Visita familiar (II)

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–Sí, padre– asintió el hermano de Mideltya, para luego dirigirse a las dos semi dríadas –. Rina, Rena, ¿podrías repetírnoslo?

La elfa, que miraba fijamente a su hermano con clara hostilidad, se volvió hacia ellas, igual que sus acompañantes. No entendían de qué iba aquello, así que esperaban encontrar las respuestas de una vez.

Quien sí lo sabía era Asondor, que sonreía triunfante a pesar de ser ignorado por su exprometida.

Ambas eran híbridas de pantera y dríada. Con elegancia, miraron al elfo, y Rina fue la que habló.

–Claro. Como portavoz de las dríadas, debo anunciar que la unión de Asondor y Mideltya está en sincronía con la naturaleza. Debe proceder por un bien mayor– anunció.

Ted y Mideltya la miraron incrédulos. Melingor miró de reojo a los elfos, preguntándose cuántos de ellos estaban metidos en aquella estupidez. Lidia se tenía que contener para no darle un puñetazo en la cara. Líodon incluso lo encontró divertido.

La madre de Mideltya, sin embargo, abrió muchos los ojos, entre sorprendida, incrédula y desolada. Quería mucho a su hija, pero oponerse a la voluntad de las dríadas sólo podía traer desastres. No sabía qué hacer.

Las dríadas eran sumamente respetadas, incluso veneradas, en especial por los elfos. Ellos vivían en íntimo contacto con la naturaleza, por lo que lo último que querían era ofenderlas.

Además, las dríadas solían interactuar poco con la mayoría de mortales, siendo las semi dríadas en cierta forma sus representantes. Dado esa poca interacción, eran pocos los que conocían cuáles eran sus posturas, sus pensamientos, sus deseos.

Habiendo sido dos semi dríadas quienes habían expresado dicha postura, no podían sino aceptarla. Todos sabían que las semi dríadas tenían una íntima relación con las dríadas, lo cual había sido expuesto claramente en la batalla contra la corrupción, no mucho tiempo atrás.

Sin embargo, la situación de los actuales huéspedes era diferente. Todos conocían a Melia, una dríada, y sabían bastante sobre cómo eran, sobre todo los mellizos. Meterse en asuntos de mortales de ese modo era impensable para ellas. Lo de la sincronía con la naturaleza no era más que una rotunda estupidez.

–Las dríadas nunca dirían algo así. No les gustará nada que mintáis en su nombre– avisó Líodon.

–¡¿Y tú qué sabrás?! ¡Más te vale callar si no quieres provocar su furia!– respondió Rena tajantemente, enojada, ocultando su inquietud.

Toda la mansión tembló entonces levemente, como respaldando sus palabras. El edificio estaba excavado en un enorme árbol, conviviendo con él. A cambio de su protección y espacio, los elfos lo cuidaban, asegurando su nutrición, y luchando contra cualquier enfermedad o parásitos.

Lidia respiro hondo, conteniendo su furia. Las miró con desdén, y algo de lástima.

–Mamá se va a enfadar– susurró, siendo sólo oída por sus acompañantes.



–Ya estamos aquí. Espero que no lleguemos tarde– contempló con asombro Eldi.

Era un enorme árbol, dentro del cual se encontraba la mansión de los padres de Mideltya. El conjunto resultaba singularmente hermoso.

–No mucho. Justo han llegado sus padres– explicó Melia.

La dríada estaba junto a él, cogiéndole el brazo, su cuerpo pegado al de su amado. De ninguna forma quería dejarlo ir.

Estaba observando el interior a través de las plantas, lo que era excepcionalmente fácil dentro de un árbol. Podía escucharlos claramente a través de las vibraciones que producía el sonido en el tronco.

–Bienvenidos, os estábamos esperando. Por favor, seguidme– los recibió una elfa, que contenía su admiración y sorpresa.

Era fácil identificar a Eldi Hnefa, y sus hazañas eran admiradas por los elfos. Sin embargo, sabían que iba a venir, por lo que estaban preparados para su llegada. Su presencia no era ninguna sorpresa.

Lo que sí la había sorprendido era la aparición de Melia. La llegada de una dríada era algo que nunca había imaginado, y no tenían ninguna información respecto a que Eldi conociera a una. Además, la actitud de Melia no dejaba dudas sobre su relación. De hecho, todos los elfos en los alrededores se habían detenido para mirarlos.

Le costó mantener la compostura y no mirarlos todo el rato, pero era una sirvienta profesional. Tenía muchos años de experiencia. Los guio prácticamente sin vacilar.

–¿Melia? ¿Pasa algo?– se preocupó Eldi.

Inesperadamente, la dríada había apretado más fuerte. Cuando se había vuelto hacia ella, había descubierto que fruncía el ceño. De repente, toda la mansión tembló débilmente, para sorpresa de su guía.

–Sí. No intervengas, es asunto de dríadas– respondió ella, más seria de lo que la había visto nunca. Estaba enfadada, aunque él no sabía por qué.

Melia entonces desplegó su aura, para asombro de todos. Tras ello, soltó a Eldi y caminó rápidamente hacia delante. Parecía flotar sobre el suelo de madera viva, dejándolos rápidamente atrás.

Su guía no sabía qué hacer. Miró a Eldi, pidiendo ayuda.

–Vamos tras ella.

La elfa asintió. Seguía desconcertada, pero al menos tenía una dirección que seguir.



De repente, las dos semi dríadas palidecieron. Sus rostros mostraban terror, e incluso dieron un paso atrás. No obstante, no había donde escapar. Incluso si salían corriendo de allí, se encontraría en la selva, rodeadas de plantas.

Habían actuado así con la seguridad de que no iban a ser descubiertas. Si bien las dríadas podían espiar en cualquier lugar con plantas, ni mucho menos podían hacerlo en todos a la vez. La probabilidad de que alguna escuchara casualmente sus mentiras era tan remota que podía ser descartada.

Por ello, cuando percibieron el aura de Melia, no se lo podían creer.

–¿¡Cómo!?– se preguntó Rina, desesperada.

–No puede ser...– estaba su hermana aterrada.

Los padres de Mideltya, su hermano y su exprometido no entendían nada.

–Mamá ha llegado– murmuró Líodon, medio sonriendo.

–Esto se va a poner divertido– sonrió traviesa Lidia.

–Y yo que esperaba que fuera sólo una visita formal, sin problemas– suspiró Melingor.

–¿Qué está pasando?– preguntó Mideknor a su hijo.

–No lo sé– estaba éste igual de desconcertado que su padre.

–¿Rina? ¿Rena? ¿Qué sucede?– preguntó Asondor.

–Ella... Viene... Nos ha visto... Nos ha oído...– respondió Rina, temblando.

–¿Quién viene?

Antes de que pudieran responder, todos sintieron el aura, la misma que las semi dríadas habían percibido antes que los demás. Era una aura llena de vida, que normalmente hubiera sido extremadamente agradable, suave, refrescante. Sin embargo, ahora estaba agitada, enfadada. Era como si la propia naturaleza se hubiera levantado en armas.

–Mamá está aquí– susurró Líodon.

–Y está enfadada– añadió Lidia.

Regreso a Jorgaldur Tomo V: Reencuentro (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora