Ataque coordinado (I)

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–Tardan en llegar– se preocupó un vampiro.

–Los muy... Seguro que están aprovechando para beber toda la sangre que pueden– los maldijo con envidia otra vampiresa. Ella hubiera hecho lo mismo.

Apenas pausó un momento su trabajo. Tenían que cumplir unos plazos muy estrictos, y el castigo era severo si no lo lograban. El supervisor del proyecto era uno de los hijos más poderosos de su padre. Si en una semana, cuando volviera, no habían acabado el trabajo asignado, tendrían serios problemas.

La base tenía que estar operativa en dos meses, aunque operativa no significaba acabada. Sólo que contara con las defensas suficientes, y los planes de escape. Acabar todo lo que estaba previsto llevaría años.

De hecho, en un principio, estaba previsto acabar esa primera fase en un par de años, pero por alguna razón, se habían acelerado los plazos. Había rumores sobre la muerte de Krovledi, y problemas con un escuadrón especial. No obstante, sólo eran rumores. Nadie se atrevía a preguntar abiertamente.

–¡Buuum!

De repente, se escuchó una fuerte explosión. La fluctuación del escudo de maná que protegía el palacio era evidente.

–¿¡Qué pasa!? ¿¡Nos atacan!?– se alarmó un vampiro.

–¡Enviad a los bichos! ¡Que inspeccionen los alrededores! ¡Quiero saber de dónde viene!– ordenó otro.

–¡Buuum! ¡Buuum!

El escudo fluctuaba peligrosamente. No sólo los ataques eran poderosos, sino que el poder defensivo del escudo era limitado. Al fin y al cabo, aún era provisional. Todavía estaban preparando la cámara para albergar el núcleo de maná.

–¡Buuum! ¡Buuum! ¡Buuum! ¡Buuum! ¡Buuum! ¡Buuum!

Finalmente, el escudo cedió, tras lo cual sólo hubo un solemne silencio. Muchos vampiros estaban asustados ante el ataque de unos misteriosos enemigos, sin duda poderosos. A pesar de ser provisional, la cantidad de poder necesaria para superar el escudo de maná que protegía el edificio era bastante alta. No era algo que pudiera hacerse con tanta facilidad. No entendían cómo podían haberse acercado tanto y atacar sin ser detectados.

No imaginaban que una elfa a lomos de una azor Crecida había llegado a lo alto de una de las torres de vigilancia. Desde allí, simplemente había dejado caer un número nada despreciable de pociones explosivas y rocas.

La torre estaba desierta, y la entrada y escaleras derruidas, así que no tenía mucho sentido vigilarla. ¿Quién iba a pensar que alguien iba a llegar volando en una ciudad subterránea?



–¡Plan de evacuación de emergencia! ¡Los artesanos iros! ¡Pedid refuerzos!– ordenó el encargado.

La mayoría de vampiros eran valiosos expertos con baja capacidad de combate. Su padre había dejado claro que se debía priorizar su seguridad. No era fácil localizar, secuestrar y someter a trabajadores tan especializados.

Los combatientes eran los encargados de controlar a los sapos, las trampas, y comprobar la seguridad en general. Dos de ellos estaban desaparecidos. De hecho, habían caído en manos de sus enemigos, aunque eso era algo sus compañeros ignoraban.

Rápidamente, los trabajadores vampiros corrieron a los círculos de teleportación, inquietos ante los repentinos acontecimientos. Precisamente, uno de los factores que más había retrasado el inicio de los trabajos había sido la creación de dichos círculos, que permitían el tránsito del personal.

Sin duda, su huida y la llegada de refuerzos los sobrecargarían, lo que imposibilitaría usarlos durante un tiempo. Los trabajos tendrían que aplazarse, pero era mejor que la alternativa.

Imbuyeron maná en los círculos, que como siempre brillaron al activarse. Sin embargo, la secuencia final no apareció.

–¿¡Qué pasa!?

–¿A ti también? ¡Mierda! ¡Vamos! ¡Funciona!

–¡Vamos precioso! ¡No me dejes aquí!

–El círculo va, pero no conecta, y les pasa a todos. No tiene sentido, a menos que... ¡Han bloqueado el espacio! ¡Es... Estamos atrapados...!

La explicación de la vampiresa aterró a todos. Era la experta en aquellos círculos. Se encargaba de su mantenimiento, aparte de otros trabajos en la futura fortaleza.

Ninguno sabía qué hacer. Ellos eran especialistas de distintos ámbitos, no estaban acostumbrados a ese tipo de situaciones. De hecho, aparte de cuando habían sido secuestrados y esclavizados, la mayoría no habían vivido nada parecido.

No sabían qué hacer, cómo reaccionar. Si quedarse allí, si seguir probando, si salir corriendo. Claro que tampoco sabían hacia dónde huir.

–¿¡Qué es eso!?– exclamó de repente uno de ellos.

Eran unos pequeños bichos negros que bajaban por las paredes. Al principio, nadie les había prestado mucha atención, pero pronto, de un par habían pasado a decenas, a cientos. Estaban por todos lados.

Amedrentados, se quedaron quietos, sin atreverse a moverse, temerosos de atraer la atención de aquellos extraños seres. Quizás eran pequeños, pero eran muchos, y no había necesidad de ser un genio para entender que no habían aparecido allí por casualidad. Aquello no era un ataque casual.

Ni siquiera se atrevieron a intentar atacarlos. Por nada del mundo querían llamar su atención.



–¿Qué pasa con esos bichos? ¿Por qué no salen?– preguntó irritada una vampiresa.

–Voy a ver– se ofreció su ayudante.

Se asomó entre los sapos que habían salido por la entrada principal del palacio, pero que no avanzaban más allá. Miró incrédulo a lo que los retenía.

Allí, había un pequeño regimiento enano, encabezado por una pareja con escudos más llamativos que el resto. Eran Hortun y su mujer. No habían estado interesados en unirse a la expedición, en recorrer túneles y pelear con algunos "malditos bichos". Sin embargo, cuando les habían informado que pretendían enfrentarse a enemigos poderosos en "formación de escudos", prácticamente habían exigido ir. De hecho, sin "prácticamente".

Ahora sonreían de oreja a oreja, alzando sus escudos rectangulares, protegidos por sus cascos y pesada armadura. Los lanceros estaban justo detrás de ellos, preparados para ensartar a sus enemigos.

Los sapos los habían decepcionado un poco, pero no por ello habían bajado la guardia. Hasta ahora, se habían limitado a bloquear Lengüetazos y Escupitajos. Fue cuando vieron aparecer al vampiro y percibieron su poder que finalmente sonrieron.

–Por fin un jodido enemigo que vale la pena– exclamó Hortun.

–Una cerveza a que el puto cobarde no se atreve a atacar– apostó su mujer.

–Ja, ja. Eso está jodidamente claro. ¡Preparaos! ¡No tardarán en aparecer más malditos vampiros!– alentó Hortus a los enanos.

–¡Déjanoslos a nosotros! ¡Les dejaremos hechos mierda, como un puto colador!– exclamó una de las lanceras.

–¡Apuesto que hago más putos agujeros que nadie!– presumió otro.

–¡Maldito presuntuoso! ¡Voy a volver a ganar el puto concurso de agujeros!– lo desafió otra.

–¡Quién gane puede pedirle a la excelentísima maestra el tipo de cerveza!– anunció Hortun.

Goldmi les había prometido la que quisieran, lo que había levantado aún más los ánimos de los enanos.

Sorprendentemente, aquello no desencadenó otra batalla verbal. Por contra, el sonido solemne del golpear de las armaduras con el puño invadió por un momento aquel campo de batalla. Se lo habían tomado en serio.

Regreso a Jorgaldur Tomo V: Reencuentro (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora