Día de coronación

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Ninguna coronación que se recordara había tenido el favor popular con el que contaba la nueva reina de Engenak. En la capital, Hnefanak, el entusiasmo resultaba contagioso.

Aunque de la misma sangre real, la nueva reina cortaba con la actitud de su antecesora, y tenía el apoyo de Eldi Hnefa. Quizás, la ausencia de éste era lo que más se lamentaba en la capital, pero el alto humano había declarado que no quería intervenir en los asuntos del reino a no ser que fuera imprescindible.

En parte, venía a decir que no se iba a inmiscuir en el día a día del reino. En parte, amenazaba con actuar si sus promesas se volvían a incumplir, o si alguien intentaba algo contra la nueva monarca.

Por si fuera poco, al mismo tiempo que la coronación, había una boda real. La historia de amor de la princesa y el soldado había corrido como la pólvora, a menudo adornada con variopintos detalles inventados. Nadie dudaba de que Eldi Hnefa lo sabía cuando los había emparejado.

Además, la nueva reina no había esperado a la coronación para hacer algunos cambios. Leyes abusivas como el derecho de pernada o la esclavitud por deudas estaban ahora rotundamente prohibidas.

Muchos impuestos se habían retocado a la baja, así como se planeaba restringir la capacidad de los nobles de subirlos demasiado. Se dejaría a cada territorio tener su política, como siempre, pero se impondrían límites.

Cuerpos de inspectores se iban a preparar para asegurarse de que en ningún territorio hubiera abusos. En caso de que los hubiera, los propios nobles tendrían que responder ante ellos. Después de lo que había sucedido en el salón del trono con el Libro del Juicio, nadie se lo tomaba a broma. Si la justicia real no actuaba, había la posibilidad de que Eldi Hnefa interviniera, lo cual era un poderoso elemento disuasorio.

De hecho, muchas de estas medidas no eran nuevas. Habían existido en el pasado, pero nobles y reyes habían logrado ir erosionándolas para ganar más poder. Quizás, volvería a pasar en el futuro, aunque todos estaban convencidos de que, si así era, no sería pronto.



–¿Tenías que comprarla?– se quejó Eldi.

Iba por una de las calles de la capital, disfrazado para no ser reconocido. Todo tipo de paradas estaban dispuestas a ambos lados, vendiendo comida, banderas y todo tipo de recuerdos.

–¡Claro! ¡Si estás guapísimo!– exclamó Lidia, bajando la voz en la segunda frase.

Tenía en sus manos una figura tallada de madera de un guerrero llevando una hacha en el hombro, y pisando a un noble. Dicho guerrero era una representación de Eldi Hnefa.

Miró al otro lado y suspiró. Líodon vestía orgulloso una camiseta con la cara de su padre, que había comprado en una parada anterior.

Un poco más atrás, Ted reía. Él y Mideltya llevaban la bandera del reino, a la que se le había añadido el rostro de la reina, el del rey y el de Eldi. Había muchas parecidas por todos lados.

–Ríndete, estás rodeado– rio su hijo.

La verdad es que se sentía emocionado, pero también avergonzado. Para hacerlo peor, Gjaki había comprado varias de cada. Se había traído a Chornakish, Diknsa y Coinín, entre otros, "para hacer turismo". Se habían quedado un poco atrás, entretenidos con la comida y el merchandasing de Eldi. La vampiresa había decidido comprar al menos uno de cada.

Lo que el alto humano no sabía era que sus hijos habían encargado lo mismo para su madre a unos amigos de confianza, pues la dríada se lo había pedido. No podía ir en persona, aunque sí lo observaba todo a través de las plantas, no queriendo perderse detalle.

Goldmi y Elendnas no eran tan entusiastas en comprar recuerdos, pero las gemelas los habían obligado a obtener algunos. Se habían asustado al decir una de ellas en voz alta que se parecían a tío Eldi, pero había sido una falsa alarma. No pocos niños lo llamaban así, por mucho que no lo conocieran de verdad.

Hnefi también estaba con ellos, aunque se había hecho invisible. En caso contrario, hubiera resultado sospechoso. Estaba encantado, tanto por estar con Eldi como por el ambiente que se vivía. Igual que sus sentimientos se reflejaban en la gente, los de la gente se reflejaban en él. Al fin y al cabo, era el espíritu de la ciudad.

De repente, Eldi abrió mucho los ojos por unos momentos. Había reconocido a dos de los presentes, un hombre y una niña. Eran Galdho y Dina, el artesano y su hija, a los que había salvado de los condes de Tenakk.

–Hnefi, ¿puedes marcarlos? Son amigos, me gustaría visitarlos luego– pidió al espíritu.

Éste accedió, encantado de ayudar a su padre. Dentro de la ciudad, el espíritu podría saber dónde se encontraban.

–¿Quiénes son?– se interesó Lidia.

–¿Te acuerdas del artesano y su hija que te conté de Tenakk? Son ellos– explicó éste.

–¡Oh, ya es casualidad! Míralos, los dos llevan camiseta y banderillas– rio ella.

Eldi sólo suspiró. Sabía que era una guerra perdida.



Kioniha y Liukton se sentaron en el sofá, cansados, apoyándose cariñosamente el uno en el otro. Había sido un día agotador, pero también apasionante. Parecía un sueño que estuvieran casados, y que fueran reyes. Se miraron y se besaron con ternura mientras esperaban.

Se levantaron de golpe, nerviosos, cuando las fluctuaciones de maná llenaron la habitación contigua. Se cogieron de la mano cuando la puerta se abrió, inquietos, ansiosos, expectantes.

–No estéis tan nerviosos, no mordemos– se burló una voz femenina.

–¡Lidia!– la saludó la reina.

Lidia había acompañado a menudo a la princesa desde la muerte de la reina. Se podía decir que era su consejera oculta.

Líodon sonrió a Liukton amistosamente. También ellos dos habían congeniado, incluso entrenado.

Aunque todas las miradas se dirigieron al tercer invitado. Los reyes se arrodillaron respetuosamente.

–Por favor, levantaros. Estoy aquí sólo como amigo, para felicitaros– pidió éste.

–Mejor levántate, papá es un poco tímido– rio Lidia, aligerando la tensión –. Mejor espera a otro día para pedirle un autógrafo.

–¡Lidia!– protestó la reina, avergonzada.

–Ja, ja– se rio su recién adquirida amiga.

Eldi sonrió ante el intercambio. Parecían llevarse bien, y prefirió ignorar lo del autógrafo.

–Va siendo hora de que la reina active el control del corazón de la ciudad– las interrumpió.

–Esto... Lo siento, pero ya no es posible. Ya no se puede... Desde hace dos generaciones...– explicó la reina, un tanto frustrada.

Temía decepcionar a su ídolo de niñez por no poder hacer lo que se suponía de la reina. El control de muchas barreras, fuentes y funcionalidades varias habían tenido que ser simuladas debido a ello. Era uno de los mayores deshonores de la familia real.

–Lo sé, para eso estoy aquí. Venid conmigo– aseguró el alto humano.

La reina lo miró con los ojos muy abiertos, excitada y con reverencia. Ni por un momento dudó de su palabra. Era imposible hacerlo después de lo que había acontecido no tanto tiempo atrás.

Aunque no por ello dejó de asombrarse cuando la pared se abrió, dando lugar a unas escaleras. No por casualidad, se había elegido esa habitación para poner el Portal.

Regreso a Jorgaldur Tomo V: Reencuentro (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora