De vuelta en las profundidades (I)

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–Diles que una enana vampiresa estaría interesada en hablar con ellos. Hace ya mucho que nuestros pueblos no se encuentran. Si puedo ser el puente para reanudar una vieja amistad, estaría dispuesta– le despidió una de las habitantes de la mansión.

–¿De verdad no podemos ir a echar un vistazo?– preguntó Kalnín, una de las hermanas de Coinín.

–No seas pesada. Ya te ha dicho antes que primero irá sólo. Quizás más adelante– le reprochó Diknsa.

–Pero yo quiero ir...

Eldi suspiró. Más de uno tenía curiosidad, pero no podía llevarlos "de turismo" sin el permiso de sus anfitriones. Así que abrió el Portal para cruzarlo él solo.

–Nos vemos pronto– se despidió.

–¡Ves con cuidado!

–¡Tráenos un recuerdo!

–¡Llama de vez en cuando!

–¡Tonto! ¿No ves que no podrá hacerlo bajo tierra?

–¿¡Y tú qué sabes!?

El alto humano no quiso saber cómo terminaba la discusión. Simplemente, lo cruzó mientras agitaba la mano. Al hacerlo, se encontró en un escenario bien distinto.

Era una habitación más bien pequeña, aunque habían agrandado la altura en su día para que el visitante se sintiera cómodo. No obstante, la sensación de estar encerrado y el olor a tierra no desaparecían simplemente con eso.

–Sólo han sido unos meses. Parece una eternidad– se dijo con nostalgia.

Sacó una lámpara, iluminando la estancia. Gracias a ello, pudo comprobar que el hechizo que debería avisarlos de su vuelta se había activado, así que decidió esperar pacientemente.

Aunque la verdad es que no tuvo que esperar mucho. La puerta se abrió, mostrando a dos caras familiares. Quizás, a la mayoría de seres de la superficie le parecerían todas las caras idénticas, pero él había pasado suficientemente tiempo con ellos para reconocerlas.

–¡Anciana! ¡Tica! ¡Me alegro de veros de nuevo!– las saludó.

–¡Maestro! ¡Bienvenido!– exclamó Tica, entusiasmada.

–Realmente tu poder ha crecido de forma increíble en muy poco tiempo. Bienvenido, Eldi Hnefa– la saludó la anciana –¿Has venido sólo porque me echabas de menos, o hay alguna razón más?

Se mostró amistosa y burlona, como siempre, ocultando para sí una leve preocupación. Confiaban y apreciaban al visitante, pero su poder actual lo hacía muy peligroso. Si habían errado en su juicio, podría ser una catástrofe para su pueblo.

–Ja, ja. Hay unas cuántas razones, pero no sé si es el mejor lugar para discutirlas– apuntó él hacia detrás de ellas.

Más y más habitantes-topo se habían acercado a la habitación, visiblemente excitados. Eldi había sido su benefactor, enseñándoles artesanías. Incluso los había acompañado hasta la antigua capital, la Gran Hermandad, por mucho que hubieran tenido que huir de allí.

También había ayudado a establecer contacto con otro grupo de su pueblo, algo de lo que todos se beneficiaban

–Ya están todos estos jóvenes alterados... Vamos, vamos, haced sitio. Ahora tenemos cosas que hacer. Después ya podréis verlo– se hizo paso la anciana, golpeando levemente a algunos con su bastón.

Aun así, por el camino, Eldi fue saludando a cuantos conocía, y a algunos más. Prometió a sus alumnos dedicarles algo de tiempo, y también a sus amigos. Puede que fueran diferentes, pero había salvado a un grupo que había tenido que salir a la superficie, luchado hombro con hombro junto a otros, y enseñado a varios artesanos.



–Necesito ir a la Gran Hermandad, ahora tengo el poder para hacerlo. ¿Es posible?– preguntó Eldi tras un rato de conversación.

Estaba sentado junto a los ancianos y algunos de los líderes de Jordavmol, la ciudad subterránea. Entre ellos, había algunos conocidos, como Vato, el padre de Cato.

–¿Para qué quieres ir allí?– preguntó un anciano.

–Un... conocido está intentando completar el Aqtlua, un poderoso medallón que devolvería el agua a un pueblo que se está muriendo de sed. Uno de los fragmentos se supone que estuvo allí. Quiero ver si aún lo está, o si hay alguna pista– reveló él.

Ninguno de ellos sabía que era el Aqtlua, pero la explicación de Eldi dejaba clara su importancia.

–Para ello, me gustaría traer a dos amigas. Son también visitantes, y al menos tan poderosas como yo– pidió Eldi.

–¿Cómo son ellas? ¿Son de fiar?– preguntó preocupada la anciana.

–Son de fiar, doy fe de ellas. Una es Gjaki, una vampiresa y gran guerrera– empezó a explicar Eldi.

Los murmullos eran evidentes. Allí abajo, los vampiros eran temidos seres de leyenda.

–¿Una vampiresa? ¿De las que chupan sangre?– preguntó uno de los ancianos, no muy convencido.

–Así es, aunque os aseguro que no tiene ningún interés en vuestra sangre. Además, podría enseñaros sastrería– les puso al final un jugoso cebo.

Era una de las profesiones que no podían ejercer, ya que Eldi no podía enseñarla. Sin duda, funcionó, pues muchos ojos lo miraron con expectación, incluso anhelo.

–¿Por qué nos ayudaría? No nos conoce– preguntó otra de las ancianas.

–Bueno... Es una buena amiga, siempre estará dispuesta a ayudarme y...– explicó.

Eldi observó como lo miraban expectantes. Suspiró. Quizás no debería decir eso, pero era la verdad.

–... por curiosidad. Le encanta meterse en cualquier cosa nueva, en cualquier cosa que suene a aventura.

–Ja, ja, ja. Me recuerda a algunos de estos jovenzuelos– rio uno de los ancianos.

–Tampoco es que tú fueras muy diferente en su juventud– le reprochó su hermana.

–Ya... ¿Y quién me acompañaba? Je, je.

–Cof, cof. No nos desviemos del tema. ¿Qué hay de la otra?– preguntó dicha hermana.

–Es una elfa...– empezó Eldi, pero se detuvo ante los murmullos –. ¿Sucede algo con los elfos?

–Esto...

–Bueno...

–Verás...

–Dejaros de darle vueltas. A los elfos se los conoce como los más feos de entre los de arriba– explicó la anciana.

Eldi los miró incrédulo, y luego no puedo evitar reírse.

–Ja, ja. Está claro que vuestros ideales de belleza son muy diferentes a los de la superficie. Allí se los considera bastante guapos. Bueno, como sea. Ella también es una gran guerrera, en especial con arco. Siempre va con sus hermanas, animales de la superficie, y puede enseñaros cocina– explicó, dejando lo más deseable para el final.

–¿Y ella por qué vendría?– preguntó de nuevo la misma anciana que antes.

–Bueno, porque es mi amiga, quizás por curiosidad y... porque Gjaki la arrastrará quiera o no– se encogió él de hombros.

Aquello provocó algunas risas, y algunas miradas hacia un par de sus compañeros. El hombre-topo y la mujer-topo gruñeron ofendidos y un tanto avergonzados. Ellos también a menudo se dejaban arrastrar.

Regreso a Jorgaldur Tomo V: Reencuentro (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora