Detenido en el tiempo (I)

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La azor volaba alto en el cielo, lejos de las miradas curiosas. A tal altura, ni siquiera sus penetrantes ojos podían ver con claridad los detalles de la superficie, pero sí hacerse una idea general.

Había presenciado la salida de los perdidos de las profundidades de la tierra y su ataque a la fortaleza. No había podido distinguir los lanzamientos de los proyectiles desde las catapultas, pero sí el poder de los impactos. No podía distinguir los seres corrompidos individualmente, pero sí como la mancha negra se dispersaba.

–Ha llegado el momento– dijo una voz sobre ella.

El ave albina había Crecido lo suficiente para sostener a su jinete. El aura de viento impedía que dicho jinete se viera afectado por el vuelo, mientras contemplaba en la distancia lo mismo que su montura. Las dos habían estado sobrevolando en círculos el área sobre la entrada noreste.

Puede que los ojos de Menxilya no pudieran ver a la misma distancia que los de la azor, pero sí podían vislumbrar lo que al ave le era imposible.

El ave emitió un leve chillido, antes de caer en Picado. La niña se cogió con fuerza a la silla que habían colocado sobre su montura, aunque eso no hubiera sido suficiente si el aura de viento no la siguiera protegiendo.

Su gran velocidad impidió a los perdidos que aún estaban rodeando la puerta reaccionar. Algunos dispararon contra ella al sentir su aura, pero ya había desaparecido de la posición cuando lo hicieron.

Calculó con precisión el momento exacto para frenar, y aterrizó bruscamente junto a la enorme puerta. Inmediatamente, volvió a su tamaño natural, dejando que la silla cayera al suelo, y saltando sobre ella. Sin dudar, rompió con su poderoso pico las correas que sujetaban a la niña.

La aceleración, velocidad y frenado habían aturdido un poco a la niña, que se levantó tambaleándose. Su sentido del equilibrio había sido un tanto afectado por el viaje, pero sabía qué debía hacer.

Había dos razones por lo que Cahldor había atacado la puerta noreste. La primera, que era un poco más débil que las demás. La segunda, la razón por la que era más débil.

Una pequeña inscripción en la pared junto a la puerta era esa razón. Resultaba un punto débil en la estructura, ya que provocaba la necesidad de protegerla, desviándose energía. Era una inscripción incompleta, pero que en aquel momento brilló por primera vez en cientos de años. Por primera vez desde quién sabe cuándo, la llave estaba ante ella, completándola.

El collar con el Corazón de la Llama Eterna brilló al mismo tiempo bajo la ropa de Menxilya, resonando con la inscripción. Una luz la envolvió, desapareciendo un instante antes de que decenas de ataques convergieran en su posición.

Cahldor miró entonces en esa dirección, un tanto extrañado de que sus perdidos hubieran concentrado sus ataques allí, pero no había nada. Se volvió a girar hacia la fortaleza, apretando los puños. Le habían causado graves problemas, y lo iban a pagar.



Menxilya se quedó inmóvil, embobada, mirando alrededor, abrumada por sus recuerdos. Podía ser una aprendiz de profetisa, pero también era una niña, y había vuelto a su hogar después de mucho tiempo.

Las formas de las casas, de las calles, de los grandes hongos luminosos, todo le era familiar.

Miro con curiosidad a una mujer que estaba sentada en un banco, totalmente quieta, como lo había estado durante años. Parecía una estatua, como lo parecía toda la ciudad. El tiempo se había parado para ellos.

–¡Crack!– oyó tras dar un paso.

Miró al suelo, y se encontró con un pequeño insecto aplastado por su bota. También se había parado el tiempo para él, pero ya nunca se volvería a reanudar. ¿O sí? En contra de lo que pudiera esperarse, seguía intacto. Su estado lo había protegido. El sonido había venido de su bota.

–Lo siento– se disculpó al insecto, aunque nadie podía oírla.

Avanzó despacio, con cuidado de no pisar ningún insecto más. Su cabeza no dejaba de volverse hacia todos los lados, observando cada detalle de lo que había sido su ciudad. Puede que no conociera cada calle, pero sí la principal, llena de gente. El tiempo se había detenido para todos ellos.

–Tío Cukhdo...

–Likla...

Iba mencionando algunos nombres, cuando se encontraba rostros conocidos. Sus ojos se quedaban un poco más tiempo sobre ellos, mirándolos, deseando hablar con ellos, incluso abrazarlos, pero no era posible. Ellos no podían responder, y ella debía seguir caminando. Tenía una misión que cumplir, y era la única capaz de llevarla a cabo. Sólo había una portadora.

Llegó al templo, pero las verjas estaban cerradas. Los inmóviles guardias en la entrada no le impedirían el paso, pero no pudo mover la verja por más que lo intentó. El tiempo estaba parado.

Resignada, recorrió el muro que rodeaba el templo. No era muy alto, pues no era necesario. Un poderoso hechizo se encargaba de impedir la entrada de intrusos, aunque el hechizo no estaba en funcionamiento. El flujo de maná se había detenido cuando lo había hecho el tiempo.

Finalmente, llegó al árbol al que recordaba haberse subido para colarse más de una vez en el templo, junto con sus amigos. Los niños desconocían la existencia del hechizo, y éste no les había impedido la entrada. Había avisado a los responsables, pero estos los habían dejado pasar. Era normal que los niños se colaran, todos lo habían hecho.

Le costó subir al árbol más de lo que recordaba. Estaba demasiado duro, sin flexibilidad, como la estatua en la que se había convertido. Saltó sobre el muro, y de él a la tierra.

–Au... Está duro– se quejó.

Se levantó y miró alrededor, con nostalgia. Reconocía aquel estanque, en el que se había bañado con sus amigos, y que ahora estaba inerte. No había viento que moviera sus aguas, y no se hubieran movido aunque lo hubiera.

Algunos matorrales aún tenían los frutos dulces que tanto le gustaban, pero era imposible cogerlos. La suave hierba sobre la que se había acostado en el pasado ahora ni siquiera se doblaba a su paso.

Se dirigió entonces a la puerta principal, saltando sobre las piedras que formaban el camino. Era más fácil que sobre la hierba endurecida.

–Está cerrada– se sintió frustrada.

Rodeó el edificio del templo, por dentro de la cerca, pero todas las puertas estaban cerradas, incluidas las laterales. Era extraño, pero había habido una emergencia justo antes de que todo se parara.

–¿Y ahora qué?

Regreso a Jorgaldur Tomo V: Reencuentro (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora