Fortaleza (III)

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–¡Atacad!– ordenó Menxolor.

Los enemigos corrompidos empezaban a amontonarse, así que eran un blanco más fácil. Además, los daños serían mayores, y aprovecharían mejor su maná.

Los diferentes hechizos cayeron sobre sus enemigos, causando numerosas bajas. Sin embargo, el daño no fue tan masivo como habían esperado.

Cahldor había tenido tiempo y aburrimiento suficiente para organizar un posible asalto. La fortaleza no tenía ningún interés para él, pero podía servir como trampa. Si sus enemigos volvían, era bastante razonable pensar que entrarían. Atacando desde aquel lado, no tendrían ninguna posibilidad.

Así que había colocado algunos seres corrompidos de gran poder defensivo y alto nivel en la vanguardia. Su función era simplemente aguantar, provocar que los ataques de sus enemigos infligieran menos bajas, que vaciaran sus reservas de maná. A diferencia de las sombras, no quería perder efectivos si no era imprescindible, no importaba cuántos tuviera.

Observaba el asalto a lo lejos, mientras supervisaba las fuerzas que atacaban la entrada a la ciudad. En la hasta hace unos años imperturbable puerta, podían ahora apreciarse los signos de desgaste. Era evidente que estaba perdiendo poder, que ya no podía autorrepararse como antes. Si mantenían la ofensiva, quizás era sólo cuestión de meses antes de que pudiera volver a entrar. En cuanto lo hiciera, sus durmientes enemigos estarían indefensos.

Sin duda, para entonces, los enemigos resguardados en la fortaleza haría ya tiempo que habrían sido enterrados. Sus fuerzas eran demasiado superiores.

–¿¡Cómo!? ¡Eso no tendría que ser posible!– frunció el ceño.

Los primeros efectivos en llegar habían sido detenidos por un poderoso escudo de maná. La fortaleza contaba con uno para protegerse por detrás, pero mucho más débil. Además, debería estar más próximo a sus paredes de piedra. Estaba pensado más para evitar incursiones que para enfrentarse a un ataque frontal.

Sin embargo, la evidencia estaba ante sus ojos. Unas pantallas de maná, similares a las que se encontraban en el puesto de mando de la fortaleza, le mostraban las irradiaciones de maná. De alguna forma, habían movido el escudo frontal a la retaguardia, algo que no debería ser posible. Muy pocos sabían sobre el incidente con el hermano de la comandante. Habían considerado mejor evitar suspicacias, y tomar medidas preventivas discretamente.

–No es que los vaya a salvar, pero costará más. No quería sacrificar tantas tropas– se lamentó Cahldor.

No obstante, no había mucho que pudiera hacer. Tenía la opción de simplemente asediarlos, pero temía que, si les daba suficiente tiempo, pudieran mover algunas de las armas de la fortaleza. Si lo hacían, le costaría aún más bajas.

Por lo tanto, sólo podía seguir con el ataque. Aunque sí que podía mejorarse un poco.

–Lleva a dos mil de rango a atacar la fortaleza. Que apunten a la parte de arriba– ordenó.

Una reluctante sombra se incorporó para cumplir las órdenes. Le molestaba que le mandaran, pero padre había dictaminado que cumpliera los mandatos de aquel vampiro. Así que se fue a elegir a dos mil de los perdidos que estaban atacando la puerta para mandarlos hacia la fortaleza, algo que le llevaría un buen rato.

–Espero al menos poder corromper algunos vivos– se dijo mientras lo hacía.



La comandante observó con preocupación las tropas que se acercaban desde la ciudad. Sin duda, eran perdidos con potentes ataques a distancia, que castigarían el escudo de maná en toda su extensión.

Los actuales atacaban a melé, es decir, tenían limitado el ataque a lo que tenían enfrente. Por ello, resultaban más fáciles de defender. No importaba cuántos hubiera, sólo podían atacar los que estaban en primera línea. Por supuesto, a la larga, acabarían vaciando las reservas de maná de la fortaleza, pero podían aguantar bastante tiempo.

Sin embargo, eso cambiaba con las tropas de seres corrompidos que se acercaban. No sólo aumentaría el número de ataques concurrentes, lo que vaciaría más rápidamente sus reservas, sino que complicaría el control del escudo.

Darle la vuelta no era fácil, y tampoco manejarlo en esas condiciones. Si aumentaban los ataques, puede que no fueran capaces de mantenerlo operativo.

–¿Cómo van las catapultas?– preguntó la comandante, un tanto ansiosa.

–Una está lista. Dos minutos y tendremos la segunda. Cuando estén las dos, atacaremos. Esos que vienen son malas noticias, ¿verdad?– respondió Menxolor por el comunicador.

La fortaleza tenía esos dispositivos. Era fácil hablar desde cualquier parte de ella, lo que facilitaba coordinar las defensas. Era un equipo imprescindible en una estructura como aquella.

–Muy malas. No sé cuánto podremos aguantar cuando ataquen. Ya es suficientemente complicado ahora controlar el escudo. ¿Podéis darles?– preguntó ella sin muchas esperanzas.

–No. Es muy difícil calibrar las catapultas para esa distancia. Ya sabes como están diseñadas. Por ahora, están muy lejos para nuestros hechizos. Además, diría que vienen acompañados de perdidos defensivos– confirmó él sus temores –. Espera... ¿Qué es eso?

Algunos guardianes del grupo volvían de inspeccionar el arsenal de la fortaleza. Traían grandes piezas de madera, en las que se veían partes de círculos mágicos.

–¿Menxolor? ¿Qué sucede?– se preocupó ella.

–No sé. Han traído algo de la armería. Voy a ver...

–¡Jefe! ¡Hemos encontrado un par de balistas desmontadas! Parece que estaban para reparar. No sabemos como estarán, pero vale la pena probarlas. Vamos a montarlas– reveló uno de los guardianes en cuanto vio a Menxolor.

–¿Has oído? ¿Sabes algo?– preguntó éste a la comandante.

–He oído. No sé nada. Puede que sea algo menor como falta de estabilidad. También puede que no se puedan disparar en absoluto. Puede incluso que ya estuvieran reparadas. Incluso si están bien, no serán suficientes, pero al menos podremos darles. Estoy de acuerdo con que vale la pena intentar montarlas, aunque les llevará tiempo. Ya habrán llegado. Espero que podamos resistir hasta entonces para causarles algunas bajas– deseó ella.

Desmontarlas y volverlas a montar era difícil, pero aquellas ya habían sido desmontadas cuidadosamente. Sólo era necesario encajarlas, atornillarlas, y reconectar los círculos mágicos. Al menos, no estaban rotos, lo que fácilmente podía pasar si aficionados las desmontaban.

Sabían que no podían escapar. Sólo esperaban poder causar cuantos problemas pudieran. Si el ataque con las catapultas cumplía sus expectativas, incluso podían interrumpir los planes de sus enemigos durante un tiempo, obligándolos a desviar más fuerzas. Si así lo hacían, sus aliados tendrían más posibilidades de triunfar.

En cuanto a sobrevivir, eran conscientes de que era difícil, y de que no dependía de ellos. Al menos, habían tomado precauciones para no ser corrompidos. Todos ellos llevaban encima unas bombas purificadoras, que se activarían si se corroía su protección. Eran inofensivas contra seres vivos, pero los aniquilarían si se habían convertido en perdidos.

Regreso a Jorgaldur Tomo V: Reencuentro (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora