Fortaleza (I)

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Los Guardianes del Norte avanzaban con rapidez, con sentimientos encontrados. Debido al contorno de las montañas, muchos reconocían las tierras que recorrían, pero al mismo tiempo resultaban irreconocibles. Habían vuelto a lo que había sido su hogar, pero apenas quedaba nada de lo que había sido.

No pocos tuvieron que reprimir sus lágrimas. Allí se habían alzado inmensos árboles, bajo los cuales habían jugado de niños. En otra dirección, se debía extender un enorme lago de aguas cristalinas, que ahora no era más que unas ciénagas negruzcas, donde nada crecía. La extensa planicie, donde se cultivaban todo tipo de alimentos, ahora tan sólo era un yermo oscuro.

No es que no lo supieran, no es que no lo hubieran esperado, pero igualmente les partía el alma. Su hogar se había convertido en una tierra corrompida sin vida, como tanto otros a lo largo del Bosque Perdido.

Al menos, ellos estaban vivos, y tenían la esperanza de recuperar su pueblo. Otros no habían tenido tal oportunidad. La corrupción los había engullido sin remedio, matándolos rápidamente si habían tenido suerte. Les había dado una muerte lenta si habían sido desafortunados. Los había corrompido si el destino había estado en su contra.

–Allí, mirad– apuntó una de ellos.

A lo lejos, se alzaba la Gran Puerta, la entrada principal a su ciudad subterránea, mirando hacia el sur. Para ella, parecía que nada había cambiado. Seguía allí, imponente, imperturbable al paso del tiempo o la corrupción. Daba la impresión de que nada podía afectarla.

–La puerta sureste está limpia– apuntó otro, que había estaba usando una especie de catalejo mágico para observar en la distancia –. También la suroeste.

–Era de esperar. Lo más probable es que estén en la noreste, era la más débil– asumió Menxolor.

Un poco más tarde, volvieron los exploradores, confirmando parte de su suposición.

–Puerta oeste limpia. Ni siquiera se ve un perdido– apuntó otra.

–Lo mismo en la este. Todo está silencioso y vacío. Es escalofriante– explicó el otro explorador.

–Puede ser una trampa– avisó otro guardián.

–Sin duda. Si no es aquí, será en otro lado. Sigamos con el plan– terció Menxolor.

Todos sabían el peligro que corrían. Conocían el lugar, pero también su enemigo. Cahldor seguramente esperaba su visita, estaban convencidos de ello, y había tenido largos años para prepararse. No eran tan ingenuos como para creer que su viaje por la zona corrompida había pasado desapercibido.

No obstante, todos habían asumido su papel. Su misión principal era desviar la atención de sus enemigos cuanto pudieran, incluso si eso suponía sacrificar sus vidas.



Avanzaron cautelosos, rodeando desde la distancia su antiguo hogar, mirándolo con nostalgia. La verdad es que ignoraban cómo estaba por dentro, si aún quedaba esperanza. Sólo podían aferrarse a esa posibilidad.

Tardaron horas en descubrir los primeros enemigos a lo lejos. A medida que avanzaban, su posición les permitía ampliar el ángulo de visión sobre la puerta noreste, y también lo que había frente a ella. Eran decenas de miles de seres corrompidos, formando un amplio semicírculo frente a la entrada.

El espacio justo delante estaba vacío, siendo la razón evidente. Aquellos perdidos estaban especializados en ataque a rango, y bombardeaban continuamente la enorme puerta. Cualquiera cosa que estuviera cerca, sería aniquilada.

Su tamaño era la mitad que el de la entrada principal, pero aun así era inmensa. No sabían cuántos años había estado resistiendo el continuo bombardeo, ni sabían en qué estado se encontraba. Era imposible inspeccionarla desde esa distancia, y evidentemente no podían acercarse a ella. Lo que sí sabían era que no debía de quedar mucho, que no tendrían otra oportunidad. La profecía de Menxilya había sido bastante clara en ese aspecto. El tiempo se les acababa



–Allí está– señaló una de las guardianas.

Todos se acercaron a su posición, superando la loma que les había impedido verla hasta entonces. Como habían descrito los exploradores, la fortaleza estaba intacta. Nada había perturbado los sellos dispuestos cuando su civilización se había sumido en un largo letargo.

Era una de las fortalezas que protegía su ciudad. Dominaba las tierras al noreste, permitiendo defenderse de cualquier ataque que llegara desde esa dirección. Las murallas naturales que se alzaban frente a ella dejaban un único paso, y la fortaleza lo bloqueaba ahora que sus puertas estaban cerradas. Si sus enemigos querían atacarlos desde allí, primero tenían que tomar la fortaleza. Por desgracia, los enemigos habían estado dentro, no fuera.

–Nadie la ha tocado. Cahldor nunca la hubiera dejado intacta, a no ser que fuera una trampa– valoró el mismo guardián que antes había temido una.

–Sin duda, pero no tenemos otra opción– le cogió de la mano su mujer.

Todos se quedaron mirando con solemnidad la imponente fortaleza. Se temían que sus compañeros tenían razón, que aquel lugar podía ser su tumba. De todas formas, aunque así lo fuera, lucharían hasta el último aliento.

Ya habían reunido su resolución antes de partir, y se habían enfrentado a varias situaciones desesperadas. Por mucho que temieran la muerte, el miedo no les iba a amedrentar. Tenían una misión que cumplir, la de darle una oportunidad a su pueblo. No podían fallarles.

No avanzaron hasta la entrada de la fortaleza, sino que tan sólo se acercaron hasta tener una de las paredes interiores a la vista. Allí, había una extraña inscripción, que tan sólo funcionaba si la fortaleza estaba sellada, como era el caso.

–Cógelo– ofreció Menxolor una enorme piedra tallada.

Era del tamaño de un balón de baloncesto, y su forma similar a una esfera, aunque era un poliedro tallado con diferentes tipos de caras. Una de ellas estaba vacía, y mostraba el interior hueco de la gema.

–Gracias– lo cogió una guardiana.

En el pasado, había sido la comandante de la fortaleza. Para ella era el honor de activar la llave.

Imbuyó maná en la gema, y esta empezó a brillar, concentrándose la luz en el hueco. Tras unos largos segundos, la luz surgió del interior de la gema y alcanzó la inscripción. En ésta, se activaron extraños patrones, que reflejaron la luz hacia atrás, aún más intensa.

Por unos instantes, un poderoso brillo envolvió a los guardianes, cegándolos. Cuando abrieron los ojos, estaban dentro de la fortaleza, en la habitación de mando. Varias pantallas de maná empezaron a aparecer, mostrando los alrededores y su interior. La fortaleza había despertado.

Fue entonces cuando todos oyeron una voz que les resultaba familiar, aunque quizás era más ronca y tenebrosa de lo que recordaban. Venía de fuera, pero la podían escuchar desde el interior de la habitación, pues el sonido era transmitido hasta allí.

–Bienvenidos, llevaba mucho tiempo esperándoos. En el pasado, os fuisteis sin decir nada, fue muy feo de vuestra parte. No os preocupéis, no os lo tengo en cuenta. Incluso os he preparado una calurosa bienvenida. De nuevo, bienvenidos a la que será vuestro hogar para siempre, vuestra tumba.

–Cahldor– musitó Menxolor, con ira en su voz.

Regreso a Jorgaldur Tomo V: Reencuentro (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora