En la ciudad subterránea (II)

114 39 0
                                    

–Odio a estos bichos– se quejó el vampiro demihumano perruno.

–Por ahora, son necesarios para evitar sospechas. Si esos topos con forma humana vuelven, no podemos encargarnos de ellos directamente. Si alguno escapa y da el aviso, la misión será un fracaso. Padre nos mataría– respondió una vampiresa reptiliana. Cabe decir que la última frase no tenía un sentido figurado.

–¿Cómo han entrado? ¿No estaban los pasos bloqueados? Ahora tendremos que revisarlos... Espero que caigan todos en la trampa– siguió el primero, irritado.

–¡Cállate ya! Si no hubieras perdido la apuesta, no nos tocaría estar aquí– se exasperó la segunda.

–Tampoco es que sea peor que estar dibujando círculos mágicos todo el día. Montar una base es mortalmente aburrido– protestó el vampiro una vez más.

Llevaban años en aquel lugar. Habían localizado la ciudad después de mucho esfuerzo, y encontrado a los anfibios. En un primer momento, habían pensado en simplemente exterminarlos, pero se habían encontrado con uno que poseía cierta inteligencia. Dado que a través de éste podían controlarlos, habían decidido usarlos, sometiendo al líder de los sapos a su voluntad.

Su intención era crear una base oculta, otro lugar en el que esconderse, desde el que planear, desde el que atacar. Si todo iba bien, abrirían los túneles y los usarían para sus propios propósitos. La red subterránea de miles de kilómetros podía ser un activo muy útil. Por desgracia, la mano de obra que tenían para llevarlo a cabo era más bien limitada.

Cuando había llegado la anterior expedición de seres-topo, a los que había salvado la de Eldi, los vampiros se habían enterado demasiado tarde. En caso contrario, los hubieran convertido en vampiros menores. Tener a seres adaptados a las profundidades hubiera resultado útil como mano de obra.

Al menos, en aquel entonces, nadie los había visto, y el lugar por donde habían entrado había sido bloqueado, así que habían continuado con sus plantes. Lo que no habían esperado era que volvieran tan pronto, trayendo algunos enanos y otros seres.

Pretendían someterlos o matarlos. Lo que en absoluto podían permitir era que descubrieran sus planes y siguieran con vida.

–Ya se acercan. ¡Vosotros, estúpidos, preparaos!– les gritó la vampiresa a los sapos.

No es que estos los entendieran. Los anfibios apenas podían expresar algunas nociones como comida o peligro, pero los vampiros conseguían dirigirlos con gestos e instrucciones simples. Ahora, les estaban señalando donde colocarse, y que se prepararan.

–Son precavidos, han enviado invocaciones– maldijo el vampiro.

–No les servirán– se vanaglorió ella.

Estaba mirando un espejo, cuyo reflejo era lo que captaba otro colocado estratégicamente para observar la situación sobre la trampa. El vínculo de la pareja de espejos tenía un alcance de menos de un kilómetro, lo que no impedía su utilidad en la situación actual.

–¡Ñiiiic!– se oyó de repente un agudo sonido.

–¿Qué es eso?– se alarmó el vampiro.

Él, ella y algunos sapos habían vuelto la cabeza hacia el origen del sonido. Era una estructura cilíndrica que atravesaba todo el nivel, cuya puerta apenas era perceptible desde fuera. El paso del tiempo y la acumulación de suciedad habían disimulado el contorno. Ahora, se estaba abriendo y chirriando.

–¡Pum!

En aquel momento, la puerta antes medio oculta se abrió de golpe, de par en par. Tras ella, había una mujer de pelo plateado, que desapareció de repente, subiendo las escaleras.

–¡Qué no escape! ¡Nos ha visto!– exclamó la vampiresa.

Los dos vampiros corrieron tras ella, mientras que los sapos se quedaron esperando. Eran demasiado grandes como para subir por allí.

Maldijeron para sus adentros al no ver la silueta de la intrusa, pero no les quedaba más remedio que perseguirla. No querían actuar personalmente, pero ahora que habían sido descubiertos, no les quedaba otro remedio.

Se detuvieron un instante, confusos al encontrarse con un hombre que no llegaba ni a nivel 70, y que se asomaba por la puerta del nivel superior. No sabían dónde estaba la mujer.

–¡Lo capturamos y lo interrogamos! ¡Vamos!– reaccionó la vampiresa.

–¡No te muevas o será peor!– amenazó el vampiro.

Ellos tenían niveles 78 y 83. Un individuo de nivel 67 no representaba ninguna amenaza, pero sería complicado si huía. Por ello, el vampiro lanzó Aprisionar, un hechizo que podía retener al objetivo, siendo su efecto más poderoso cuanto mayor era la diferencia de nivel. Confiaba en no dejarlo moverse durante el tiempo suficiente.



Ni los gólems ni los mastines provocaron que se activara ninguna trampa. Sin embargo, Eldi recibió el inofensivo mordisco de un Murciélago.

–Gjaki ha encontrado algo. Voy a ver– avisó a sus compañeros.

–Llévate a mi hermana, está un poco aburrida– pidió Goldmi.

–Claro.

La lince siguió al alto humano. Gjaki había ido primero, y solía ser interesante estar con ella. Al menos, cuando no quería disfrazarla.

Un grupo de seis enanos también los siguieron, junto a otros tantos seres-topo. Si se necesitaba su ayuda, estarían cerca.

Eldi apenas se asomó a la puerta cuando se encontró a dos desconocidos subiendo por las escaleras.

–¡No te muevas o será peor!– uno de ellos gritó.

Un instante después, un hechizo lo envolvió, amenazando con inmovilizarlo. Sin embargo, era un hechizo muy débil para él, así que probablemente podría resistirlo por sí mismo. De todas formas, por si acaso, lanzó Disipar. Esa acción provocó que se perdiera el efecto de Disimular.

Sus dos adversarios se detuvieron de golpe, horrorizados. Lo habían tomado por un adversario fácil, y ahora se daban cuenta de su error. Además, a la diferencia de nivel que ahora estaba en su contra, había que sumarle la del equipo. El de Eldi era de una calidad extraordinaria, por mucho que su aspecto actual fuera ordinario.

Aquel lugar era estrecho para el martillo o el hacha, y la lanza tenía también algunas limitaciones. Así que Eldi se decidió por otra estrategia.

Un Muro de Hielo apareció detrás de los vampiros, que cometieron el error de mirar un momento hacia la fría aparición que les impedía huir.

Un Rodillazo impactó en el rostro del vampiro, lanzándolo contra el muro. Apenas un instante más tarde, un Codazo le rompió la nariz a la vampiresa, apartándola a un lado.

Eldi se dirigió hacia el vampiro, que recibió un Cabezazo cuando intentaba reincorporarse, aturdido. Dada la diferencia de nivel y la potencia del golpe, la víctima perdió inmediatamente el conocimiento. Si no fuera por la naturaleza de aquella habilidad, quizás incluso podría haber muerto.

La vampiresa enemiga tampoco tuvo tiempo de reaccionar. Antes de que pudiera levantarse, una poderosa felina se había abalanzado sobre ella. Hay que decir que no era el fuerte de la lince noquear a enemigos sin matarlos, pero en esta ocasión lo consiguió con facilidad, más bien por casualidad. Al caer sobre aquella vampiresa, había provocado que se golpeara la cabeza contra el borde de uno de los escalones, noqueándola.

–¿Vampiros? No parece que sean amigos de Gjaki– supuso Fita un rato después, al ver los dos cuerpos inconscientes siendo arrastrados.

–Dejaremos que ella los interrogue. Se le da bien– afirmó Eldi, preguntándose qué estaba haciendo su compañera.

Les había enviado los vampiros y desaparecido. No dudaba que pronto volvería, a pesar de lo cual decidió bajar de nuevo por si necesitaba su ayuda. Por suerte para él, le era fácil disipar su propio muro.

Regreso a Jorgaldur Tomo V: Reencuentro (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora