Origen (II)

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La llegada de la corrupción había aislado a Moslina de sus hermanas. Con su poder y la ayuda del Origen, había ocultado todo rastro de su hogar. Como era habitual en su raza, los conceptos de su hogar y el Origen se superponían.

Solamente había dejado un leve traza, que sólo sus hermanas podían reconocer. Aunque era imposible que una dríada llegara hasta allí a través de la corrupción. Sin embargo, una media dríada si lo había hecho, apoyada en su mitad elfa y sus compañeros.

Quizás por ello, la dríada la había abrazado efusivamente, y no quería dejarla ir. Si bien la drelfa se había sentido conmovida al principio, empezaba a resultar un tanto sofocante.

–¡Goldmi! ¡Ayúdame!– pidió a su amiga.

–¿Cómo?– se sintió ella impotente.

No se veía capaz de separarlas. La dríada sin duda se había sentido muy sola durante tantos años.

–¡Saca algo de comer! ¡Cualquier cosa!– suplicó Maldoa.

–¿Quieres decir...? Bueno, veamos...

Al sentir el aroma, Moslina soltó a la drelfa y se acercó a la elfa tan rápidamente que la sobresaltó. Sus ojos miraban fijamente la tarta de frutas del bosque que parecía recién hecha, y que desprendía un aroma de lo más tentador. Su boca, semiabierta, estaba empezando a babear.

–¿Qui... Quieres?– ofreció.

La dríada asintió varias veces, mirando muy fijamente la tarta. Aunque podría habérsela arrebatado, ni siquiera hizo la intención. Una dríada nunca robaría la propiedad de otros, por mucho que lo desee.

Goldmi sonrió, cortó un generoso trozo, y lo puso en un plato frente a la dríada. Junto a la tarta, le sirvió un zumo de una fruta amarillo-verdosa.

–¡Está increíble! ¡A Guslia le encantaría!– exclamó la dríada entre bocado y bocado.

–La conoces bien. Es su preferido– sonrió la elfa.

–Ah... Vaya... ¿Cómo están todas? Tú... Eres Maldoa, ¿verdad?– se dirigió a la drelfa.

–Sí– asintió ella, sintiéndose feliz por haber sido reconocida.

–¿Me puedes explicar todo lo que ha pasado? ¿Por qué estáis aquí?– pidió.

Lo hizo muy seria, aunque las migas en sus mejillas restaban bastante solemnidad. Por no hablar de sus labios teñidos del amarillo-verdoso del zumo.

–Claro– se acercó la drelfa.

Se sentó en el suelo frente a la dríada, y extendió sus raíces. Le resultó realmente agradable y relajante hacerlo en una tierra limpia, sin corrupción, llena de vida.

Sus raíces se encontraron con las de Moslina, entrelazándose. No era necesario el contacto físico, pero era mucho más rápido para expresar tanta información.

Estuvieron un rato en silencio, con los ojos cerrados. Los demás las observaban, también en silencio. A excepción de una niña que pronto se cansó, y empezó a recorrer el exuberante pero más bien reducido lugar.

Al cabo de un rato, abrieron los ojos.

–Ya veo, todo eso ha pasado... Tantas plantas muertes...– musitó la dríada, volviéndose a los demás.

Su tono era triste. Habiendo sido aislada, le había sido imposible averiguar la magnitud de la corrupción. Conocerlo, le había supuesto un grave pesar.

–Os agradezco vuestro esfuerzo. Haré todo lo posible por ayudaros. No sé si mis otras hermanas sobrevivieron, pero si lo hicieron, contactaré con ellas. Quizás, ahora incluso podamos contactar con las demás– explicó.

–¿Hay algo que podamos hacer?– preguntó Goldmi.

–Seguid con vuestra misión. Si encontráis a otras, despertadlas. Y... ¿Tienes más tarta?–pidió.

–Claro. Y tengo más platos. Mira...



Todos los perdidos que habían convergido hacia ellos cuando se había abierto la grieta, se habían detenido en cuanto la dríada los había dejado pasar y la había cerrado. Por ello, cuando los volvió a dejar salir, la mayoría aún estaban lejos. Los que no, no eran suficientes para ponerlos en peligro.

Así que simplemente siguieron su camino, acabando con cuantos se encontraban a su paso. No tenía sentido intentar atraerlos y destruirlos. No era su misión, y no querían perder más tiempo del estrictamente necesario. Además, Moslina había asegurado que ella se encargaría.

Habían realizado un gran desvío para matar a los generales y despertar a la dríada. Así que era hora de apresurarse.



La dríada los vio marchar, sintiéndose de nuevo sola. Durante todos estos años, había ido despertando en ocasiones, comprobando que nada había cambiado. Inmediatamente, se había vuelto a dormir.

Para una dríada, la soledad era insoportable. Esa era una de las razones por las que había hibernado, aunque no la única. No obstante, ahora tenía un propósito. Debía estar lista para cuando llegara el momento, y tenía que conseguir ayuda.

–Espero que estén bien– deseó.

En aquel entonces, desesperada, había intentado contactar con sus hermanas. No obstante, el miasma era sumamente agresivo, y había atacado todos sus intentos. Con el paso de los años, se podía decir que se había sosegado, incluso diluido.

No obstante, cada vez que despertaba, estaba demasiado aletargada como para intentarlo de nuevo. Además de que el consumo de poder era importante, y de que había el peligro de comprometer su posición o la de sus hermanas. Al fin y al cabo, no tenía ni idea de cuál era la situación.

Los recién llegados no sólo le habían otorgado dicha información, sino un propósito, un plan. Así que, discretamente, sus raíces se extendieron más allá del Origen donde estaba su hogar, si es que no eran lo mismo.

Nada más salir, la corrupción empezó a atacarlas. Claro que era un ataque estático, que perdía fuerza progresivamente a medida que el poder corrompido se agotaba. El miasma se movía despacio por el subsuelo, así que era lento en reabastecer el consumido cada vez que atacaba. No era como en los primeros momentos de su invasión. Ahora, aunque consumía parte del poder de la dríada, podía defenderse con facilidad.

Extendió sus raíces en todas direcciones. En parte, para distraer a sus enemigos, si es que había algún ente consciente vigilante. Si era el caso, no sabría cuál era su objetivo principal.

La otra razón era encontrar a los miles de seres corrompidos, tenerlos controlados. Si no se movían, le era más que factible. Cuando llegara el momento, podría ser más que útil.

Poco a poco, con el paso de los minutos, de las horas, de los días, las raíces se fueron extendiendo, hasta que al fin llegaron al primero de sus objetivos.

Una raíz atravesó con facilidad la barrera dimensional que separaba aquel Origen. En cuando llegó, se encontró con una extensa red de raíces que contrastaba con la desolación que había encontrado hasta ahora.

–¿Hermana?– preguntó, expandiéndose esa pregunta por todas las plantas.

–¿Moslina?– respondió medio dormida la voz de otra dríada –¡Moslina!

–Buenos días. Despierta del todo. Hay mucho que hacer– respondió ésta.

La enorme alegría de Moslina fue transmitida a la somnolienta dríada, así como un cúmulo de sentimientos, algunos de ellos contradictorios. Aquello hizo que la nueva dríada, a pesar de estar aletargada, extendiera sus propias raíces hacia la de su hermana.

–Explícame.

Regreso a Jorgaldur Tomo V: Reencuentro (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora