Misterio bajo tierra

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Ghorvo se sentó satisfecho en su trono de piedra. Al menos, él consideraba aquel conjunto de ruinas como un trono, y se sentía importante en él.

La sombra estaba profundamente satisfecha contemplando las ruinas de la ciudad y su ejército de perdidos. Estaban distribuidos por la antigua ciudad y las afueras, supuestamente vigilando. Aunque él sabía que los enemigos estaban muy lejos de allí.

El motivo de su buen humor era que muchos de sus rivales habían muerto. Eso significaba que ahora tenía más poder, que tarde o temprano tendría a más seres corrompidos bajo sus órdenes. Contra menos sombras hubiera, más poder acumularía.

Ni por un momento se paró a pensar en que los enemigos que habían acabado con sus congéneres pudieran llegar hasta él. Allí, en medio del Bosque Perdido, no había peligro para él.

Lo que más le preocupaba era que las otras sombras supervivientes le robaran la parte del ejército que le correspondía legítimamente. Por supuesto, en su mente, discurrían mil y una ideas para robarles él las suyas. O, más bien, hacerse con "lo que merecía".

Oyó un extraño ruido. Era un tanto estridente, pero lo ignoró. Al fin y al cabo apenas duró unos segundos. Volvió a escucharlo no mucho después, y esta vez duró más.

–Algo se habrá desprendido otra vez. Igual ha provocado la caída de otras cosas– pensó.

Si bien aquel sonido estridente no sonaba como algo cayéndose, su sentido del oído no era igual al de los vivos. Y tampoco es que estuviera habituado a distinguir aquel tipo de sonidos.

–¿Otra vez?– se dijo –. Está vez dura más.

La tercera vez, el sonido parecía no querer detenerse. Eso hizo que su innata curiosidad, aquella que había sido reprimida por la corrupción, resurgiera débilmente.

Sólo fue una débil tentación, pero tampoco tenía nada más que hacer. La sombra que le había estado acompañando, con la que se había estado peleando día sí día también, había sido enviada a recoger a los perdidos. Sólo esperaba que no se apropiara de más de los que debía. Que no hiciera lo que él habría hecho en su lugar.

El sonido lo llevó a lo que había sido un enorme edificio, y ahora eran ruinas amontonadas. Se metió entre los huecos, sin miedo a quedarse atrapado. En el caso peor, su figura etérea podía simplemente atravesarlas.

Fue recorriendo las ruinas hasta que llegó donde el sonido era más fuerte, y se quedó mirando el lugar, extrañado. No podía dejarse de preguntar de dónde venía aquel ruido, pues no sentía ningún perdido debajo.

Antes de decidirse a atravesar el manto de ruinas e investigar, una punta de metal surgió de entre las rocas, atravesándolas. Se sobresaltó ante la aparición, pero no sintió miedo. Aquello era sólo un objeto raro, no un ser vivo.

La punta de metal rotaba sobre sí misma, resquebrajando la roca a su paso, lo que era el origen del sonido. Se la quedó mirando, esperando que saliera del todo, pero, para su sorpresa, retrocedió, dejando un agujero tras de sí del tamaño de una pelota de fútbol. De él, salía un ligero resplandor.

No dudó antes de decidirse a entrar. Al fin y al cabo, incluso la tierra estaba corrompida. No había nada allí que pudiera amenazarlo.



–Muy bien preciosa, así se hace– alabó Eldi.

–Un niño con un juguete nuevo– suspiró Gjaki.

–Se está divirtiendo– sonrió Goldmi.

–Los artefactos de los enanos son realmente efectivos– se asombró Maldoa.

–¿Luego puedo hacerlo yo?– pidió Menxilya.

–UUAAAAHH– bostezó la lince, cuyas orejas estaban taponadas.

–¿Falta mucho?– preguntó la azor, cansada de estar bajo tierra.

–Roca rompe– se asombró la kraken.

Cierta hada no decía nada. Estaba mirando hacia arriba, inusualmente con el ceño fruncido. Su aura no podía atravesar la roca, pero algo la hacía sentir inquietud.

Era el tercer intento. El primero, había sido de prueba. Para ver exactamente cómo funcionaba, y decidir cómo posicionar la taladradora enana.

En el segundo, Goldmi había pedido que se detuviera. Algunas de sus hermanas sufrían con el chirriar del metal contra la piedra, así que había pedido tiempo para ponerles unos tapones. Ella, Maldoa, Gjaki y Menxilya también se habían unido.

Ahora, estaba perforando el techo de piedra. No sabían si había sido bloqueado deliberadamente, o algo se había desprendido sobre la salida. Lo que sí sabían era que tenían que atravesar la roca para salir.

Estuvieron un buen rato hasta que Eldi detuvo el avance, y empezó a hacer retroceder el aparato.

–Hay menos resistencia, debe de haber salido al exterior. Creo que podremos investigar– anunció.

–Entendido– asintió la vampiresa, invocando algunos Murciélagos para enviarlos.

Sin embargo, cuando la punta retrocedió, todos oyeron la voz de Pikshbxgra.

–¡Un malo! ¡Está muy cerca!– avisó.

Aquellas palabras los sobresaltaron. Se miraron y retrocedieron, pues sabían que los espíritus corrompidos podían sentir a los vivos.

Goldmi preparó Flechas de Luz, mientras que el hada se acercaba el agujero.



–Qué extraño. Hay un enorme agujero aquí abajo– se dijo la sombra mientras se asomaba.

En ese momento, el aura del hada se manifestó con fuerza, envolviendo a Ghorvo.

–¡Un hada!– se sorprendió, a la vez que surgía el odio y el miedo de su alma corrompida.

A toda prisa, reunió el miasma para enfrentarse a la amenaza, pero un extraño objeto brillante lo atravesó.

–¿Cómo...?– alcanzó a decir, antes de que su existencia se desvaneciera.



–Pikgra, ¿hay más?– preguntó la elfa un instante después, preocupada.

En la ocasión anterior, habían encontrado dos. Si había otra, podría exponer su posición.

–Ningún malo cerca– aseguró el hada, después de extender su aura a través del agujero–. Voy a ver.

Salió por allí antes de que pudieran detenerla. Gjaki envió a sus exploradores tras ella, y la azor se acercó al agujero, mirándolo con suspicacia.

–Está limpio. Nada en los alrededores. Deberías poder salir. Sigue a mi Murciélago– le explicó Gjaki.

Si bien la azor no podía hablarle, si podía entenderla. Así que eso hizo.

Con dificultad, se movió entre las ruinas, que parecían peligrosamente inestables. Aunque no eran un gran peligro para un ave nivel 100, capaz de volver junto a su hermana a través de Siempre Contigo.

Se movió torpemente entre los huecos, hasta que por fin salió de entre las rocas. Con alivio de haber abandonado las profundidades, se alzó hacia el cielo, siendo descubierta por media docena de perdidos voladores. No fueron los únicos que la vieron, pero sí los únicos que podían seguirla.

Ella siguió subiendo, ganando distancia, hasta que se dio media vuelta y cayó sobre ellos. Estaba decidida a liberar el estrés de su viaje por el túnel. Los lugares cerrados no eran lo suyo. Ella había nacido para volar bajo el cielo.

Regreso a Jorgaldur Tomo V: Reencuentro (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora