Perseguidos (II)

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–¡Avanzad!– ordenó la sombra.

Las Paredes habían caído, pero otras se alzaban un poco más adelante. Resultaba frustrante, pero el cerco sobre su enemigo se había estrechado. Esperaba que no hubiera más detrás de éstas.

Sin duda, aquella fortificación era poderosa, capaz de resistir la corrosión del miasma mucho mejor que cualquier otra barrera de maná que nunca hubiera visto. No podía imaginarse que había sido diseñada precisamente para ello. Sin embargo, la cantidad virtualmente infinita de miasma había acabado por desbordar el hechizo multielemental.

–¡Hijos de hada!– maldijo el espíritu corrompido.

Antes de llegar a la siguiente Pared, las fuerzas corrompidas se habían visto sorprendidas por explosiones de luz. No había entre aquellos Guardianes del Norte muchos expertos de ese tipo de magia, pero sí habían traído consigo unos cuantos artefactos explosivos.

El resultado fue la aniquilación de los seres corrompidos que estaban al frente, los que Kraro consideraba los más adecuados para atacar la barrera. Además, habían purificado el denso miasma que había empujado hasta allí.

–¡Puede que hayáis ganado unos segundos, pero no os salvará!– gruñó entre dientes.

Inmediatamente, ordenó a sus subordinados atacar, mientras traía otros más adecuados para golpear la Pared, y volvía a reunir el miasma. Todo ello, mientras refunfuñaba y prometía torturar a aquellas almas durante toda la eternidad.



–La primera barrera ha caído– anunció un guardián de ojos claros con preocupación.

–¡Bien! ¡Se han comido las minas!– se congratuló otra un poco después.

–No tardarán en atacar la segunda. ¿Cuánto falta?– preguntó Menxolor.

–Está avanzando. No estoy seguro. Diez minutos con suerte. Una hora en el caso peor– respondió Maxlir, el hijo de la Cerrajera Mágica.

Tenía bastantes nociones del oficio de su madre, pues lo había estado aprendiendo durante años con ella. De hecho, no se le daba nada mal. El problema era que sólo podía ver y notar las fluctuaciones superficiales de maná. Lo que había detrás sólo estaba al alcance de quien estaba llevando a cabo la apertura, así que no podía valorar exactamente el progreso.

–Diez minutos aguantará, seguramente el doble. Una hora es imposible– apremió Menxolor.

–Avisadme cuando esté cerca de caer– pidió el guardián, preocupado.

Durante varios minutos, siguió observando con interés e inquietud el minucioso trabajo de su madre. Parecía avanzar demasiado lento, no lo iba a conseguir.

Se giró para revisar el estado de las barreras de maná. Las Paredes Elementales estaban siendo reforzadas, pero no les quedaba mucho tiempo. Se encontró con la mirada de Menxolor, que negó con la cabeza.

–Tres minutos más– movió los labios, sin pronunciar palabra.

Él asintió, mientras sobre su cabeza caía un enorme wívern. La subespecie de dragón fue fulminada por gran número de hechizos, vaciando todavía más las reservas de maná de sus compañeros. Desapareció del cielo, poco antes de golpear contra los frágiles escudos de maná que los protegían por arriba.

Suspiró, no quedaba tiempo.

–Mamá, hay que forzar– le dijo al oído, reticente.

Ésta no respondió, pero las fluctuaciones de maná se intensificaron. No tardó en sentirse una pequeña explosión, a lo que siguió el sonido de unos antiguos mecanismos. Una invisible puerta de roca se abrió antes sus ojos, mientras ella se retorcía de dolor.

Aquel lugar databa de una era muy lejana, y ni siquiera se sabía cómo estaba construido. Quizás, si ciertos seres-topo hubieran estado allí, podrían haberles dado algunas pistas.

–¡Mamá!– exclamó el guardián, agachándose para sostenerla.

–Es... Estoy bien. Sólo necesito des... cansar. Lo conseguí, la abrí...– sonrió ella.

Sin embargo, la palidez de su rostro y la debilidad de su voz indicaba lo contrario. Forzar la cerradura mágica era un procedimiento arriesgado, ya que podía fallar, inutilizándola. Además, se tenía casi garantizado el estallido del maná, al fluctuar caóticamente. Sin embargo, era el método más rápido.

–¡Entrad! ¡Rápido! ¡Vaciad todo el maná en reforzar las defensas los que aún puedan!– ordenó Menxolor.

Así lo hicieron. No les quedaba mucho maná, pero les permitiría ganar unos segundos más. El propio Menxolor cogió a la Cerrajera de un costado, mientras su hijo lo hacía del otro. La entraron al refugio, casi arrastrándola. Los demás, se apresuraron a seguirlos.

–¡Cerrad la puerta! ¡Tirad de la palanca!– gritó Maxlir, pues él estaba un poco lejos.

El penúltimo en entrar tiró de ella con todas sus fuerzas, enseguida ayudado por la última. La palanca estaba atascada. Todos los miraron con ansiedad, y los más cercanos se apresuraron a ayudar.

Las Paredes estaban a punto de ceder. Si no la lograban cerrar, estarían perdidos. Todos respiraron con alivio cuando la palanca empezó a ceder, y la puerta empezó a cerrarse. Aunque entraron en pánico cuando la palanca se rompió, quedándosela una de ellas en las manos.

–¡Mierda!

–¡Ayudadme a empujar la puerta!

–¡Todos juntos! ¡Vamos!

La puerta se fue cerrando, aunque la velocidad no aumentaba por mucho que empujaran. Extrañados, empezaron a soltarla, hasta que comprobaron que se cerraba sola. La palanca había activado el mecanismo, ya no era necesario hacer nada más.

Por desgracia, había activado el mecanismo a la velocidad más lenta. Parecía que no se iba a cerrar nunca, y las defensas caerían en cualquier momento.

–¡Si os queda maná y tenéis barreras, nieblas o lo que sea, lanzadlas! ¡Todo segundo es precioso!– exhortó Menxolor.



–Por fin cae... Je, je. Ya son míos...– se congratuló Kraro –¡Vosotros, hacia atrás! ¡Vosotros, avanzad!

No quería que sus perdidos más valiosos volvieran a explotar. Así que mandó a los más débiles primero.

Se encontró con que los perdía de vista en una extraña niebla. Con que estos actuaban confusos, al no poder avanzar. Aunque no hubo explosiones ni ataques.

–¡Maldita sea! ¡Avanzad! ¡Atacad!– mandó, furioso.

El resultado fue un tanto caótico, con algunos de los seres corrompidos incluso matándose entre sí. Cuando finalmente la suma del miasma, el agotamiento del maná y la acción de los perdidos logró disipar aquella especie de neblina, y romper las barreras de maná, allí no había nada. Incluso el grabado había desaparecido.

–¿Dónde están?– se quedó la sombra mirando estupefacto. No entendía cómo habían podido desaparecer.

–¡Atacad TODO! ¡Golpead la roca! ¡Vosotros, buscad en el suelo!– gritó.

Pronto, muchos perdidos rompieron sus puños, cuernos e incluso cabezas al golpear contra la dura piedra. En cuanto a los seres subterráneos corrompidos, exploraron la tierra, pero no pudieron atravesar la roca. De alguna forma, los vivos se habían esfumado.

Regreso a Jorgaldur Tomo V: Reencuentro (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora