Visita a la superficie

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Cuando el resto de la expedición bajó, los visitantes ya habían recogido los restos de las víctimas. Todo había ido mucho más rápido de lo que habían imaginado los seres-topo.

–Es por allí. ¿De verdad puedes bloquear el otro lado del túnel?– preguntó Vato.

Esa era una de las preocupaciones. Limpiar el otro lado del túnel les llevaría mucho tiempo, y no hacerlo sería un peligro para los seres-topos. Querían aprovechar para recolectar e intentar asegurar este lado del túnel. Con los detectores de vibraciones, podían saber si un ser peligroso aparecía, pero no eran suficientes si había muchos.

Gracias a esos artefactos, las bajas debido a ataques inesperados se habían reducido considerablemente. De hecho, no había habido ninguna en los últimos meses.

Antes de la llegada de Eldi, tenían unos pocos antiguos colocados en puntos claves, y algunos caseros mucho menos fiables. Gracias a que el alto humano les había enseñado artesanías, habían podido recuperar la fabricación de estos, a partir de antiguas recetas bien guardadas. Los herreros no sólo sabían hacer armas y armaduras, sino algunos artefactos.

Así que habían ido colocándolos en todos los túneles, y pretendían también hacerlo en estos. Si eran avisados antes incluso de que llegara al túnel, podían llegar a subyugar a un enemigo nivel 60 sin que hubiera víctimas. La estrategia, colaboración y número eran suficientes para superar esa diferencia de nivel ante un enemigo que estaría aún medio enterrado.

–Claro. Pondré una cuantos muros– aseguró Eldi.

Empezó a crear Muros de Roca más altos y costosos de lo habitual. Resultaba también más lento, pero debía taponar todo el túnel. Con la ayuda de Permanente, no desaparecerían, algo que maravilló a los seres-topo. Para ellos, una habilidad así sería muy útil, pero era demasiado avanzada para su nivel.



–Ya puedes poner el siguiente– le pidió Tica, agitando la mano al cabo de un rato.

Al final, la joven mujer-topo se había salido con la suya. A pesar de que no querían dejarla ir, no podían impedírselo.

Era muy valiosa, pues el resto de alquimistas eran mucho más jóvenes y con menos maná. Pero ella se había negado a quedarse, a que su oficio fuera un castigo.

Además, era la mejor colocando los detectores. La estructura fabricada por los herreros era tan sólo una parte de los artefactos. Llevaban un líquido que ella misma había destilado, y nadie los configuraba con más precisión. Y eso era precisamente lo que acababa de hacer. Los colocaban entre muro y muro, para detectar antes si algo intentaba cruzarlos.

Al final, Eldi acabó erigiendo tres barreras, la primera de ellas doble. Con ello, había gastado bastante maná, que no podía recuperar fácilmente. El nivel de la zona era un tanto bajo para un nivel 100.

–Me voy a recuperar maná. Venid a buscarme en media hora– pidió.

Podía dejar un Portal de Salida, pero ellos iban a seguir avanzando.

–No te olvides de Tica– se burló Fita.

–Ya iba...– se enfurruñó la joven alquimista.

Aunque lo cierto es que estaba un tanto asustada. Había prometido que seguiría haciendo pociones con la ayuda de los visitantes, pero ir a un lugar en la superficie la aterraba. Tan sólo la aliviaba un poco que sería en un lugar cerrado, no necesitaba ver el cielo.

Cruzó el Portal tras Eldi, y se quedó detrás de él, con timidez. Miraba al techo inquieta, y tenía los ojos entrecerrados por la cantidad de luz. Le resultaba asombroso lo brillante que era todo allí.

–Tú debes de ser Tica. Ven, te llevaré a la sala de artesanía– se ofreció Diknsa cuando llegaron –. ¿Está todo bien allí abajo?

–Ningún problema por ahora– aseguró Eldi, mientras le daba un saco con materiales a Tica –. Ve con ella. Es Diknsa, ya te he hablado de ella.

En un principio, Eldi había pensado en acompañarla todo el rato, pero la anciana lo había convencido de lo contrario. Por mucho miedo que diera estar en la superficie, la joven tenía que acostumbrarse, o volver a casa.

Tica miró a Eldi, quien sonrió y asintió. Así que no tuvo más remedio que seguir a esa otra fea y roja habitante de la superficie, intentando contener su miedo.

Se sobresaltó un par de veces cuando vio a otros habitantes de la mansión, que la miraban con curiosidad. Y no podía dejar de admirarse y sentirse cohibida ante la amplitud del edificio y la gran cantidad de luz. Finalmente, llegaron a la sala de artesanía, fuera de la cual jugaban algunos niños. Habían gastado su maná, y se divertían mientras esperaban a recuperarlo.

–¿Quién eres? ¿Por qué eres tan fea?– le preguntó una niña vampiresa con orejas de conejo.

–¿Fe... Fea?– se extrañó Tica.

Al menos, aquella niña, aunque horrible, parecía inofensiva. Era más baja que ella, y su nivel muy inferior. Muy diferente a Diknsa o a los otros con los que se había cruzado. Todos ellos la sobrepasaban por mucho, resultaban aterradores.

–Sí. Tienes arrugas en la cara. Y ese pelo... Tus orejas son muy pequeñas, y la nariz y los ojos...– se reafirmó la niña.

–En mi pueblo muchos envidian mi nariz– aseguró Tica, tocándosela, un tanto ofendida.

–¿En tu pueblo? ¿Hay más cómo tú? ¿Cómo son?– pregunto entonces un niño vampiro de piel azul.

–Ah... esto...

–Ahora tiene que trabajar. Preguntadle cuando acabe– intervino Diknsa.

–¿También tienes artesanía? ¿Qué haces?– preguntó otro niño con interés, un enano.

–Alquimia– respondió Tica, un tanto abrumada.

No pudo dejar de pensar que los niños eran iguales en todos lados, aunque los de aquí fueran un tanto feos. Bueno, ellos la veían fea a ella.

–¡Ah! ¡Cómo yo! ¿Puedo mirar?– pidió la niña de orejas de conejo.

–Como quieras...

–Enséñale cuál es la plataforma. Eldi vendrá a buscarte en media hora– le pidió a la niña y se despidió de Tica.

–¡Vale!– exclamó la niña.

A pesar de que había dicho que era fea, no tuvo ningún reparo en coger la mano de la mujer-topo. Ésta no se resistió, y se dejó arrastrar hasta la plataforma. Allí, aparte de elaborar algunas pociones, tuvo que responder a las interminables preguntas de la niña, e incluso enseñarle algunas recetas.



Diknsa observaba usando el sistema de vigilancia de la mansión, con una sonrisa en los labios.

–Nada como unos niños para romper el hielo– aseguró.

–Ja, ja. Ha caído totalmente en tu trampa– rio Eldi, que estaba explicando a los presentes los últimos acontecimientos en el subsuelo.

–¡Nadie se resiste al encanto de mi preciosa nieta!– sonrió Coinín con orgullo, y claramente divertida.

Sin duda, aquellos seres eran tan extraños como Eldi les había descrito, pero, por dentro, no eran tan diferentes. La paciencia de Tica con la niña era una clara demostración.

Regreso a Jorgaldur Tomo V: Reencuentro (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora