Batalla campal (III)

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Durante horas, los Guardianes del Norte siguieron avanzando al mismo ritmo, a medida que el ejército corrompido iba disminuyendo. Movidos por instinto, y muchas veces obstaculizándose entre sí, los perdidos eran incapaces de demoler el muro defensivo de escudos y maná. Puede que fueran más, pero no podían atacar todos a la vez.

Los guardianes habían logrado reducir el número de enemigos a la mitad, pero aún les quedaba la otra mitad por derrotar. No obstante, no estaban cansados.

Al principio, se habían limitado a relevos, pero ahora iban más allá. La puerta de la ciudad estaba entreabierta, y habían creado una caravana de carretas que iba al campo de batalla y volvía.

Iban llenas de guerreros. Los enviaban de vuelta a la ciudad, donde el miasma no podía entrar, pues allí podían recobrar el maná, además de descansar y comer. Luego, eran llevados de nuevo al frente.

El perímetro defensivo del ejército se había ido ajustando para permitir estas idas y venidas, para tener siempre suficientes efectivos para afrontar cualquier eventualidad. Era un rodillo lento pero imparable.

–¡Cahildya, preparaos! ¡Estamos suficientemente cerca, vamos a montar el puente!– anunció una de los comandantes.

Ésta asintió, nerviosa, ansiosa. Habían transcurrido muchas largas horas, y era altamente improbable que hubieran sobrevivido. Sin embargo, tenían que intentarlo. Al menos, debían recuperar los cadáveres de los héroes, o darles descanso si habían sido corrompidos. Sólo pensar en ello le encogía el corazón, pero tenía que ir, verlo con sus propios ojos.

De nuevo, se formó un Camino de Viento, y el mismo grupo que había atacado a Cahldor se subió en él, aunque esta vez no fueron los únicos. Otros los siguieron, más despacio, protegiéndose de los ataques a rango que los primeros esquivaban con su velocidad.

El Camino de Viento fue creciendo más y más, hasta alcanzar la fortaleza, convirtiéndose prácticamente en un puente. Los llevó sobre la torre, en la que podían verse las catapultas y las balistas que se había usado previamente durante el asedio. Estaban prácticamente intactas, pues los seres corrompidos no tenían ningún interés en objetos inanimados.

La torre estaba llena de perdidos voladores, algunos de lo cuales se empujaban para entrar por las escaleras o los agujeros que se habían ido creando. Otros, golpeaban la roca para seguir desmoronando la torre y llegar hasta los vivos.

Tenían orden de atacar a los vivos en la fortaleza, así que, cuando los guardianes llegaron, un gran número de enemigos se volvieron hacia ellos. No esperaron a que pusieran pie sobre la torre.

Sin embargo, estaban preparados. Bombas de maná elaboradas antes de su partida salieron una tras otra de sus manos. Muchos magos habían puesto su maná en ellas unos minutos antes, para darles a sus aliados las armas necesarias para enfrentarse a sus enemigos.

Era más eficiente lanzar los hechizos directamente, pero el número de efectivos que podían ir por el Camino de Viento era limitado. Incluso habían añadido hechizos de viento en sus mochilas para que no les pesaran.

Los perdidos estaban todos juntos, muy apelotonados, por lo que el impacto de las bombas era todo lo destructivo que podía ser. No obstante, había muchos, y sus muertes consumían ese poder destructivo.

Siguieron lanzando bombas unas tras otras, hasta que llegaron los refuerzos, con más bombas y hechizos propios. Durante un rato, fue prácticamente imposible ver lo que había detrás de las continuas explosiones, pero no pararon hasta que no sintieron a sus enemigos.

Cuando el maná y el humo se disiparon, quedó ante ellos una torre medio derruida. Cabe decir que de las catapultas y balistas, que habían sobrevivido hasta entonces, apenas quedaron algunos pedazos aquí y allá. Su sacrificio sería recordado.

–¡Abramos un paso! ¡Esos perdidos se metían por aquí! ¡Sigámosles!– ordenó Cahildya.

No era una tarea fácil abrirse paso en los escombros, pero el cuarto escuadrón desplegado para esa misión estaba especializado en ello. Cuando por fin consiguieron abrir un camino, avanzaron sin vacilar.



–¿No se acaban nunca?– maldijo la guardiana, tras recuperar su lanza.

Las Esquirlas que habían traspasado al reptil volador habían caído al suelo después de que éste desapareciera. La mayoría eran enemigos débiles, algunos por su nivel y otros por ser voladores, pero no por ello dejaban de ser peligroso. Y había muchos.

El avance se hacía lento, eterno. Los seres corrompidos estaban apelotonados, queriendo avanzar los unos sobre los otros. Hubiera sido ideal lanzar más bombas, pero resultaba peligroso. La torre podía caerse sobre ellos.

También habían encontrado perdidos terrestres, algunos bastante peligrosos. Cohjiyo le acababa de cortar la cabeza a uno con su hacha, después de que Cahildya reclamara su atención con un Rayo de Fuego con potencia reducida.

–No pueden quedar muchos. Falta poco para llegar abajo– informó su compañera.

Con su poder de viento, era capaz de explorar la profundidad de una cueva, o, en este caso, de la torre. Dado los enemigos por en medio, era sólo una aproximación.

Todos estaban ansiosos, aunque sin muchas esperanzas. La cantidad de perdidos que se habían encontrado hacía presagiar lo peor. Además, había transcurrido mucho tiempo. Sus congéneres habían estado luchando desde antes que ellos despertaran.

No les había costado mucho organizarse y salir de la ciudad a luchar, pero incluso así les había llevado unas cuantas horas. Por no hablar de lo que habían tardado en avanzar lo suficiente para crear un Camino de Viento. Decir que la esperanza era remota era ser optimista.

Es cierto que los seres corrompidos habían tenido que superar las gruesas paredes de la fortaleza y llegar hasta allí. También lo es que lo habían logrado.

Llegaron por fin al fondo de la fortaleza, y se deshicieron de todos los perdidos que empujaban contra las paredes. Curiosamente, la puerta había resistido, pero no la roca. Grietas de todos los tamaños podían verse por doquier.

Una lanza atravesó de lado a lado un cuervo corrompido. Otra lanza y un hacha acabaron con el saltamontes por detrás. Dos espadas se clavaron en el lomo del puma corrompido, que se giró de golpe hacia quien las empuñaba.

La lanza que había atravesado el cuervo se clavó en el costado del felino, a la vez que un Filo de Viento le creaba un profundo corte en la pata.

El puma abrió la boca para lanzar un ataque de miasma, pero un Rayo de Fuego entró por su boca antes de que pudiera hacerlo, incinerándolo por dentro.

Cahildya fue la primera en entrar, y lo que vio la dejó sin habla por unos segundos. Allí estaban los defensores de la fortaleza, malheridos, visiblemente agotados, pero al menos algunos de ellos aún respiraban. No sabían cuántos, pero su mirada estaba demasiado centrada en una figura inmóvil para preocuparse de nada más.

–¡Menxo!– lo llamó, corriendo hacia él.

–Ca...hil...– murmuró él débilmente, visiblemente sorprendido.

No estaba seguro de si estaba delirando, o estaban los dos en el reino de los muertos, pero el abrazo era tan cálido que parecía real. Tanto, que se permitió relajarse, cerrándosele los ojos.

Mientras, un par de lanzas volaron hacia el techo, para clavarse en un perdido que asomaba. Aún quedaban algunos que limpiar.

Regreso a Jorgaldur Tomo V: Reencuentro (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora