Cebo (IV)

97 30 0
                                    

Las tropas de vivos aprovecharon la oportunidad para diezmar al poderoso ejército de perdidos. Sin embargo, eran tantos que, después de varios días, ni siquiera habían eliminado a la mitad de ellos.

Fue entonces cuando la horda de seres corrompidos empezó a comportarse de forma extraña, por lo que los líderes de los vivos ordenaron a sus tropas replegarse por precaución.

–Parece que han llegado más generales– apreció Elendnas.

–Sí, pero ¿qué hacen?– se extrañó Caranlín.

–¿Se retiran?– se sorprendió otro elfo.

Todos pudieron contemplar como la mayor parte de los seres corrompidos supervivientes se alejaban. Sólo un pequeño contingente se quedaba, aunque pequeño era relativo. Eran el doble de los elfos.

–Hay que informar a los altos mandos. Preparaos para el enfrentamiento. Estos igual no serán tan pasivos– sospechó Elendnas.



Sin duda, las sospechas de Elendnas eran fundadas. Tanto en el frente que tenía bajo su mando como en los otros, los perdidos que se habían quedado atrás atacaron todos a la vez. Los vivos habían intentado incitar a unos pocos, como habían hecho hasta entonces, pero todos los enemigos habían avanzado juntos.

Los doblaban en número, pero el frente de batalla era sólido. Por mucho que fueran más, no podían atacar todos a la vez, así que el resto debían quedarse detrás, quisieran o no. De hecho, sin más órdenes que atacar, se empujaban los unos a los otros. Incluso se atacaban entre sí, intentando alcanzar a los vivos.

Los vivos, por su parte, formaban un frente compacto. A veces con una fila. A veces con dos que se cubrían la una a la otra, actuando como una unidad. Además, los que podían atacar a rango, lo hacían. Y, si era necesario, se relevaba a los que estuvieran heridos o cansados.

Poco a poco, los perdidos fueron perdiendo efectivos, hasta sucumbir por completo. Tras ellos, quedaba el bosque corrompido, en un tenebroso silencio.



–¿Y ahora qué?– preguntó un bárbaro.

–¡Es la hora de contar! ¡153!– anunció otra.

–¡162!– exclamó un tercero, con orgullo.

–Mierda, sólo 101– maldijo un cuarto. Había sido herido, por lo que su número de bajas había sido menor a la de sus compañeros.

–Yo he perdido la cuenta a los 1000– se encogió de hombros Aplastacráneos.

–Yo lo mismo– aseguró Triturahuesos.

–––¡¡¡Vosotros no contáis!!!––– exclamaron varios bárbaros al unísono.

–Tch. No saben perder. Id contando mientras avanzamos. Vamos a cortar unos cuantos árboles por ahora– ordenó Tritu.

–¡Cuando acabemos la puta cerveza!– exclamó un enano, no muy lejos de allí.

–Estos malditos grandotes siempre parece que se les ha metido algo en el culo– criticó otra enana.

–Vale, vale. Acabad la puñetera cerveza– suspiró Apli, sacando una bebida bastante más fuerte de su inventario.

–¡Mamá! ¡Invita!– se acercó rápidamente una de sus hijas.

–Sólo soy mamá cuando queréis algo...– se quejó ésta.

–Ja, ja. Mamá es la mejor– se acercó otro de sus hijos.

–Una jarra por cada 100 bajas– anunció finalmente.

––¡Viva la líder!

––¡Viva mamá!

–¿Y tú qué?– apremió a Tritu una de sus mujeres.

–Voy, voy...– se resignó éste, sacando de su inventario un barril similar al de Apli.

La verdad es que tenían unos cuantos. Se los pedían a Goldmi cada vez que necesitaban más, trayéndole los ingredientes. Ésta simplemente dejaba que sus asistentes destilaran la bebida al gusto de cada uno.

Por ahora, podían celebrar. En breve, marcharían de nuevo, aunque no sabían qué se encontrarían. Ni siquiera, si se encontrarían algo.

Por su parte, los gnomos estaban desmontando las catapultas. Dado que tenían que avanzar, las llevarían con ellos por si volvían a hacer falta más adelante.

Escenas similares se dieron en diferentes campos de batalla. Como Solhana, la hija de Kilthana, que estaba mordiendo a su novio, absorbiendo su sangre. Su madre los observaba disimuladamente, aunque con atención. Incluso estaba haciendo algunas "fotografías" sin que se dieran cuenta. En cuanto a Jiknha, la había perdido de vista junto a un mago demihumano, medio hurón, de aspecto elegante.

Merlín también sacó bebidas y comida de la nada, invitando a todas las tropas. Aunque unas pocas tuvieron que quedarse para hacer guardia, con la promesa que les dejarían algo.

El grupo de los hijos de Eldi no tenía inventario, pero sí habían traído provisiones en sus mochilas, algunas capaces de almacenar más de lo que parecía. No tardaron en improvisar una pequeña celebración.

Los elfos también celebraban la victoria. Entre ellos, Ilunbdor tenía que reconocer que no habría podido suplir a Elendnas. Más de una vez, había pensado que el marido de Goldmi estaba dando órdenes erróneas o poco efectivas, para darse cuenta después de lo equivocado que estaba. No obstante, era demasiado orgulloso como para reconocerlo abiertamente, mientras lo miraba de reojo con entre envidia y respeto.

Todos se encontraban ahora sin enemigos, sin saber si volverían a atacarlos o cuándo. Por ahora, sólo podían avanzar, aunque un pequeño descanso era necesario para aliviar el estrés.



Sin duda, la eliminación de las sombras en los frentes de batalla había sido un duro golpe, pero no era lo que más preocupaba a Warkmon o a Kan Golge. A pesar de la derrota, podían comprender cómo había sucedido. Sus enemigos les habían tendido una trampa, y la habían ejecutado a la perfección.

Sin embargo, la desaparición de dos sombras en el interior de su dominio era diferente. No había explicación para aquel fenómeno, ni sabían si se podía repetir.

Habían enviado más vampiros con monturas aladas, así como movilizado sombras y perdidos. Sin embargo, no habían encontrado nada. No había ni rastro de lo que quisiera que hubiera sido, y los signos de combate no explicaban la desaparición.

Sabían que sus enemigos irían avanzando, conquistando y purificando el Bosque Perdido. También sabían que tardarían muchos años, ya que era imposible que mantuvieran el mismo nivel de ofensiva. No podían movilizar tantas tropas durante tanto tiempo.

Cuando parte se retiraran, quizás tendrían la posibilidad de contratacar, o por lo menos, de ganar tiempo.

Incluso el otro grupo infiltrado era menos preocupante. Quizás no sabían dónde estaba, pero al menos sabían quiénes eran. Podían prepararse para enfrentarse a ellos, o a otros grupos similares.

No era alentador, pero conocían la situación y podían hacer planes al respecto, a diferencia de los enemigos invisibles que habían acabado con las dos sombras. No saber quiénes o qué eran, dónde estaban, o qué planeaban, resultaba tan desconcertante como inquietante. Un enemigo invisible resulta temible y difícil de contrarrestar.

Regreso a Jorgaldur Tomo V: Reencuentro (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora