El corazón de la ciudad

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Ambos reyes miraban con curiosidad y veneración a Hnefi, que volvía a mostrarse. A su paso, las gemas se iluminaban, proporcionando luz más que suficiente para alumbrar las escaleras.

Kioniha bajaba detrás de Eldi, ayudada por Liukton. No sólo su vestido resultaba un tanto molesto, sino que estaba un poco cansada. De todos ellos, era quien tenía menor resistencia física. Al fin y al cabo, su marido había sido soldado hasta hacía bien poco, y los otros tres eran guerreros de alto nivel.

Finalmente, llegaron a una puerta imponente, que parecía fuera de lugar en el subterráneo del palacio. El metal brillaba con el reflejo de las gemas, creando una sensación mística.

Parecía cerrada firmemente, y no había cerradura en la que introducir una llave de la que la reina desconocía si existía. Sí que había leído sobre la puerta, pero no sabía dónde se encontraba ni cómo abrirla.

De hecho, el último monarca que lo había logrado había llegado por un acceso que ya no existía. La magia del lugar cambiaba la entrada, siendo imposible encontrarla si no se sabía cómo. Eldi simplemente le había preguntado a Hnefi.

–Si quieres entrar, pídeselo a él. Es quien me ha dicho cómo llegar– señaló Eldi al espíritu.

La reina miró al espíritu, confundida por un momento. Creía que Eldi Hnefa tenía la clave para entrar al corazón de la ciudad, al lugar que su madre no había logrado encontrar. Ahora, comprendía qué equivocadas habían estado tanto ella como la anterior reina.

Su madre había maldecido a Eldi Hnefa, creyendo que él era de alguna forma el culpable de no poder recuperar el control de la capital. Kioniha también había creído que en parte era verdad. Sin embargo, la realidad era mucho más sencilla. Lo que necesitaban era el reconocimiento del espíritu de la ciudad.

Era la respuesta obvia, y por supuesto más de uno había pensado en ello. El problema había sido que el espíritu no había dado ninguna señal de tener nada que ver con ello. Por más que lo habían intentado, lo único que habían logrado de él era una reacción más bien apática. Ello les había llevado a pensar que la clave no estaba en él.

En estos momentos, Kioniha podía ver la situación desde otro ángulo. A diferencia de su madre, la nueva reina había podido observar la estrecha relación entre el espíritu y Eldi Hnefa. Alguien que detestaba al visitante, que ignoraba sus promesas hacia él, o que quería hacerlo caer en el olvido, nunca podría obtener su reconocimiento, y por tanto, le sería imposible acceder al corazón de la ciudad. Además, a eso había que sumarle que la anterior reina se había ganado la desaprobación de mucha gente sencilla, lo que implicaba también la del espíritu.

–¿Me dejarás entrar?– le pidió la reina.

Hnefi se acercó y dio vueltas alrededor de Kioniha, observándola. Le caía bien. Podía percibir los sentimientos de los ciudadanos hacia ella, lo que aumentaba su propia afinidad con la reina. Además, tenía una buena relación con Eldi, lo que incrementaba considerablemente el favor del espíritu hacia ella.

Hnefi brilló, cubriendo su brillo a Kioniha. Eldi asintió cuando ésta la miró, y sonrió al ver a la joven reina cerrar los ojos y respirar hondo. Cuando los abrió, caminó decidida hacia la puerta, que simplemente atravesó.

–¿Estará bien?– se preocupó Liukton.

–Claro– aseguró Eldi –. Aunque quizás le cueste un rato familiarizarse.

Él había estado dentro en el juego. Era una sala de tamaño medio, con extraños controles, y llena de monitores que mostraban la ciudad. No había instrucciones, así que la reina sólo podía probar y ver que pasaba.

Aquella tarde, los ciudadanos fueron testigos de extraños acontecimientos. Como fuentes que de repente se secaban o emanaban mucha más agua. Algunas, incluso habían estado secas durante muchos años.

Las fluctuaciones de escudos fueron constantes, así como los cambios en iluminación. No obstante, los ciudadanos no se asustaron por los cambios, más bien los vitoreaban. Si bien no sabían muy bien a qué se debían, eran sucesos que se suponía se debían dar cuando un nuevo monarca ascendía al trono.

No había sucedido con los dos anteriores, y muchos sólo sabían de ello por las historias que explicaban los ancianos. Sin duda, era un buen augurio, por mucho que alguno que otro recibiera un inesperado remojón.



Kioniha se quedó mirando por la ventana hacia las luces de la noche en la capital. No se giró cuando oyó abrir la puerta, sino que observó a través del reflejo de la ventana.

Vio como una figura entraba, y cerraba la puerta tras él. No pudo evitar sonrojarse y sentirse más nerviosa. Había estado esperando toda su vida ese momento, y ahora se sentía tan aterrada como excitada.

No se movió, no dejó de mirar hacia la ventana mientras la figura se acercaba. Dio un respingo cuando éste la abrazó por la cintura, apoyó la cabeza en su hombro y la besó en la mejilla. Su corazón le latía con fuerza.

–¿Observando tu reino?– le susurró Liukton en el oído.

–Ahora que todas las ceremonias han acabado, resulta abrumador. ¿Seré capaz? ¿Lo seremos?– se preguntó, sin atreverse a mirarlo a los ojos.

–Lo seremos. No será fácil, pero los seremos. Aunque no todas las ceremonias han acabado, nos queda una– le recordó él, temblándole la voz.

También él estaba nervioso. Con todos los preparativos, ceremonias, y lo rápido que se habían precipitado los acontecimientos, no había tenido mucho tiempo de pensar en ello. Pero ahora, no tenía más remedio que afrontar la realidad. Estaba en la habitación conyugal, a solas con su amada, en su noche de bodas.

Ella se giró, temerosa de mirarlo a los ojos, pero aún más de no hacerlo. Él se perdió en los de ella. Ella, en los de él.

Los dos habían estado pensando estos últimos minutos qué decir, cómo romper el hielo, cómo actuar. Anhelantes porque llegara el momento. Temerosos de que algo saliera mal, de que metieran la pata. Ninguno de los dos tenía experiencia.

Cabe decir que Lidia se había ofrecido voluntaria para darle a su amiga algunas lecciones teóricas, no está claro si por ayudar o por diversión. Tampoco está claro si había logrado algo más que avergonzarla.

Sin embargo, en estos momentos, sus mentes se habían quedado en blanco. Habían olvidado cada una de las palabras que se querían decir. Cada uno de los gestos.

Sólo se miraron, se acercaron poco a poco, y sus labios se fundieron.

Cuando al día siguiente se despertaron en la cama, abrazados, sintiendo el calor del otro, su tacto, les pareció un sueño todo lo que había pasado el día anterior, incluso el mes anterior, aunque en especial la noche previa. Puede que hubieran sido torpes e inexpertos, pero sus corazones estaban satisfechos.

Con aún algo de timidez pero más intimidad, se miraron, se sonrieron, y se volvieron a besar y abrazar apasionadamente.

Regreso a Jorgaldur Tomo V: Reencuentro (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora