no creo que lo hagan– ella los acusó, aunque había una gran gratitud en sus palabras.

Líodon tragó saliva por un momento, aunque no pudo evitar perderse en los ojos azules de su amada. Ya jamás podría escaparse de ellos, ni ella de unos dorados que no se atrevían a parpadear.

Regreso a Jorgaldur Tomo V: Reencuentro (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora