Contra un ejército (V)

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Kan Golge se fue calmando después de dar la orden. Contemplar como los perdidos se pisoteaban unos a otros le hizo plantearse la idea de detenerlos, pero pronto la descartó. Sin las sombras, no necesitaba a los perdidos, al menos no a tantos. Sólo tenía que encontrar un sitio apartado para absorber el miasma.

Ello le daría un gran poder con el que aplastar a sus enemigos, aunque a un gran coste. No sobreviviría mucho tiempo en ese estado, tan sólo unos años, pero tenía que ser suficiente para encontrar alternativas. O, por lo menos, para preparar mejor su plan B. Además, ya no había marcha atrás. En su actual estado, duraría unos días como mucho, quizás sólo horas. Podía sentir como su cuerpo se descomponía a pesar de la regeneración.

Se dio la vuelta para marcharse, pero se encontró con un Murciélago que le barraba el paso. Una vez más, le pareció que se burlaba de él. Alzó la mano para destruirlo.

Tres flechas lo alcanzaron una tras otra. Cada uno de los proyectiles explotó con luz purificadora, abriéndose paso en el escudo de miasma. La tercera casi se había acercado a la mitad. Por desgracia para la elfa, no tenía tiempo de más.

–¿¡Os atrevéis a ofenderme!? ¡¡Lo vais a pagar!!– se giró de nuevo, olvidándose de su plan, y dirigiéndose furioso hacia sus enemigos.



Si bien los perdidos se pisoteaban, empujaban e incluso golpeaban, eso no lo hacía más fácil, más bien lo contrario. Puede que los seres corrompidos sufrieran más daño, pero había demasiados amontonados. Si uno sucumbía, otro tomaba su lugar.

Goldmi seguía apuntando a los enemigos que atacaban a rango, pues eran los más peligrosos al poder atacar desde cualquier posición y en cualquier momento. Asimismo, Lluvias de flechas caían sobre los perdidos continuamente. El ataque en área quizás no fuera muy poderoso individualmente, pero el daño continuo se iba acumulando sobre una gran cantidad de enemigos. El límite estaba en la energía que tenía disponible.

También iba lanzando Trampas de Luz en medio de los seres corrompidos. Era su ataque más efectivo a distancia, aunque lanzarlo repetidamente mermaba sus reservas de maná.

Como todos, había tomado una poción que aumentaba su ya alta regeneración de maná, lo que se sumaba a que, en la zona de influencia de las dríadas, la concentración de maná era alta. Aun así, no era suficiente para compensar el gasto.

Podía pedirle a sus hermanas, pero también lo necesitaban. Así que, cuando su reserva estuvo peligrosamente baja, les pidió a las plantas el suyo.

Préstamo de Maná tiene las limitaciones de que sólo se puede pedir una vez al día en una zona, además de que hay que devolverlo. Eso se debe a que las plantas también tienen sus limitaciones, y a que no se debe sobrexplotarlas.

Sin embargo, allí la situación era distinta. Las plantas estaban rebosantes de poder proveniente de todo el continente, y las dríadas estaban más que dispuestas, no sólo a prestárselo, sino a regalárselo. Quizás, en el futuro reclamarían compensación en forma de comida, pero eso ya se resolvería si salían vivos de allí.

Por lo tanto, podía coger ese maná casi una vez cada hora, sin cambiar de posición. Dicho límite estaba impuesto por su propio cuerpo, pues el maná debía asimilarse, convertirse en el propio, y eso causaba estrés en cada célula. Absorberlo más a menudo era demasiado peligroso.

Algo similar ocurría con Préstamo de Energía. La vitalidad de las plantas no era un problema en aquella situación, y eso había permitido su bombardeo de Lluvias de flechas. Junto a su suministro de muchísimos miles de flechas, conseguía debilitar a los enemigos antes de que llegaran a sus compañeros.



Eldi, Gjaki y la lince luchaban hombro con hombro con las plantas. Éstas eran pisoteadas por los perdidos, pero sus raíces persistían. Con la ayuda del poder de las dríadas, volvían a surgir una y otra vez, enredándose en sus enemigos.

Además, las que no entraban directamente en combate, a menudo florecían y producían semillas, que iban colonizando otras áreas purificadas. El poder destructivo del miasma y los seres corrompidos era enorme, pero el de las dríadas sólo estaba limitado por la cantidad que podían canalizar. Y éste iba aumentando a medida que circulaba y las raíces se fortalecían.

No obstante, era un poder más lento, que envolvía poco a poco, que iba continuamente regenerando lo destruido. La corrupción vencía en los enfrentamientos directos, pero iba globalmente perdiendo terreno a pesar de ello.

Los seres corrompidos que los atacaban de frente no tenían tiempo a despertar. Eran agresivos y temerarios, exponiéndose, no importándoles el daño recibido. Su único objetivo eran los vivos.

No era así para los que entraban por los lados o detrás. Tenían que rodear el agujero donde estaba la raíz, de donde estaba saliendo el aún fino tronco de un joven cerezo.

Compactos Muro Natural bloqueaban el paso a los perdidos, a la vez que ramas, tallos y raíces se enredaban a sus patas. Puede que pisotearan y dañaran las plantas, pero la vitalidad proporcionada por las dríadas las hacía crecer de nuevo.



Una mantis corrompida fue desmembrada por el hacha de Eldi y las dagas de Gjaki. Un sapo aprovechó para avanzar, aplastando los restos del insecto. Antes de llegar, la proyección de una X salió del hacha del mago de batalla y cortó al anfibio en cuatro pedazos. Su nivel no era muy alto, así que no pudo resistir el ataque.

Antes de desaparecer, un líquido venenoso salpicó a los tres. Eldi inmediatamente lanzó Curar Veneno. Estaba a punto de curar también a la lince y la vampiresa, cuando Goldmi se adelantó con Antídoto. Dada la vitalidad de las plantas, todo rastro de envenenamiento desapareció de los tres.

Mientras, la lince había descuartizado e incinerado a un gusano de dos cabezas sorprendentemente rápido. Aunque no tanto como la felina.

La vampiresa aprovechó un momento de respiro para extender algunos hilos más. No había un lugar claro donde sujetarlos, pero las plantas habían colaborado, enterrándolos hasta sus raíces.

Estaban conteniendo bien a sus enemigos por ahora, pero, incluso con los que iban despertando y el soporte de las dríadas, acabarían agotados. Gastaban el mínimo de maná y energía, pero seguía siendo demasiado. Eso mismo avisó Goldmi.

–Son demasiados. No podemos seguir así.

–Dadme unos minutos más, casi está cargado– pidió él.

–¿Funcionará?– se interesó Gjaki, preocupada.

–Abrirá un hueco. Deberíamos poder llegar hasta él sin perdidos cerca, si sobrevive. Estad preparados.

Cabe decir que Kan Golge se iba acercando. Dada la densidad, no le resultaba fácil caminar entre los seres corrompidos, a pesar de poder ordenarles que se apartaran. Así que ahora estaba caminando por encima, pisando sus lomos.

Goldmi se ocupaba de retrasarlo y mantenerlo ocupado. A pesar de que tenía poder para defenderse de ella, a menudo desaparecía el perdido sobre el que estaba o sobre el que iba a saltar. Además, las Flechas Toscas conseguían frenarlo un poco.

Querían enfrentarse a él, pero no entre una maraña de seres corrompidos.

Regreso a Jorgaldur Tomo V: Reencuentro (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora