Ataque coordinado (III)

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Gjaki entró sola por una ventana, seguida de cierta lince. La Marabunta las había precedido y erosionado las marcas de magia, cuando las trampas no habían simplemente estallado. Era una función que en el pasado no poseía, pero que había ido desarrollando con los años.

En su día, cuando los mercenarios Shabeladag y Lulorha habían presenciado la Marabunta, se habían interesado, preguntado y sugerido. Entre otras, habían querido saber si podía hacer algo con las trampas mágicas.

A Gjaki le había parecido una idea interesante. Así que, tras descubrir que podían interaccionar con el maná, había estado practicándolo contra sus propias trampas. Ahora, era capaz de dirigirlas para que atacaran las fluctuaciones de maná. Si tenía suerte, las desactivaba. Si no, explotaban, y unos cuantos de sus bichos de maná eran engullidos por la explosión. No era discreto, pero sí efectivo.

Poco después, encontró a un vampiro nivel 73 que estaba atacando frenéticamente a los pequeños seres de maná. Se lo veía ansioso y algo asustado. Aquellos bichos eran débiles, pero eran muchos. Aunque los ataques de los seres de maná no eran peligrosos, sí lo era su acumulación.

Con Explosión de Sangre, se quitó la veintena que estaban subiendo por sus pies o habían caído sobre su cabeza. Su respiración era agitada, y en sus ojos podía entreverse que no sabía cómo lidiar con aquello.

Claro que eso no tuvo que preocuparle mucho más. Unos colmillos se clavaron en su hombro, y Trastornar lo aturdió. Perdió también gran parte de su maná debido a Ñam, Mana, pues crear y operar la Marabunta no era gratis. No tardó en perder el conocimiento, aunque su atacante no lo mató, todavía no.

Se giró y se metió por un pasillo. Sus criaturas habían detectado muchas presencias.



–¿Qué hago con ellos?– se preguntó la vampiresa.

Allí había un grupo de vampiros relativamente débiles. Se los veía aterrados, no estaban armados, y resultaba evidente que no eran guerreros. Además, no percibía en ellos el aura sanguinaria de los otros vampiros, que daba una idea a cuántos habían masacrado. Parecían inofensivos.

Entre ella y la felina habían apresado a tres por el camino que sí poseían esa aura, y había esperado encontrarse con fuerte resistencia ante tantas presencias. Por eso, estaba oculta en Oscuridad, esperando el refuerzo de su aliada, que estaba arrastrando el último cuerpo, escondiéndolo. Sin embargo, al encontrarse con aquellos vampiros, suspiró y desactivó su camuflaje.

–¡¿Quién eres tú?!– preguntó uno de ellos, casi entrando en pánico.

Ella activó Linaje y Sed de Sangre, amedrentándolos aún más. Más de la mitad se desmayaron.

–¿Me he pasado?– se dijo, un tanto incómoda ante el resultado de su acción.

Al menos, quedaban algunos en pie. Bueno, más bien estaban en el suelo, mirándola con ojos llorosos, y prefirió no preguntarse qué eran ciertos charcos. Ni siquiera cuando desactivó ambas habilidades se tranquilizaron.

–Aquí hago yo las preguntas. ¿Quiénes sois y por qué estáis aquí?– exigió, mirando a cada uno de los que estaban despiertos.

–So... Somos trabajadores, ar... artesanos, magos. Esta... Estamos aquí para trabajar– confesó una vampiresa de pelo verde corto.

–¿Para crear una fortaleza? ¿Una base?

–Sí...– admitió, con unos ojos muy abiertos que expresaban la sorpresa de que la recién llegada conociera los planes secretos.

–Si te pregunto quién está detrás, ¿podrías morir?– quiso asegurarse Gjaki.

Había sido testigo más de una vez de las consecuencias, y aquellos vampiros parecían más víctimas que verdugos. Cuando la vampiresa de pelo verde asintió, aún más aterrada si cabe, confirmó sus sospechas.

–¿Cómo te hiciste vampiresa?– se interesó Gjaki.

–Un día entraron en mi casa y me secuestraron. Cuando desperté, estaba a su servicio– explicó, estremeciéndose.

–Podría convertiros en mis sirvientes en lugar del vuestro actual padre. ¿Os interesa?– les ofreció.

Ellos abrieron muchos los ojos. Sin pensarlo mucho, asintieron. No podía ser peor.

Gjaki los dejó allí, tras inutilizar los círculos. Estaban protegidos bajo una especie de cúpula traslúcida, que cierto duende le había "prestado" tiempo atrás. Permitía aislar vampiros de sus progenitores, de tal manera que no podían ejecutarlos ni comunicarse con ellos. No tenía ahora tiempo de convertirlos.

Los dejó allí, vigilados por un discreto Murciélago. Mientras, lo que quedaba de la Marabunta seguía su avance. Los pequeños seres de maná habían sufrido numerosas bajas, pero aún había suficientes para resultar útiles. Por supuesto, podía invocar más, pero el gasto de invocación era significativamente mayor a simplemente mantenerlos.



Mientras bajaba a la siguiente planta, observaba con sincero respeto la batalla de los enanos desde cierto Murciélago. Había cinco vampiros atacándolos, además de más de diez sapos.

Que pudieran defenderse de los sapos no era tan sorprendente, pues su nivel era similar, e incluso mayor el de la pareja de enanos en el centro de la formación. Por contra, los vampiros les sacaban unos cuantos niveles.

El problema para los vampiros era que sus ataques se enfrentaban a la defensa conjunto de los enanos. Los escudos no sólo eran robustos, sino que tenían la propiedad de hacer circular el maná con fluidez entre ellos. La experta dirección de Hortun hacía converger la suma de todos los manás para defenderse de cada uno de los ataques.

Además, no sólo los enanos que sostenían los escudos aportaban maná, sino también los que estaban detrás colaboraban. De hecho, incluso podían lanzar poderosos ataques conjuntos, siempre que sus enemigos se pusieran a tiro. No obstante, el plan actual era sólo contenerlos, a no ser que sus enemigos quisieran retirarse. Si eso sucedía, avanzarían.

En cuanto a los sapos, simplemente los bloqueaban con los escudos, y los atacaban con las lanzas si se acercaban demasiado. No era necesario malgastar demasiado maná contra ellos.

Así que, para los vampiros, aquel grupo de enanos constituía una defensa infranqueable. Por mucho que les resultara frustrante no poder aplastar a aquellos "seres inferiores de bajo nivel", no sabían cómo derrotarlos.

Para hacerlo peor, los enanos no dejaba de burlarse, provocarlos e insultarlos. Tanto es así, que uno de los vampiros, enojado, acabó reuniendo su poder para atacar directamente.

Poco después, yacía en el suelo, inerte, frente a los enanos. Un poderoso ataque conjunto lo había inmovilizado. Las lanzas lo habían rematado.

Así que el resto de vampiros los miraban con rabia, impotencia y recelo. Incluso habían dejado de ordenar a los sapos que acometieran contra ellos, tras comprobar que sólo conseguían que murieran, sin ni siquiera alterar la férrea formación. Era como dar cabezazos contra una pared.

Regreso a Jorgaldur Tomo V: Reencuentro (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora