La vieja Maisha (II)

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Goldmi se había quedado atrás con las niñas, pero observaba la situación atentamente. Incluso escuchaba a través de Vínculo Auditivo, pues había dejado a la azor junto a su marido. La kraken estaba con ella, mientras que la lince, Encogida, jugaba con las niñas a poca distancia.

–Mamá, ¿pasa algo?– preguntó Gjami, extrañada.

–No lo sé. Pero si pasa, papá lo arreglará– aseguró la elfa.

–¡Claro! ¡Papá es el mejor!– exclamó Eldmi.

–Siempre– sonrió su madre.

Mientras, los nobles y guardias se habían detenido. Aquel elfo no iba lujosamente vestido, aunque la ropa que llevaba era más valiosa que la de todos los demás juntos. Al fin y al cabo, era una armadura de extraordinaria calidad creada por Eldi, y a la que Goldmi había cambiado el aspecto para que pareciera unas ropas sencillas.

Sin embargo, por mucho que no pareciera ser noble, todos lo reconocieron. Era un héroe, con un prestigio más alto que cualquiera de ellos. De hecho, se le habían otorgado varios títulos, aunque era algo que hacía tiempo que no le preocupaba.

Quizás, al principio les había dado valor y había presumido de ellos. Hasta que había sido atrapado por Krovledi, su cuerpo debilitado, y conocido a Goldmi, a la que había perdido por muchos años. Todo ello le había llevado a restar importancia a aquellos títulos y a la fama. Aunque ahora, resultaba útil.

–¡Lord Elendnas! ¡Es un placer conocerlo! ¡No tiene por qué molestarse! Verá, son sólo unas plebeyas que han robado unos pases que no les corresponden. Nos encargaremos de ello– aseguró una elfa, también vestida con mucha opulencia, muy erguida, sacando pecho, queriendo llamar su atención.

Cabe decir que no todos los nobles eran así, ni todos los nuevos ricos. Sin embargo, habían tenido la suerte de encontrarse con un grupo de ellos que habían venido juntos.

–¿Estás diciendo que mi hermana ha robado el pase que YO le regalé?– inquirió Elendnas, muy serio.

Incluso había utilizado Reverencia, una habilidad que había adquirido por casualidad, y que rara vez usaba. Sin embargo, estaban acusando a su hermana, así que no se contuvo.

Todos los elfos se callaron de golpe y palidecieron. Incluso los guardias, que realmente no habían hecho nada, aunque habían tenido la intención.

–Eh... Esto... Ha sido un malentendido. Lo... Lo siento... Bueno, tengo que irme– se excusó la elfa que había hablado.

–Ah... Sí... Yo sólo había venido a ver cómo era... Un placer conocerlos. Que vaya bien– se despidió otro.

Uno tras otro, todo el grupo buscó cualquier excusa para irse, aunque hubieran preferido que se los tragara la tierra.

Elendnas no dijo nada. Se los quedó mirando mientras se marchaban. Deseaba golpearlos, pero no podía hacer algo así. Al menos, no allí. Los guardias, simplemente se retiraron.

–Gracias, hermanito– lo abrazó Elenksia.

–¿Estáis bien?– se preocupó él.

–Sí. Pero suerte que has llegado. Si no, Klimsal los habría apaleado– suspiró su hermana.

–¡Yo no iba a pegar a nadie!– negó ésta, mirando hacia otro lado. No resultaba muy convincente.



Elendnas se quedó con las dos hasta que se calmaron. Luego, ellas entraron y él se volvió con su mujer e hijas, aunque se sorprendió un poco al llegar. Goldmi había sacado el extraño artefacto al que llamaba teléfono.

–¿Qué haces?– preguntó.

–Llamar a Eldi. No contesta, igual está ocupado... ¡Ah! ¡Hola Eldi!– exclamó la elfa.

Su marido se quedó mirándola, extrañado. También las gemelas. Les gustaba ese artefacto, y también querían usarlo.

–Hola Goldmi. ¿Ha pasado algo?– se preocupó el alto humano al otro lado de la línea.

–Necesito hablar con Melia. ¿Está por ahí?– pidió ella.

–Sí, espera un momento. Está justo aquí. Cariño, Goldmi quiere hablar contigo– se le oyó de decir.

La dríada estaba sentada junto él, recostada en su hombro. Había llevado a su marido a su Origen. Desde siempre, había querido enseñárselo, y ahora estaban los dos allí, solos. Líodon seguía secuestrado por Bolbe, mientras que Lidia estaba ayudando con los preparativos de la boda de su hijo.

–¿Para mí? ¡Pásamela! ¡Hola Goldmi! ¿Necesitas algo?– se puso Melia, tan entusiasta como siempre.

–Sí, verás...– empezó la elfa.

No tardó mucho en hacer un resumen de lo que había sucedido. Le resultaba antinatural, fuera de lugar, era una sensación que no podía dejar de percibir. Por eso, necesitaba a una dríada para que la aconsejara, quizás la podría ayudar. Las plantas eran su dominio, y ellos estaban ante una enorme planta.

–Eso se escapa de nuestra jurisdicción, la vieja Maisha actúa por su cuenta. Pero sí se lo puedo contar, no creo que le guste oírlo. A ver qué dice. Te dirá algo si quiere– propuso la dríada.

–¿Me dirá algo?– se extrañó la elfa.

–Sí, claro. Contigo puede contactar con facilidad desde tan cerca. Uy... Se ha enfadado... Si no quieres nada más, mejor cuelga. Creo que te va a llamar enseguida– sugirió Melia.

Mientras hablaba con la elfa, la dríada le había transmitido sus pensamientos a la vieja Maisha, o así es como llamaban las dríadas al enorme árbol.

–¿Ya?... Ah... Espera... Mis hijas quieren hablar también...– se sintió Goldmi un tanto nerviosa.

–¡Pásamelas!– exclamó Melia.



Goldmi sonrió al ver que Eldmi se sorprendía porque la dríada la hubiera reconocido sin dudar. No muchas eran capaces de distinguirlas, y aún menos sólo con la voz. Claro que Melia hacía trampas, observándola a ella y su aura a través de las plantas.

Aunque esa sonrisa pronto se borró. De repente, notó como la enorme aura que había percibido al llegar fluctuaba, y luego parte se concentraba en ella.

–Tú debes de ser Goldmi, de la que me han hablado las dríadas, ¿verdad? Eres la única con tanta afinidad aquí– escuchó una voz en su mente.

Hablaba lentamente, aunque se percibía una furia contenida. No en la voz, sino en el aura.

–Sí... Soy yo... ¿Eres Maisha?– preguntó ella un tanto desconcertada. No estaba segura de que la pudiera oír, pues era así con las dríadas. Podía escucharlas, pero ellas a ella no.

Además, era similar a la conexión con éstas, pero mucho más fuerte. Al fin y al cabo, la conexión surgía de muy cerca.

–Sí, así me llaman nuestras amigas dríadas. Otros me llaman árbol de la vida, árbol sagrado o similar, pero me gusta Maisha. Estoy frente a ti– respondió la voz.

Melia no lo había acabado de desvelar, pero ahora Goldmi estaba totalmente segura. No sólo por las palabras, sino por el aura. La vieja Maisha era el enorme árbol que tenía frente a ella, el árbol sagrado de los elfos.

Regreso a Jorgaldur Tomo V: Reencuentro (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora