Malentendido (III)

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–¡Se han escapado!– se quejó Melia, con una enorme sonrisa.

–Reconozco que ha sido divertido. Y conmovedor– sonreía también su hija.

–Podrías habernos avisado...– protestó Melingor.

–Ja, ja. ¡Nunca!– se negó su mujer, besándolo como consolación.

–Parecían felices– abrazó Eldi a Melia, besándola en la mejilla.

–Sí, por fin– suspiró ella, y no tardó en exigir otro en los labios.

Ted y Mideltya se apretaban fuerte de la mano, entre sorprendidos, conmovidos e incluso avergonzados. También había sido una sorpresa para ellos.



–¿Qué hacen? ¿Por qué lo tiran contra Bolbe?– se preguntó una dríada.

–¿Es buena idea? Ella lo ama, pero él...– se preocupó una limnade.

–¡Lo ha cogido! ¡Buena recepción!

–¿Para qué los atrapa?

–¿Eh? ¿Qué fue un malentendido? ¿¡Cómo puede ser!?

–¡Ah! ¡Míralos! ¡Ni se lo creen! ¡Es tan...!

–Melia es muy mala por no contárnoslo. Bueno, al menos nos avisó. Quizás mejor así. Es tan increíble. ¡Qué sorpresa!

–¿¡Qué hace Bolbe!? ¡No te escondas!

–¡Siempre igual! ¡Se van en lo mejor!

–Bien por ella... Realmente nos ha hecho sufrir mucho.

–Si lo hubiéramos sabido antes...

–Ha sido tan bonito. Primero Melia y luego Bolbe... ¿Cuándo me tocará a mí?

–¿Te crees que no sabemos lo del draconiano?

–¡Ah! ¡Chafarderas!

–Mira quién fue a hablar...

Dríadas y ninfas discutían animadamente, claramente entusiasmadas, en especial las acuáticas, las limnades. Había sido una gran y agradable sorpresa para todas ellas.

Estaban deseosas de que saliera para felicitarla, y quejarse porque se hubieran escondido. Estaban realmente felices.



Golgo acarició el incompleto Aqtlua. Había ganado dos nuevos fragmentos gracias a Gjaki y sus amigos. Uno lo tenía el propio Kan Golge, que lo llevaba consigo.

El otro estaba en la ciudad de los Guardianes del Norte, en un rincón de un almacén, cubierto de polvo. Si Menxilya, la aprendiz de profeta, no lo hubiera encontrado, quizás nunca hubieran sabido que estaba allí.

–Maestro, tenemos información de un posible fragmento– lo interrumpió una de sus discípulas.

–¿Dónde? Dame los detalles– la miró él, esperanzado.

No era fácil encontrar pistas. Últimamente, había tenido suerte gracias a otros visitantes, consiguiendo reunir unos cuantos fragmentos. No obstante, estaba lejos de completarlo.

–En los Desiertos de Ámbar. Una caravana fue atacada por bandidos. En el recuento de pérdidas, había una reliquia de origen desconocido. Su descripción coincide con uno de los fragmentos– explicó ella.

–Bandidos... Desierto de Ámbar... No será fácil... ¿Quién viene conmigo?– preguntó.

–Nos toca al equipo tres, maestro– informó ella respetuosamente, aunque se podía percibir excitación en sus palabras.

–Prepararos para salir. Nos vamos al amanecer– informó ella.

–¡Sí, maestro!– exclamó, entusiasmada.

Ir con su admirado maestro a una misión resultaba mucho más atractivo que quedarse vigilando. Esta vez, serían los equipos uno dos y cuatro los que se morirían de envidia.



–¡No podemos permitirlo! ¡Esos visitantes han roto la limitación!– protestó el dragón negro.

–¿Y? Han cumplido su cometido y son habitantes legítimos de este mundo. Será divertido ver qué pasa– lo contradijo un duende.

–¿¡No lo entiendes!? ¿¡Qué crees que va a suceder!? ¡La vampiresa tiene el potencial que le dio el dragón! ¡El alto humano tiene una dríada como pareja! ¡La elfa tiene una conexión demasiado fuerte con la naturaleza! ¡Se harán demasiado poderosos! ¿¡Que crees que pasará entonces!?– se mostró enfurismada la fénix.

–¿Que podríamos tener tres guardianes más? ¿Cuál es el problema?– respondió con calma el unicornio.

–¿¡Te parece poco!? ¡No podemos permitir que unos extranjeros se sienten aquí! ¿¡Qué puede ser peor que eso!?– exclamó fuera de sí el quilín.

–¿Peor? ¿Qué tal unos guardianes que se han olvidado de su función y sus promesas? Cómo ya se ha dicho aquí, ahora son habitantes legítimos, con los mismos derechos que todos, incluso la posibilidad de llegar a guardianes. Todos lo acordamos. ¿Vais a renegar de vuestra palabra? ¿Vais a renegar de vuestro puesto? Esto no se va a negociar ni discutir. Ya se hizo. Si no os gusta, os aguantáis. Si no podéis con ello, renunciad a vuestra posición– se mostró tajante la dríada, como pocas veces éstas hacían.

Estaba realmente enfadada, todas lo estaban. La actitud de algunos guardianes era inadmisible.

Ante la posición de éstas, los contrarios a los visitantes se miraron, un tanto incómodos. Aunque algunos pensaban así, no lo hubieran planteado en circunstancias normales. Incluso ellos sabían que era extralimitarse, que no tenían derecho a oponerse.

Habían querido presionar a las dríadas, para así conseguir que volvieran a proporcionar sus productos con normalidad, sin el horrible sabor. La maniobra no les estaba saliendo como habían querido.

–Calma, por favor. Ellos solo expresaban su preocupación, sólo se han dejado llevar un poco– pidió el emperador de los mares.

Normalmente, hubiera estado del lado del dragón, pero la presión de su familia lo había obligado a moderarse. No sólo era el sabor de cierto supuesto exquisito manjar, sino que había otro asunto que le estaba dando serios problemas.

–Supongo que tiene algo de razón. Es preocupante, pero los dragones no nos opondremos– cedió el dragón negro. No quería empeorar las cosas

Los demás también cedieron a regañadientes. La posición de las dríadas había sido mucho más firme de lo que habían esperado, no había lugar a negociaciones. Lo único que podían hacer era no empeorarlo.

–Melia ha dejado la producción de los alimentos místicos. Es posible que durante un tiempo no estén al nivel del pasado, pero tampoco estarán tan... fuertes– anunció la dríada.

Eso quería decir que algunos ya no serían repugnantes. Era una concesión que ya habían decidido hacer, ahora que Melia estaba demasiado ocupada como para continuar su venganza. Ahora que Eldi estaba con Melia, preferían desescalar la tensión. Aunque cabe decir que había estado a punto de posponerlo.

No obstante, tampoco serían lo deliciosos que habían sido en el pasado. Para ello, algunos guardianes tendrían que ganarse su perdón, y ellos lo sabían.

–¿Qué hay de las lágrimas de Onuava?– pidió el emperador de los mares.

–Habrá que esperar al siguiente lote. Las últimas del anterior fueron dadas a alguien que había estado esperando decenas de años, pero que no había podido recibirlo por ciertas prohibiciones– explicó la dríada, con tono acusador.

Evidentemente, se refería a la vampiresa. Melia quería habérselas dado hace tiempo, pero no había podido. Le estaba prohibido revelarse hasta que todos los visitantes a su cargo cumplieran su misión, lo que fuera que tuvieran pendiente en Jorgaldur.

El emperador de los mares no tuvo más remedio que conformarse. Unos años más de espera era mejor que nunca.

Regreso a Jorgaldur Tomo V: Reencuentro (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora