Fortaleza (IV)

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Cahldor contemplaba la marcha relativamente ordenada de los regimientos corrompidos a rango que se acercaban a la fortaleza. Había tomado la precaución de añadir seres especializados que podían protegerlos de los previsibles hechizos que lanzarían contra ellos.

La aparición del escudo en la retaguardia había sido una sorpresa y un contratiempo, pero no uno especialmente grave. Sólo necesitaba un poco más de tiempo para hacerlo caer. Estaban atrapados, a su merced.

Fue entonces cuando unos puntos luminosos salieron de la fortaleza. Al principio, parecían demasiado lejanos para preocuparse. Como mucho, causarían algunas bajas entre los que asediaban la fortaleza. Sin embargo, seguían el aire unos segundos después, habiendo recorrido una distancia que parecía imposible.

Cahldor estaba seguro de que ningún hechizo de sus enemigos podía llegar tan lejos. Incluso si hubieran conseguido mover una catapulta, estas no tenían tanto rango, ni siquiera la mitad.

Claro que él no sabía que se habían construido unas especiales para tal tarea. Había sido necesario limitar el tipo y peso de los proyectiles, además de utilizar materiales muy valiosos. Por no contar la inscripción de runas y círculos mágicos por toda su estructura. Había sido la obra conjunta de varias razas.

Se empezó a preocupar cuando quedó claro que aquellos puntos luminosos eran algún tipo de proyectil. Su altura y velocidad hacía imposible cualquier intento de detenerlos, además de que no había protecciones en los seres corrompidos que disparaban contra la puerta de la ciudad. Era totalmente innecesario protegerlos cuando toda el área estaba infestada de perdidos. Por lo menos, eso había creído hasta entonces.

No tardó en ser evidente que iban a caer en medio de su ejército. Maldijo para sus adentros. No se podía haber imaginado que tenían los medios para atacar a las fuerzas allí dispuestas, a tanta distancia. Sobre todo, cuando tenían enemigos a sus puertas.

Aunque aún menos podía imaginar la devastación que aquellos proyectiles iban a causar. No fue hasta que estallaron y sintió el poder purificador que entendió la magnitud de la amenaza.

–¡Malditos idiotas! ¿¡No pueden simplemente morir!? ¡Tú, manda a los alados! ¡Tenemos que destruirlos antes de que vuelvan a disparar!– ordenó a la sombra.

Aunque no pudo evitar la siguiente ráfaga. Las catapultas habían de cargarse de maná, por lo que eran lentas de disparar. A pesar de ello, cuando el primer impacto llegó, el segundo ya estaba preparado.

Intentaron enviar a algunos alados a interceptar los proyectiles, pero el poder purificador los destruyó al acercarse. Lo mejor que podían hacer era separar sus tropas, disminuir la densidad para que el daño fuera menor, pero había demasiadas como para lograrlo con rapidez.

Pronto, pudo comprobar la magnitud de la destrucción. A cien metros alrededor de cada impacto, no quedaba ningún perdido. Lo peor era que la zona estaba totalmente purificada, y algunos seres corrompidos empezaban a despertar.

–¡Mierda! ¡Llena la zona de miasma! ¡Elimina a los purificados!– se exasperó Cahldor.

No obstante, solo podía mirar, y esperar a que la sombra cumpliera sus órdenes, mientras veía sumir en el caos y las bajas al ejército que atacaba la puerta. El mayor problema era que, al verse obligados a dispersarlos para reducir las pérdidas, significaba que la ofensiva contra la puerta disminuiría sensiblemente.

–¡No!– se desesperó el traidor de los Guardianes del Norte cuando se dio cuenta del resultado, unos minutos más tarde.

La tregua en la ofensiva no sólo había detenido el progreso, sino que estaba dando a la puerta tiempo para regenerarse. La energía de las defensas había conseguido sobrepasar al daño recibido por primera vez en años, permitiéndole repararla. Estaban perdiendo años de esfuerzos, y aún era pronto para reanudar la ofensiva.

–¡Os mataré a todos! ¡No volveréis a interponeros!– amenazó a los defensores de la fortaleza.



Tras el primer impacto, los Guardianes del Norte celebraron el éxito. Estaban en una situación crítica, cerca de ser superados por sus enemigos, pero al menos estaban cumpliendo su misión. Incluso en la distancia, el brillo de la purificación era evidente.

No podían apuntar con precisión, pero la densidad de enemigos era tan grande que era casi imposible fallar. Tras el primer disparo, movieron ligeramente la catapulta antes de volver a lanzar los proyectiles purificadores. No tenían más de unas pocas decenas, pero era suficiente para causar estragos entre los seres corrompidos.

–Ojalá uno le cayera a ese sucio traidor en la cabeza– musitó Menxolor.

–Eso estaría bien. Me gustaría verlo– rio una guardiana, mientras miraba a la segunda tanda de proyectiles salir disparada.

Puede que estuvieran en grave peligro, pero esa era incluso una razón más para reír. Probablemente, ya no podrían hacerlo nunca más.

–¡Balista uno lista! ¡Vamos a probarla!– informó entonces uno.

Varios de los guardianes habían ido trayendo las enormes flechas. Una vez llenas de maná, explotaban al impacto. Aunque, la primera, la dispararon vacía. No les sobraba maná, y no sabían si funcionaría.

Se quedaron mirando la trayectoria, y la propia balista.

–Tiembla un poco, y es difícil apuntar bien. Pero los enemigos son demasiados como para no darles– valoró el mismo de antes.

–Carguemos las flechas entonces. Los de rango tienen prioridad. A ver si les damos– ordenó Menxolor –. ¿Cómo va la segunda?

–Le faltan un par de piezas. Si las encuentran, la podremos acabar de montar enseguida. Han ido a sacarlas de las balistas del otro lado. No creo que la comandante se enfade si las rompemos– explicó otra guardiana, bromeando.

–Te he oído– se oyó a la comandante, bromeando también.

Se conocían todos bien, y aquella podía ser la última oportunidad de bromear con sus amigos. Si hubieran traído alcohol, quizás estarían brindando, bebiendo un último trago.

Mientras, algunos magos atacaban a los enemigos a pie de muralla. Aunque era imposible acabar con todos, al menos querían hacer el mayor daño posible.

Fue entonces cuando descubrieron una nube negra dirigiéndose hacia ellos.

–¡Enemigos aéreos!– avisó el vigía.

Estaba controlando las instalaciones de la fortaleza para observar a distancia. Eran similares a telescopios, funcionaban con maná, y podían controlarse desde la sala de mando.

–Las defensas antiaéreas están orientadas al otro lado, pero se pueden girar. No tienen mucho rango, pero al menos podrán darles un buen recibimiento. Necesito a todos los arqueros en la sala de defensa aérea– ordenó la comandante.

Se necesitaba pericia para controlar esas armas, y los arqueros ya la tenían. No era muy diferente a apuntar con arcos y flechas. Además, ya les había dado todas las explicaciones durante el viaje.

Fueron unos diez. Necesitaban más del triple para explotar todo el rendimiento de las defensas, pero no tenían más. Incluir a operadores no cualificados supondría un desperdicio de energía, y no tenían de sobras.

Activar, reemplazar y manipular los núcleos de energía era una tarea especializada, difícil de llevar a cabo en medio del combate sin interrumpir el flujo de energía. No se podían permitir un fallo en el escudo 

Regreso a Jorgaldur Tomo V: Reencuentro (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora