¿Cuál es el plan?

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El camino que debía llevar a la ciudad olvidada con la que se había comerciado en el pasado estaba totalmente bloqueado. Toneladas de roca se acumulaban allí, aunque por desgracia, no era hermético. El miasma se colaba entre las rocas.

–No fue un accidente, lo cerraron– aseguró Fita.

Ninguno dudó. Si la mujer-topo lo decía, era porque lo sabía, por mucho que ninguno de los tres lo pudieran apreciar por sí mismos. Los sutiles signos que ella podía entender con facilidad eran invisibles para los seres de la superficie.

Así que los guiaron por pasos verticales que los seres-topos encontraron con facilidad. Comunicaban con túneles superiores, siempre más peligrosos por la mayor presencia de animales capaces de excavar.

Cruzaron uno tras otro, con algunos seres corrompidos aniquilados por el camino, hasta que llegaron a una serie de tres compuertas. Cada una debería llevar a un túnel, pero en su lugar, cada una sólo llevaba a una pequeña sala de contención. No solían excavar túneles tan cerca de la superficie, así que habían sido extremadamente precavidos, creando tres barreras de contención.

Finalmente, llegaron a la última, y los seres-topos dejaron que Eldi desbloqueara la compuerta, no queriendo acercarse. La corrupción ya era suficientemente mala como para tener que lidiar también con la superficie.

Le habían enseñado cómo hacerlo, paso a paso. Era mejor que él supiera abrirlas y cerrarlas. Cuando acabó de desbloquearla, se apartó para dejar paso a su amiga.

Gjaki apenas la abrió para dejar un resquicio por el que pudieran pasar sus Murciélagos. Lo mejor de todo era que en su mapa virtual se despejaba la zona, lo que les permitía localizar el lugar en un mapa real. Aunque fuera una zona aislada, la distancia y posición eran exactas.

También se acercó el hada, para asegurarse de que no hubiera generales cerca. Aumentó poco a poco su poder, y a la vez su presencia. Ella tenía mayor rango que sus enemigos, así que podía descubrirlos sin que ellos la detectaran. Había aprendido a controlar así su poder durante los años junto a Goldmi, y lo había practicado cuando habían ido al Bosque Perdido. Podía incluso acercarse a ellos, sin que la detectaran hasta el último momento.

–Es una cueva, muy conveniente. A ver... Sí, está vacía, no es profunda. Por fuera, hay árboles corrompidos. Mmm. Hay algunos pájaros en el cielo. Habrá que ir con cuidado para que no nos descubran. Está bastante dentro del Bosque Perdido, creo que será un buen lugar para empezar. No veo bestias cerca– valoró la vampiresa.

Aunque, fuera como fuera, tendrían que decidir el plan sobre un buen mapa. Por ahora, desinvocó a sus exploradores y cerró la trampilla, que los seres-topo aseguraron.



El grupo recorrió el túnel superior, limpiándolo de seres corrompidos. Avanzaron hasta encontrar un lugar donde la densidad del miasma era lo suficientemente baja para poder viajar de nuevo con los Portales. Por alguna razón, interfería con estos.

Los tres colocaron sus Portales de Salida separados, para ser camuflados y protegidos por sutiles construcciones de roca. Tras ello, volvieron a la Gran Hermandad. A más de uno incluso se le humedecieron los ojos por haber dejado aquel infierno atrás.

Fueron recibidos con abrazos, alegres de volver a verlos. En especial, los seres-topo habían estado preocupados por sus amigos y familiares.

Aunque las sonrisas desaparecieron de sus rostros a medida que avanzó el relato del viaje. Contado por sus propios congéneres, la corrupción de Lyavmol no dejó a ninguno de los seres-topo indiferentes.

Hasta entonces, la corrupción había sido una historia lejana contada por los visitantes. Era un terrible evento de la superficie, que por suerte no les afectaba a ellos. Ya no era así.



–La salida está por aquí– señaló Gjaki en el mapa que estaba desplegado sobre la mesa.

–¿Estás segura? Bueno, supongo que sí. Uno de esos extraños dones que tenéis los visitantes. Sabes, a veces dais bastante envidia– suspiró el duende.

–Nos deja bastante más cerca. Al menos habríamos recorrido dos quintas partes del camino– valoró Menxolor, ante la atenta mirada de su hija.

–¿Cómo van los preparativos?– preguntó Eldi.

–Van llegando fuerzas de todos los rincones de Jorgaldur. También hemos detectado movimientos de los seres corrompidos. Todo indica que nos esperarán varios kilómetros dentro– explicó una arpía, comandante en jefa del cuerpo de exploradores.

–Tendríais que salir cuando comience la operación. No vale la pena esperar más, sus tropas ya estarán movilizadas. ¿Estáis todos seguros? Va a ser muy peligroso– advirtió el duende una última vez.

Sin duda lo era, pero también lo eran las consecuencias si fallaban. Menxilya había presagiado que no quedaba mucho tiempo antes de que las barreras que protegían su hogar cayeran. Si así lo hacían, sus habitantes, allí petrificados, quedarían a merced de sus enemigos.

Eso también significaría que ya no habría un lugar para devolver la Llama Eterna. La corrupción sólo podría ser combatida palmo a palmo durante siglos, con el alto coste que ello conllevaría. Incluso había el peligro de que se reforzara si quienquiera que estaba detrás accedía a los poderes que se escondían allí. También podía pasar que los poderosos Guardianes del Norte fueran corrompidos y se unieran a sus huestes.

–Sí, ya lo hemos decidido. No nos vamos a echar atrás– fue Goldmi la primera en hablar.

La verdad es que tenía miedo. Miedo de dejar huérfanas a sus hijas. Miedo de enfrentarse a la corrupción y a quienquiera que estaba detrás. Miedo a fracasar, a morir. Pero más miedo le daba no hacerlo. No despejar el camino para el futuro de sus niñas. No prevenir un posible contrataque de la corrupción que pudiera llegar hasta su aldea, y acabar con todo lo que amaba.

No era la única que tenía miedo. También lo tenían Eldi y Gjaki. Lo tenían los supervivientes de los guardianes, sobre todo de fracasar. Era la última oportunidad de recuperar su hogar. Al menos, ellos tenían aún una oportunidad. Otros no habían tenido tanta suerte.

También lo tenía Elendnas, más por su mujer que por él, que no correría tanto riesgo. Lo tenía Melia, que observaba desde la distancia. Los hijos mellizos de Eldi por su padre, a pesar de que ellos mismo lucharían en el frente. E incluso la mujer que abrió la puerta, que, sin embargo, como los demás, estaba decidida.

–¡Maldoa!– se levantó Goldmi para abrazarla. La había echado mucho de menos –¿Qué haces aquí?

–No pensarías que ibas a ir sin mí, ¿verdad?– bromeó la drelfa.

La elfa la miró, tan preocupada por su amiga como agradecida. Incluso el pensamiento de intentar disuadirla pasó momentáneamente por su mente.

–¿Sabes lo peligroso que es?– tan sólo preguntó.

–Sí. Y también sé que me vais a necesitar– aseguró Maldoa.

–Bienvenida. Veo que has tenido éxito– la evaluó el duende.

–Sí, jefe. ¡Ten cuidado, o te quitaré el puesto!– se burló ella.

–Me gustaría verte rellenando todos esos informes... Si lo quieres, es tuyo– la retó él.

–Ah... Bueno... Bien, ¿cuál es el plan?– decidió la drelfa cambiar de tema.

Regreso a Jorgaldur Tomo V: Reencuentro (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora