Batalla (II)

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A diferencia de los elfos, los bárbaros recibieron a los perdidos que embestían hacia ellos embistiéndolos a su vez. El sonido de huesos rotos fue más que apreciable, aunque no los de los bárbaros. Sus poderosos músculos y los numerosos hechizos de refuerzo hacía imposible que se resintieran en tan breve plazo de tiempo, y menos cuando disponían de las habilidades adecuadas para tal encuentro.

Si bien algunos perdidos contaban con poderosos cuerpos, no todos eran así. Además, los generales no se habían preocupado de organizarlos, o de estudiar a sus enemigos. En parte, porque no eran tan competentes como ellos mismos querían creer. En parte, porque aquel ejército heterogéneo de todo tipo de criaturas corrompidas era francamente difícil de organizar.

Los bárbaros los recibieron a golpes, hachazos, mazazos, martillazos, garrotazos, y con otras muchas armas. Era un estilo directo, que sin embargo tenía un grave problema. Las heridas y el gasto de maná y energía se irían acumulando, mientras que sus enemigos eran inacabables. No había una gran ventaja en acabar con ellos rápido.

Los chamanes luchando codo con codo paliaban algunas de esas carencias, pero no podían curar el cansancio ni el paulatino gasto de maná. En una batalla prolongada, como lo iba a ser ésta, era un grave inconveniente.

Así que tenían dos opciones. Una, dividirse en al menos tres equipos, uno atacando, otro esperando su turno y cubriéndoles las espaldas, y otro recuperando fuerzas. Hay que notar que, en el caso de los bárbaros, incapaces de contenerse, tres no eran suficientes, ya que les costaría mucho más recuperarse que gastar toda su energía. Dado que necesitaban más, ello provocaría que su frente de batalla fuera mucho más reducido.

La otra opción era la razón por la que los enanos estaban junto a ellos. Las férreas formaciones enanas les cubrían las espaldas, dejando que los bárbaros causaran estragos en las filas enemigas, hasta que les tocara descansar.

Aun así, tenían prohibido excederse demasiado, por si surgían imprevistos. De hacerlo, no se les sumaría los perdidos eliminados en esa ronda.

Cabe decir que todos volvían ensangrentados, llenos de cortes, magulladuras o golpes. Y con una sonrisa de oreja a oreja si la caza había sido fructífera.

Para ellos, tales heridas eran más bien motivo de orgullo, aunque en una batalla campal siempre puede haber accidentes. Debido a su constitución, difícilmente serían mortales, pero podían ponerlos en graves aprietos. Como fue el caso de un bárbaro cuya pierna había sido herida gravemente tras el tremendo impacto de un enorme escarabajo rhino corrompido. Había atravesado a su propio compañero para alcanzar al bárbaro.

–¡Herido de pierna! ¡Evacuar!– exclamó una de las hijas de Tritu, infligiendo un poderoso martillazo al escarabajo.

Se puso frente al bárbaro, junto a una de sus primas, hija de Apli. Sus cuerpos tomaron un color rojizo, resultado de la habilidad Venganza, tan poderosa como estrictas eran las condiciones para lanzarla. Requiere que un aliado sufra graves heridas, para dirigir la ira hacia un aumento temporal de la circulación de la sangre. Unido a la energía y algo de maná, incrementa considerablemente la fuerza, defensa y agilidad.

–¡Bien! ¡10 puntos por evacuar a un herido!– se congratuló uno de los hijos de Apli.

–¡No estoy herido! ¡Sólo es un rasguño!– protestó el bárbaro herido.

–Claro, claro. Si no te tienes en pie, es sólo para que se confíen– se burló un conocido.

–Ja, ja. El jodido rubio con una agujero en la pierna dice que no es nada– rio una enana un poco más atrás, abriendo paso para el herido.

–¡Claro que no es nada! ¡Es un puto agujero, ya no hay "nada" dentro!– bromeó otro enano.

–Vaya mierda de broma– criticó un tercero.

–Ni puta gracia– asintió otra.

–¡Me cago en...! ¡Era una broma cojonuda!– protestó el autor, mientras sus compañeros negaban con la cabeza.

El herido fue llevado a la retaguardia para ser tratado de la herida, aunque no de la depresión. No sólo había interrumpido esa ronda a mitad, sino que había ayudado a sus rivales. Unas habían lanzado Venganza, y los otros tenían puntos por traerle de vuelta. Apretando los dientes e ignorando el dolor, se comprometió a no cometer ese error de nuevo. Había empezado mal, pero había tiempo para remontar.

Mientras le curaban, no pudo dejar de admirar el trabajo de los gnomos que los habían seguido hasta allí. Como con los elfos, estaban rearmando varias catapultas. No podía dejar de sentir curiosidad sobre cuál sería su efecto. Estaba deseando verlo.



En el caso de Merlín, su batallón tenía una composición más estándar, similar a los elfos, aunque con mayor número de magos. Los ataques en área del visitante y sus hijos eran especialmente destructivos contra el sobrepoblado ejército de perdidos.

–¡Detened ataques a rango!– ordenó Merlín.

–¿Qué pasa, papá?– se extrañó su hija.

–Las catapultas están listas– sonrió su padre.

–Oh...

Todos los magos se quedaron mirando los artefactos mecánicos, cargados y preparados para soltar los proyectiles. Ya se habían hecho los minuciosos ajustes en la dirección y la tensión, y sólo faltaba la orden.

En la primera catapulta, lejos de allí, se estiró la cuerda para soltar el pasador que mantenía sujeto el brazo lanzador. Inmediatamente, éste se impulsó hacia delante a gran velocidad.

Apenas un segundo después, la siguiente fue liberada. Y después la siguiente. Y la siguiente. Una tras otra, todas las catapultas fueron liberándose, lanzando sus proyectiles consecutivamente.

Cuando llegaron hasta las que estaban tras Merlín, éste y los demás magos siguieron con la mirada el vuelo del extraño proyectil esférico que tenía un brillo blanquecino.

–Preparaos. Empezad a entonar los hechizos– anunció Merlín, sin dejar de mirar en la dirección de la esfera.

Finalmente, llegó tras las líneas enemigas, estallando en el impacto. Contrario a lo que muchos esperaban, no fue una explosión terrible, sino más bien silenciosa y sin gran poder destructivo. Aunque eso sí, muy brillante.

De hecho, para ellos, era prácticamente inofensiva, aunque no para los perdidos. El poder purificador eliminó no sólo a los cercanos al impacto, sino todo el miasma muchos metros alrededor

–¡Ahora!– exclamó Merlín.

–¡Avanzad!– ordenó el comandante del frente.

Una lluvia de flechas, fuego y rayos cayó tras las líneas enemigas, pero no tan lejos como las catapultas. Al mismo tiempo, los guerreros salieron tras los tanques, dispuestos a destrozar a sus enemigos.

Los propios tanques avanzaban tras ellos, ganando terreno paso a paso, preparados para cubrir la retirada a los guerreros si era preciso.

Aún quedaban muchísimos enemigos, pero estaban listos para hacerles frente. Aquella era una batalla que no se podían permitir perder.

Regreso a Jorgaldur Tomo V: Reencuentro (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora