Preparativos (II)

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Elendnas suspiró. Quería ir con su mujer, pero los argumentos de Melingor eran convincentes. Necesitaban cuanto más voluntarios mejor, y él podía ayudar a ello.

–Está bien, dirigiré a los elfos que quieran luchar junto a mí– aceptó finalmente.

–Gracias, Elend, haré correr la voz. Todos quieren volverte a ver en acción. Vendrán a cientos– aseguró Melingor, recordando cuando los dos formaban equipo.

–Más les vale– amenazó éste.

–No te preocupes, estaré bien. Es como mejor nos puedes ayudar. Necesitamos que los distraigáis– lo abrazó su mujer.

En realidad, también la elfa quería que su marido fuera con ella. Pero aparte de que debían ser pocos, Melingor tenía razón. Elendnas era un ídolo para los elfos. Su presencia animaría a muchos a ir, sin necesidad de explicar el porqué, pues eso daría pistas a sus enemigos. Era suficiente con que el elfo declarara que había vuelto y que quería combatir la corrupción.

Esperaban que muchos elfos se unieran, lo que podían aprovechar para animar a otras facciones. Sin duda, sus enemigos sospecharían, pero difícilmente podrían imaginarse cuál era su objetivo real.

Los generales no tendrían más remedio que enviar sus fuerzas para enfrentarse al ejército si no querían verse arrinconados. Además, la tentación de luchar contra ellos dentro del miasma era muy fuerte. La oportunidad de corromperlos era demasiado atractiva para los espíritus caídos.



Maldoa abrió los ojos, se levantó y estiró las piernas. Respiró hondo, aspirando el aire puro en sus pulmones.

A su alrededor, se extendía una inmensa pradera que cubría lo que había sido el Valle de los Muertos. Incluso algunos pequeños árboles se alzaban entre la vegetación baja, lo que parecía imposible en tan poco tiempo. El poder de las dríadas había obrado el milagro.

De los nomuertos restantes, no quedaba ni rastro. Las plantas, estimuladas por el poder que había circulado a través de la drelfa, los habían purificado. Sus almas habían sido liberadas, y sus restos físicos se habían convertido en nutrientes.

Nadie hubiera dicho que unos meses atrás aquello había sido un lugar desolado con una terrible aura de muerte. Ahora, la vegetación exhalaba vida, y algunas aves e insectos alados habían sido los primeros en colonizar el lugar.

Pequeños roedores y algunos herbívoros también empezaban a verse en las afueras, y con el tiempo acabarían expandiéndose. Ello atraería a sus depredadores naturales, y no serían los únicos en reclamar un espacio.

Los árboles tardarían en crecer, pero lo harían con firmeza bajo el cuidado de las dríadas. Normalmente, no se inmiscuían tanto en un entorno natural, pero aquello había sido un lugar de muerte que había que reparar.

La drelfa sonrió ante lo que sus ojos le mostraban. En cierta forma, conocía a cada una de aquellas plantas íntimamente. Ella había propagado meticulosamente el poder que le era transmitido, sintiéndose una con la tierra y sus hermanas como nunca lo había sido.

Aquello la había cambiado en más de un aspecto. Su unión con las dríadas era más plena, ya no se sentía diferente. Bueno, en realidad sí, pero ya no importaba. Se había completamente aceptado, completamente entendido que su diferencia no era una maldición, sino todo lo contrario.

Quizás, no podía hacer todo lo que las dríadas podían, pero podía hacer lo que éstas no. Su condición de semielfa le permitiría cumplir una misión que era imposible para una dríada, actuaría como su representante.

–Ahora tengo el poder para ayudarla– se dijo, apretando los puños.

Podía sentirlo claramente. Su cuerpo había sido bañado durante meses con el poder de las dríadas. Había circulado a través de ella para llegar a todo el valle, y en su camino, la había fortalecido, promovido su desarrollo, intensificado su conexión con la naturaleza.

Abrió la mano, reuniendo el maná para lanzar uno de sus hechizos, pero pronto frunció el ceño y dejó que se disipara.

–Demasiado poder. Necesito practicar para controlarlo– se dijo.

Al menos, las habilidades correspondientes a su parte dríada no tenían ese problema. Su conexión con la naturaleza era más profunda, y su manipulación más exquisita.

–Esperadme, llegaré pronto– pidió al viento.

–No te preocupes, aún tienes tiempo– le aseguró una voz.

–Felicidades. Lo has hecho más que bien– la felicitó otra.

–Ten cuidado cuando vayas– se preocupó una tercera.

–Lo sé, mamá. Tendré cuidado– prometió Maldoa.

–Estoy orgullosa de ti... Has crecido tanto... Snif... Aún me acuerdo cuando eras una niña pequeña tropezando con las raíces, confundida por sus auras– sollozó la dríada.

–¡Mamá! ¡No empieces!– protestó la drelfa, avergonzada.

–Yo también me acuerdo. Era monísima. Mírala ahora, quejándose por nada– la provocó Melia, divertida.

–¡Tía! ¡No la ayudes!– se quejó Maldoa.

–Ja, ja. Vale, vale. A cambio, cuida de Eldi por mí– le pidió.

–Claro. Te lo enviaré cuando esto acabé– prometió la drelfa.

–¿Y a mí? ¡Yo también quiero uno!– reclamó otra dríada.

–El mío con ojos amarillos y orejas peludas triangulares– pidió otra.

–Yo me conformo con que sea buen cocinero.

–Glotona...

–Claro, tú no... Cuando Goldmi nos envíe los postres, nos repartiremos tu parte, ya que tú no la quieres.

–¡Yo no he dicho eso!

–Asegúrate de cuidar de Goldmi. Podríamos hacer una fiesta cuando vuelvan.

–Eso. Maldoa, tú te encargas de traer a la cocine... a Goldmi.

–Creo que tengo problemas con mi poder. No os oigo– disimuló Maldoa.

–Eso mismo hacía de pequeña cuando la regañaba...– recordó su madre.

–¡Mamá!

–Pensaba que no me oías...

Durante un buen rato, las dríadas siguieron hablando, riéndose, de y con Maldoa. Estaban felices por ella, pero también preocupadas. La drelfa tenía ante sí una misión peligrosa, que sólo ella podía llevar a cabo.

Así que, a su manera, intentaban animarla. De hecho, por mucho que se quejara o protestara, ella lo sabía. Se sentía más que conmovida. Se sentía querida y apreciada. Sentía que era una de ellas. Que todas eran sus queridas hermanas. Bueno, aparte de una molesta madre, a la que a pesar de todo quería con toda su alma.

Respiró hondo, reacia a dejar la conversación, a dejar de prestar atención a aquellas voces alegres. Tenía que practicar. Era necesario familiarizarse con su incremento de poder lo antes posible. Su amiga la necesitaría pronto. Bueno, varios amigos. Quizás, el mundo entero.

Ella sola no podía hacerlo, pero era una pieza necesaria. Conocía los riesgos y su importancia, y había aceptado la responsabilidad.

Regreso a Jorgaldur Tomo V: Reencuentro (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora