Batalla (I)

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–¡Recordad, usad las flechas básicas para bombardearlos! ¡Mantened hechizos y habilidades individuales al mínimo hasta que los necesitéis! ¡Esperad a que os avise!– gritó Elendnas, tensando él mismo su arco.

Tenía que hablar con seguridad, sin demostrar miedo, ni hacer mención a él. Algo como "no tengáis miedo" podía ser contraproducente, era mejor simplemente mostrarse firme, y dar órdenes claras y sencillas. Si tenían algo que hacer, no tendrían que pensar en la sobrecogedora estampida que se estaba abalanzando sobre ellos.

Quizás, casi todos los presentas se habían enfrentado a los perdidos, pero muy pocos en una batalla campal como aquella. No tenía comparación a las escaramuzas a las que estaban acostumbrados, y a más de uno le temblaban las piernas. Incluido cierto joven elfo que había querido ser comandante. Había miles de seres corruptos, decenas de miles, quizás centenares de miles, ¿millones? No se veía el final de las fuerzas enemigas.

–¡Tensad las cuerdas los arqueros! ¡Los que tengan hechizos o habilidades en área, preparadlos! ¡Sanadores, alerta! ¡No desperdiciéis maná en rasguños! ¡Lanzad hechizos a discreción tras las líneas enemigas siempre que estéis sobre el 70% de capacidad! ¡Preparaos! ¡Esperad! ¡Esperad! ¡Disparad!– ordenó el elfo.

Proyectiles y hechizos empezaron a caer tras las segundas líneas enemigas, diezmándolas. Los proyectiles eran especialmente eficientes, ya que habían sido diseñados para contener magia purificadora, y se habían estado preparando durante años. Sabían que un día u otro harían falta.

Pronto, se abrió un hueco tras la primera línea de perdidos que estaba embistiendo contra los elfos en vanguardia, los tanques. Escudos y barreras de maná detuvieron a los enemigos, a pesar de que los elfos fueron empujados unos centímetros hacia atrás. Su ímpetu se había visto reducido al no contar con los que venían detrás, habiendo caído por los ataques a rango de los elfos.

La misión de la primera línea era bloquearlos, dejarlos que se empujaran entre sí. La de la retaguardia, reducir los números de los enemigos, disparando a la masa de perdidos que parecía interminable.

Había también guerreros ofensivos, especializados en cuerpo a cuerpo. Dieron un paso adelante al mismo tiempo que sus compañeros daban uno hacia atrás, sustituyéndolos temporalmente.

Descargaron sus ataques, con sobre todo espadas, pero también lanzas o hachas. Tomaron a los perdidos por sorpresa, pudiendo asestar el primer golpe, siempre con una habilidad poderosa que habían estado preparando.

No obstante, pocos enemigos cayeron. Preferían debilitarlos, mutilarlos, dejarlos entre ellos y el resto de enemigos. De esa forma, habría menor presión sobre los tanques por un rato. Seguramente, sus propios compañeros corrompidos los acabarían aniquilando, ahorrándole el trabajo a los elfos, y gastando energía los perdidos.

–¡Cambio!– exclamó la elfa encargada de la vanguardia.

Era una elfa de pelo rojo llamada Caranlín. Si bien su nivel no era tan alto, tenía experiencia en combates masivos. Había sobrevivido de milagro meses atrás en una emboscada de perdidos, resistiendo con fuerzas muy inferiores hasta la llegada de refuerzos. El propio Eldi había estado en aquella batalla.

Los guerreros dieron un paso atrás. Los perdidos, que a pesar de las heridas querían seguir atacándolos, se encontraron con escudos que los bloquearon.

Algunos elfos estaban heridos, aunque mayoritariamente eran sólo arañazos. Por ahora, no irían a tratarse, excepto unos pocos que habían tenido mala suerte, o habían sido demasiado imprudentes.

–¡Barrera 6!– se escuchó decir al mismo tiempo un poco más atrás.

Los encargados invocaron hechizos de viento para desviar los proyectiles provenientes del bando enemigo. Por su parte, el grupo de Elendnas había detenido su ofensiva. Estaban esperando a que los enemigos volvieran a acercarse, así que conservaban fuerzas y municiones hasta que estuvieran a tiro. No estaban cansados todavía, pero aquella batalla sería larga.

–¡Disparad todos excepto grupo 2 y 8!– ordenó de nuevo el marido de Goldmi un poco después.

Los perdidos frente a esos dos grupos eran más lentos, y no habían cubierto el hueco dejado por los anteriores. Aquella era una guerra de desgaste, con un enemigo muy superior en número, pero muy inferior en organización. Aunque los generales podían dar órdenes, no eran comparables a los veteranos y expertos comandantes que tenían enfrente. Y tampoco sus soldados, los perdidos, respondían a las órdenes como los vivos.



–¿Cuánto falta para montarlas?– preguntó la elfa encargada a los ingenieros gnomos que habían seguido a los elfos.

Había cientos de ellos, montando enormes catapultas. Habían empezado a reconstruirlas en cuanto se habían detenido para esperar al enemigo.

–27 minutos y 43 segundos– aseguró el capataz con seguridad.

La elfa no dijo nada más. Le bastaba con que le dijeran media hora, pero sabía que aquellos seres eran unos perfeccionistas. Sin duda, tardarían exactamente ese tiempo si no había ningún imprevisto.

–Ya habéis oído. Cuando falten 8 minutos y 16 segundos, preparad los proyectiles– ordenó a otro grupo de gnomos.

Hubiera dicho diez minutos, pero sabía como eran. También sabía que era mejor dejadles hacer a ellos los cálculos. De hecho, ella había sido asignada a esa posición porque estaba acostumbrada a tratar con gnomos.

Los proyectiles no perdían efectividad durante diez minutos tras prepararlos, y necesitaban el tiempo que les había indicado para ponerlos a punto. Eran delicados, pero muy efectivos.

Con contenedores diseñados en colaboración con los propios gnomos, magos especializados habían vertido su poder. Tras ello, habían sido sellados y almacenados para cuando hicieran falta. Ahora, era el momento.

De hecho, Goldmi había sido uno de esos magos. Si bien no era maga, su poder era el adecuado, así que lo había vertido cada noche en los contenedores asignados. Además, a diferencia de otros, podía hacerlo desde casa, ya que podía guardarlos en su inventario perfectamente. De vez en cuando, se trasladaba mediante un Portal para entregarlos.

De hecho, la elfa lamentaba no poderlos ver en acción. Aunque tenía la esperanza de que alguno de sus conocidos lo grabara. Aquellas catapultas estaban tras todos los grupos, esperando la oportunidad para entrar en acción y darles una desagradable sorpresa a sus enemigos.



Aún más atrás de las catapultas, se estaban montando enormes tiendas militares. Numerosos hechizos se estaban activando para protegerlas, pues nada debía atacarlas por sorpresa.

Allí, debían descansar las tropas, en zonas purificadas sin miasma, y con alta concentración de maná. También había algunas especializadas para tratar a los heridos graves.

Eran equipaciones imprescindibles para afrontar una larga batalla, donde el desgaste era uno de sus peores enemigos.

Regreso a Jorgaldur Tomo V: Reencuentro (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora