Nacimiento

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–¿Somos los primeros? Mejor nos vamos y volvemos más tarde– bromeó Gjaki.

–Ja, ja. ¡Ni os ocurra moveros! ¡Hace tiempo que no tengo mi dosis de Gjali! ¡Eh! ¡No te escondas!– exclamó Maldoa.

–Ji, ji– reía la niña, mientras corría detrás de sus padres perseguida por Maldoa.

Tenía orejas gatunas como su padre, y el pelo plateado de su madre. De ésta, también había heredado sus ojos rojos y unos pequeños colmillos.

Diknsa sonreía, mientras acunaba al también gatuno niño que le había robado a Chornakish apenas unos momentos antes. De apenas un año, tenía el pelo negro como su padre, pero también era un vampiro. Aunque sus colmillos apenas asomaban en su boca todavía desprovista de dientes.

Gjali no se resistió mucho. Acabó siendo abrazada por la drelfa, aunque se escapó en cuanto llegaron sus amigos. Eldmi y Gjami eran las mayores, y las que mandaban en el grupito. Sus primos, una niña y un niño elfos, tenían prácticamente la misma edad que Gjali. Los cuatro llegaron con sus padres, Goldmi, Elendnas, Elenksia y Klimsal.

Dejaron a los niños jugando en el Origen que Maldoa aún protegía temporalmente, y saludaron a los demás, abrazándose con cariño.

Eldi, Melia, Lidia, y Melingor llegaron poco después. Una niña medio dríada medio alta humana quiso escaparse de los brazos de su madre en cuanto vio a los demás niños con sus ojos dorados. Apenas tenía cinco años, y era la más pequeña del grupito.

–Ves... Que pronto te olvidas de tu madre...– se quejó Melia.

Para superar su depresión, cambio a su hija por Eldi, envolviendo su brazo con los suyos.

–¿Tienes mis dagas?– pidió Gjaki.

–Ni siquiera saludas...– se quejó Eldi, lanzándole dos nuevas dagas.

–¡Gracias! ¡Son perfectas!– sonrió la vampiresa, probándolas.

El límite en el nivel de lo que podía fabricar había sido eliminado en algún momento, sin que Eldi supiera exactamente cuándo. Ya no estaba en 100.

Dado que Gjaki había subido unos pocos niveles, le había pedido unas nuevas. Para la armadura, aún tenían que conseguir los materiales.

Lo que Eldi más lamentaba era que sus conocimientos en runas no hubieran avanzado lo suficiente como para poder aplicarlos en las dagas.

Un rato después, llegaron Bolbe y Líodon, acompañados de Ted y Mideltya. Esta última contaba con una abultada barriga.

–¡Aah! ¡Mamá! ¡No me des esos sustos!– se quejó de repente Maldoa.

–¿No es adorable cuando se asusta?– no la soltó Malia, su madre, abrazándola por detrás.

–Lo siento, ya sabes como es– besó su padre a la drelfa en la mejilla.

–Pues sí que es adorable– le dio la razón Melia.

–¡Tía! ¡No la apoyes!– se quejó Maldoa.

Algunas dríadas más también llegaron, entre ellas Miletna, la dríada que Goldmi había salvado tiempo atrás. No pocas se acercaron a la elfa para ver si podían probar nuevas recetas. Goldmi, que sabía que iba a ocurrir, sacó lo que había preparado, para regocijo de las dríadas, aunque no sólo de ellas.

Lo cierto es que ahora, la elfa podía comunicarse directamente con las dríadas. La bendición de Misha había potenciado su aura, permitiéndole no sólo escucharlas. Éstas la habían recibido con los brazos abiertos, e inundado de pedidos. Aunque también le habían proporcionado no pocos ingredientes.

Regreso a Jorgaldur Tomo V: Reencuentro (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora