Cabos sueltos (I)

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El duende estaba excitado ante lo que tenía enfrente. Había varias decenas de vampiros, algunos de ellos atados y amordazados, bajo la protección del artefacto que le había prestado a la vampiresa. De esa forma, sus progenitores no podían actuar contra ellos.

Además, también estaban los círculos mágicos para establecer portales. Habían sido bloqueados gracias unos artefactos enanos, pero estaban intactos. De esa forma, era fácil reconstruirlos, averiguar su destino.

Incluso se sorprendió al reconocer algunos de los rostros. Había memorizado todos los informes de desapariciones que pudieran tener relación con su enemigo, y entre los artesanos descubrió algunas de esas caras

–No tenemos mucho tiempo. No tardarán en actuar. ¿Están aquí todos los prisioneros?– preguntó el duende.

–Faltan unos pocos, los están trayendo– informó la vampiresa.

–Bien. Seguramente no llegaremos hasta el jefe, es demasiado cauteloso. Pero si nos damos prisa, tendrán que sacrificar muchos recursos. Eso los presionará. Quizás cometan un error– dijo esperanzado, mientras acababa de desplegar cuidadosamente cinco artefactos que formaban un pentágono.

En cuanto los activó, los presentes pudieron sentir la fluctuación de maná, la compresión del espacio, la creación de un portal. De él, empezaron a salir individuos de diferentes razas, algunos de los cuales la vampiresa conocía de ocasiones anteriores. Estos la saludaron con una leve inclinación de cabeza, y se apresuraron a empezar su trabajo.

Cinco de ellos se acercaron a los círculos. Otro empezaron a interrogar a los vampiros. Los demás, se distribuyeron por el palacio, buscando pistas.



–Se nos ha acabado el tiempo. Los que estaban fuera han muerto– informó de repente Gjaki.

Los vampiros que aún no habían sido traídos al refugio habían fallecido todos a la vez. Su progenitor, o progenitores, los habían eliminado para no dejar testigos. Era un modus operandi habitual en aquel enemigo.

El duende asintió, en absoluto sorprendido, pero un tanto ansioso. El tiempo apremiaba, y debían aprovechar la oportunidad. No habían tenido una tan buena en mucho tiempo.

Observaba con atención, esperando con ansias los resultados, aunque también saludó con respeto y familiaridad a la elfa. Ella era la única que podía eliminar generales, y la hermana de un hada, que en esos momentos estaba en la selva, después de haber estado jugando con las gemelas.

También saludó con interés a Eldi. Un visitante amigo de Gjaki y Goldmi era alguien a quien prestar atención, alguien atado a ellas por los finos y misteriosos hilos del destino.

Además, había una razón adicional por el que estaba interesado en conocerlo. Aquel visitante había sido señalado por los sobrevivientes de un pueblo de piel púrpura como uno de los elegidos. De hecho, su aportación a dicho pueblo había sido crucial, dándoles esperanza no sólo a ellos, sino a todos los que luchaban contra la corrupción.

Por esa razón, habló un largo rato con él, queriendo discernir su carácter, sus ambiciones. Cuando descubrió que no sólo era el mismo visitante del reino de Engenak, sino que tenía una relación estrecha con una dríada, no pudo sino admirarse de los designios del destino.

Por su parte, Gjaki empezó a Adoptar a los civiles, sobrescribiendo el contrato de sangre. El progenitor no era un vampiro ancestral, algo que ya esperaban. Quien estaba detrás solía usar a sus hijos como intermediarios. Por una parte, evitaba exponerse. Por la otra, se ahorraba el tedioso trabajo.

–Lo tenemos. Enviamos coordenadas al grupo de asalto– informó de repente una de los que había estado examinando los círculos.



Kriglod frunció el ceño. Había perdido contacto con uno de sus hijos. Intentó contactar con otro de ellos, pero no respondió, lo que indicaba que estaba inconsciente. De estar durmiendo, se hubiera despertado. De estar muerto, lo habría sentido. Frunció aún más el ceño.

Sin perder tiempo, intentó contactar con otro, luego otro, y otro. Ninguno le respondía, y otros dos habían fallecido. Así que decidió cambiar de estrategia.

–Usa el portal. Llévate refuerzos y ves con cuidado, algo está pasando al otro lado. Infórmame en cuanto descubras algo– ordenó a una vampiresa a través de su vínculo.

La vampiresa de piel azul claro se incorporó de golpe ante las órdenes de su padre.

–Tú, tú, tú y tú. Venid conmigo. ¡Ya! Vamos al agujero. Órdenes de padre– señaló a otros cuatro.

Estaban de guardia, algunos leyendo, otros jugando a algo similar a las damas pero con tres tipos de fichas, otros apostando a los dados. Los señalados quisieron protestar, pero la última frase los desalentó. No podían oponerse a su padre.

Se dirigieron todo al mismo círculo, pues era mejor activar sólo uno, costaba menos recursos. El círculo se activó, pero no inició la teleportación.

–Prueba con otro– apremió la vampiresa, intranquila.

–Tampoco funciona– informó uno de los vampiros poco después.

–Mierda, algo serio pasa. ¡Comprobad los otros!

Los vampiros fueron hacia los otros dos, pero el resultado fue el mismo. Se activaban normalmente, pero no conectaban con el otro extremo por mucho tiempo que pasara.

Se miraron los unos a los otros. Algo iba mal, terriblemente mal. El resto de vampiros, que hasta entonces habían estado ociosos, también miraban al grupo de cinco y hacia los portales con preocupación.

Padre, los portales no conectan con el otro extremo– informó rápidamente la vampiresa a su padre.

Kriglod, que estaba preocupado, entró en pánico. Aquel proyecto era muy importante para su propio padre, sabía que se enfurecería. No obstante, no tenía más remedio que avisarlo.

–Preparaos para evacuar– les ordenó.

Inmediatamente, cortó la comunicación y llamó a su padre.

–¿Qué sucede Kriglod? Más te vale que sea importante– respondió Kan Golge, un tanto irritado por haber sido interrumpido.

–Mis hijos están muriendo en la nueva base. No puedo contactar con los que están vivos. Los portales no funcionan– reveló su hijo.

Aquello sorprendió a Kan Golge, pues era inesperado. No obstante, no tardó más de un instante en reaccionar, no era la primera vez que lidiaba con imprevistos.

–La base está comprometida. Elimina a los que queden dentro. Limpia la base intermedia inmediatamente– ordenó.

–Sí... padre– accedió, sin oponer resistencia.

Le dolía hacerlo, pues había invertido mucho esfuerzo en ello, y hubiera preferido conservar a los que pudiera. No obstante, sabía que no podía oponerse a las órdenes de su padre. No se podían dejar cabos sueltos.

Lo que más le preocupaba era quedar expuesto. De ser así, su padre lo encerraría en el mejor de los casos, no dejándose salir durante años. En el peor, prescindiría de él.

–Salid de allí inmediatamente y activar la autodestrucción. Id directamente al refugio. Avisadme en cuanto esté activada– ordenó a su hija.

Lo que no le dijo era que, en cuando le avisara, prescindiría de ellos. Su padre no iba a permitir la posibilidad de que los apresaran. Cuando una operación fallaba, todos los que pudieran quedar expuestos eran eliminados.

Regreso a Jorgaldur Tomo V: Reencuentro (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora