La vieja Maisha (III)

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Goldmi se había sentido una tanto nerviosa antes de hablar con la vieja Maisha, pero ese nerviosismo había desaparecido por completo. El vínculo que había establecido el árbol la hacía sentirse cercana, familiar.

–¿Qué puedo hacer por ti?– preguntó la elfa.

–Enséñamelo, lo que pasó, lo que me han contado las dríadas– pidió la vieja Maisha.

Por un momento, Goldmi se sintió confusa, no sabiendo muy bien cómo hacerlo. No obstante, sólo necesito pensar en ello y desear transmitirlo para llevarlo a cabo.

–Eso no es el acuerdo al que llegamos el otro día. Mmmm. Cierto, vosotros sentís el tiempo diferente... ¿Cuándo? ¿Apenas dos mil años? No cambia que no es el acuerdo. Eran todos por igual. Han traicionado mi confianza– musitó el árbol, lentamente como siempre.

Al cabo de un instante, empezaron a oírse gritos. Enseguida, se descubrió que los gritos pertenecían a elfos vestidos con los trajes ceremoniales de los sacerdotes del árbol. Gritaban aterrados, mientras eran agarrados por ramas que se enroscaban en sus cuerpos.

Su función era la de comunicarse con el árbol y gestionar la afluencia de visitantes. Las ramas los acarrearon hasta el portal que llevaba allí, a dónde fueron lanzados. Aparecieron al otro lado, y ya no pudieron volver a entrar.

Goldmi sintió entonces que era rodeada por un fuerte pero cálido poder. Más tarde, leería en la interfaz que le había sido otorgada la Bendición de Maisha, aunque no estaría muy segura de si era una maldición o una bendición. No obstante, con el tiempo, descubriría que reforzaba su poder.

–Te paso a ti el poder de decidir cómo pueden venir los elfos– anunció la vieja Maisha.

–¡Eh! ¿Yo? ¿¡Cómo!? ¿¡Por qué!?– entró en pánico la elfa.

–Tienes afinidad y eres de fiar. Puedo sentirlo, y eres amiga de las dríadas. Llámame si necesitas cualquier cosa. Yo me ocupo del resto cuando entran– aseguró el árbol, retirando la conexión.

Goldmi se quedó petrificada, sin saber qué hacer. La responsabilidad que de repente había caído sobre sus hombros era abrumadora. Miles de elfos entraban allí cada año.



–¡Me toca a mí!– exigió Gjami, mientras cierta dríada reía.

Su hermana había estado acaparando el teléfono, y ella también quería hablar. Las niñas habían hecho caso omiso a los elfos expulsados de allí, en parte porque Melia las había aislado. No quería perder la oportunidad de hablar con ellas.

Oírla sacó a Goldmi de su estupor. Se encontró con que Elendnas la estaba mirando preocupado, e incluso la zarandeaba.

–¿Goldmi? ¿Estás bien? ¿Qué te ha pasado?– preguntó él, aliviado al ver que por fin reaccionaba.

Sus hermanas, en cambio, no estaban en absoluto preocupadas, aunque sí sentían curiosidad. Podían percibir los sentimientos fluctuantes de la elfa.

–La vieja Maisha me estaba hablando...– dijo ella, aún confusa.

–¿La vieja Maisha?– se extrañó él.

–El árbol sagrado... Me pidió que le contara lo que vi...– explicó ella, que no se acababa de creer lo que había sucedido.

–Entonces, ¿lo que ha pasado con los sacerdotes...?– se sorprendió su marido.

–Los ha echado por no cumplir un trato. Lo peor es que me ha puesto a mí al mando. No sé qué hacer. Ayúdame– pidió ella. Se sentía perdida.

Elendnas abrió muchos los ojos. Eso era algo que no esperaba, y le costó unos segundos reaccionar.

–Llamaré a unos amigos. Nos ayudarán. En realidad, estarán encantados. ¿Cómo quieres hacerlo?– finalmente sugirió.

–Gracias Elen, no sé qué haría sin ti– sonrió ella, aliviada –. No puede haber preferencias, por eso se ha enfadado. Por lo demás, puede seguir igual.

–Bien. ¿Me puedes poner un Portal al centro de mando? Te aviso para que me vengas a buscar.

–Claro– aseguró ella.

Aunque, antes de dejarlo partir, lo besó dulce y apasionadamente.



Elendnas se encontró primero con la incredulidad de sus amigos, luego con su entusiasmo, y finalmente se pusieron a trabajar. La verdad era que había elfos a los que no les gustaba la situación actual del árbol sagrado, con demasiados privilegios para quienes podían pagarlos. Elendnas tenía muchos amigos entre esos elfos.

La decisión final fue hacer un único pase. Los que aún tuvieran el rojo, tendrían que volver a pedir uno de los normales. Se los darían si cumplían las condiciones.

En cuanto a esas condiciones, básicamente eran las mismas que ya se utilizaban para los plebeyos, con tan sólo leves retoques. Goldmi respiró aliviada al comprobar que no tenía que hacerlo todo ella sola, y que contaba con bastante ayuda.

A pesar de ello, era la única que por ahora podía hablar con la vieja Maisha, por lo que tendría que ir a menudo. Por lo menos, no fue un problema que el árbol le reservara un espacio para poner un Portal de Salida, lo que lo haría mucho más conveniente. No tardaría el mundo élfico en enterarse de que había una nueva sacerdotisa suprema del árbol.

En cuánto a los expulsados, asociados y algunos nobles, quisieron poner resistencia, exigir que se mantuviera el status quo. Creían que, con su poder e influencia, podrían doblegar la voluntad de la nueva sacerdotisa.

Claro que ésta contaba con muchos más apoyos de los que habían esperado, incluidas las dríadas. Los más agresivos pronto se arrepentirían de sus amenazas.



–¿Estáis...?– les preguntó Elendnas cuando salieron.

–Sí, ¡estamos embarazadas!– aseguró Elenksia, sonriente, abrazándolo.

–¿Tendremos primos?– preguntó Gjami, emocionada.

–Así es– le sonrió Klimsal.

–¿Cómo se hacen los niños? ¿Salen del árbol?– preguntó Eldmi con curiosidad. No era la primera vez.

–El método es el normal. El árbol hace que a una le crezca un... MMmmmmm– quiso explicar Elenksia, pero su hermano le puso la mano en la boca.

–¿Un qué?– se interesó Eldmi.

–Es tarde. Es hora de volver a casa. Os prepararé pizza– intervino Goldmi.

––¡Sí, pizza!–– exclamaron las dos.

Elendnas, Goldmi y Klimsal reprocharon a Elenksia con la mirada, mientras que ésta intentaba parecer inocente. Al menos, habían conseguido desviar la atención de las niñas.

La magia de la vieja Maisha era antigua y singular. Reforzaba y aceleraba la fertilidad y fecundación, además de poder cambiar temporalmente el sexo de un miembro de la pareja. El resto, dependía de ellos. Además, el entorno en el que aislaba a cada pareja resultaba muy estimulante, aunque no se sabía por qué.

Se sospechaba de los aromas y del maná, pero nadie estaba seguro. No se había logrado replicar. Sólo se podía encontrar allí, y en los árboles hermanos de la vieja Maisha. Estaban en otras tierras, dando servicio a otras razas. Eran tan mágicos como misteriosos y antiguos.

Regreso a Jorgaldur Tomo V: Reencuentro (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora