Redentora (I)

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–¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda! ¿¡Cómo han podido saber para qué lo quería!? ¿¡Cómo han podido saber que les estaría esperando!? ¡¿Cómo me han podido tender esa trampa!?– no se acababa de creer Kan Golge lo que había pasado.

No podía saber que, en realidad, había sido casualidad. Ni siquiera sus enemigos podían haber imaginado que sus acciones iban a ser tan decisivas.

La idea del muñeco haciendo de Menxilya había sido para confundir al enemigo, para ganar tiempo. El collar falso había sido lo mismo. Sabían que su enemigo lo quería, así que se les había ocurrido hacer uno falso. Esperaban así ganar más tiempo, quizás tentarlo, atraerlo.

La emboscada los había sorprendido, pues no imaginaban que los estuvieran esperando, ni tantos enemigos a la vez que no fueran perdidos. De todas formas, el hecho de no haber actuado, de haber parecido asustados, había sido para observar, ganar tiempo para Goldmi, y decidir exactamente qué hacer.

Ni por un momento se habían imaginado que el vampiro se iba a abrir el pecho delante de ellos, sacar una piedra sangrienta y agrietada de su interior, y colocar en su lugar el núcleo falso. Ni queriendo lo podrían haber planeado mejor.

La razón por la que habían ido a aquel lugar era importante, pero también lo era perseguir a su enemigo. Así que pronto el círculo mágico resplandeció, y aparecieron Gjaki, Eldi, Goldmi con la kraken y la lince.

–¿¡Cómo!?– se sorprendió de nuevo Kan Golge.

No podía llegar a imaginar cómo habían sido capaces de abrir de nuevo el portal. Se necesitaba su sangre para ello, y se había asegurado de que no quedara ni una gota.

–¿Nos has echado de menos?– se burló Gjaki, mientras invocaba tres Murciélagos para explorar sus alrededores.

No sabían dónde estaban o qué enemigos podían encontrarse, aparte de un punto en el mapa en territorio enemigo. Sus ojos estaban fijos en el otro vampiro ancestral, mientras sus compañeros llegaban.

Se preparó para lanzarse contra su enemigo, para activar todas sus habilidades, cuando, de nuevo, una barrera se interpuso en su camino. No era tan fuerte como la primera, cuando se había implantado el núcleo falso, pero sí más que la última.

–¡Vosotros lo habéis querido! ¡Me habéis obligado a esto!– amenazó él.

Su situación era crítica, por lo que no quería hacer grandes esfuerzos. Una cosa era estar herido con el núcleo agrietado, y otra muy diferente era tener uno falso. Sabía que, en cualquier momento, se vería obligado a usar sus habilidades de sangre sólo para mantenerse con vida. Se había quedado sin corazón, sin centro de poder, e incluso había la posibilidad de que el actual explotara.

Quería un poco de calma para penar en una solución, aunque fuera provisional. Aún le quedaban unos pocos hijos, y quizás podría usar sus corazones. Aunque debilitado, podría sobrevivir. Por supuesto, sería mejor si pudiera hacerse con el de Gjaki o, mejor aún, el de su desaparecida hija biológica. Obtener el verdadero Corazón de la Llama Eterna era sin duda la solución ideal, pero no sabía ni por dónde empezar a buscar.

Sin embargo, sus enemigos no le dejaban otra opción. Extendió las uñas y se hizo un profundo corte en el brazo, mientras sus enemigos atacaban el escudo.

–Es resistente. Va a costar tirarlo– maldijo Eldi, golpeando con el martillo y su Aura de Fuego.

–Se autorrepara incluso si Descompongo el Maná. No sé cuánto nos llevará. ¿Qué está haciendo?– pregunto Goldmi, preocupada.

–Nada bueno. Sigamos atacando– volvió la vampiresa a atacar con sus dagas y algunos mastines.

Tenían hechizos más poderosos, con los que probablemente podían destruir la barrera. Sin embargo, no se atrevían a usarlos. Si, por ejemplo, Gjaki lanzaba un Rayo de Muerte, no sólo se quedaría sin maná, sino que era muy posible que todos fueran afectados por las secuelas del hechizo. Estaban en una habitación relativamente pequeña, y la explosión los alcanzaría a todos.

Mientras, Kan Golge sacó un recipiente de un armario y empezó a verter el contenido en su herida. Parecía sangre, aunque poco más podían averiguar. La barrera bloqueaba cualquier otra percepción.

Varios litros de ese líquido fueron absorbidos dentro de la herida. Los brazos, piernas y cuerpo de su enemigo crecieron, ganando volumen. Parecía que sus músculos se hubieran desarrollado de repente, aunque con un tono rojizo que se filtraba a través de la piel más bien pálida del vampiro.

Sus ojos eran ahora completamente rojos, ya no sólo el iris. Su boca se contorsionaba en una mueca entre dolor y rabia. Sus orejas puntiagudas sangraban por dentro, lo que le daba un aspecto aún más terrible.

Se lo quedaron mirando, preparándose para el inminente enfrentamiento. Era evidente que no iba a huir, así que ya no tenían tanta prisa por tirar la barrera. De hecho, dejaron de atacar, quedándose en posición, añadiendo incluso una Área de Defensa, una de Ataque, algunas trampas, extendiendo hilos, renovando bendiciones.

No sabían cuán poderoso era con aquella transformación, pero su enemigo parecía confiado en enfrentarse a ellos. No obstante, parecía temporal, así que era una buena idea perder tiempo.

Claro que Kan Golge no tenía intención de perderlo. Dado que la barrera había sido levantada por otro de sus artefactos, también podía desactivarla. En cuanto lo hizo, Gjaki abrió mucho los ojos. Reconocía esa aura.

Sin perder tiempo, se abalanzó sobre ellos. Le pareció que la elfa era la más vulnerable, ya que su rango le era inútil en una habitación cerrada.

Atravesó los Tentáculos sin casi inmutarse. Ignoró el daño de los Abismos de Luz, y reaccionó rápido al agujero en el suelo, superándolo. Eldi quiso interponerse, pero el vampiro activó una trampa de la habitación. El suelo se deshizo bajo sus pies, para luego atraparlo. Apenas lo tuvo retenido un par de segundos, pero fue suficiente para que el vampiro saltara a un lado y tuviera el camino libre hacia Goldmi.

Mientras se precipitaba hacia ella, desenvainó su espada por primera vez. Ésta tomó un amenazante color rojo, al verse imbuida no sólo por el aura del vampiro, sino por la del líquido que había absorbido.

No creía que su presa pudiera bloquearlo, aunque estaba preparado para seguir atacando si ella lo conseguía. No esperaba que ésta simplemente se dejara caer tras el choque de sus armas, aprovechando el impulso para caer al suelo y golpear el pie del vampiro, todo con la ayuda de Finta al Pie. Salió rodando, apartándose.

De hecho, la lince hubiera intervenido si su hermana no le hubiera ordenado firmemente que se apartara.

Él se volvió rápidamente. Al ver que Gjaki casi había llegado a él, no tuvo más remedio que volverse hacia ella, confiado, pues su fuerza actual tenía que ser muy superior a la de la vampiresa. Lo que sucedió fue no obstante inexplicable para él.

–¿Te atreves a usar sus restos contra mí, la Redentora? Así que tú eras el que estaba detrás...– se oyó la voz enfurecida de Gjaki.

Regreso a Jorgaldur Tomo V: Reencuentro (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora