Un merecido descanso

117 38 1
                                    

El duende se recostó en la silla, puso los pies sobre la mesa y tomó un sorbo de la humeante infusión. La saboreó con calma, disfrutando de ese momento de paz tras unos días agotadores, cerrando los ojos, y no pensando en nada más que en el suave sabor mentolado.

–Por fin un poco de paz– murmuró, suspirando.

En estos últimos días, había habido más actividad de la habitual en la zona corrompida. A eso, había que sumarle varias pistas falsas sobre su gran enemigo, con el consiguiente despliegue de efectivos, y los informes pertinentes antes y después.

–Toc, toc– se oyó llamar a la puerta.

Frunció el ceño. Había ordenado que no lo molestaran. Al fin y al cabo, tenía derecho a un poco de tiempo para sí mismo de vez en cuando. Miró reluctante hacia la pipa que tenía preparada sobre la mesa, y que aún no había podido encender. Quería ignorar la llamada, pero probablemente sería urgente. Suspiró de nuevo, esta vez resignado.

–Adelante– respondió, chasqueando los dedos para inhibir la barrera que bloqueaba la puerta.

En realidad, no necesitaba chasquear los dedos para hacerlo, pero le gustaba el gesto. Era una manía que su familia había decidido ignorar, lo que quedaba de ella. Pensar en quienes había perdido le hacía hervir la sangre.

De hecho, la única razón por la que llevaba años en ese trabajo era para vengarlos. Allí, tenía más posibilidades de encontrar a su gran enemigo, el vampiro ancestral que se suponía muerto. Pero que él estaba seguro de que estaba escondido, esperando su oportunidad. No tenía ninguna prueba, pero sí numerosos indicios.

Por ello, en un principio, había vigilado de cerca a otra vampiresa ancestral que había aparecido inesperadamente, una visitante. Aunque ahora la consideraba una aliada. Quizás, incluso una amiga.

Miró fijamente a la figura que abría la puerta y entraba apresurado. Alhgojl era un musculoso bárbaro de más de dos metros y aspecto temible, que odiaba luchar. Por ello, era considerado una vergüenza en su tribu, de la que había sido expulsado. El duende lo había rescatado en el pasado, y ofrecido trabajo como asistente.

Había sido una medida temporal, a la espera de encontrar algo mejor para el bárbaro. Pero, tras aprender a leer y un poco de aritmética, había resultado sorprendentemente eficiente. Llevaba más de treinta años siendo su secretario.

–Siento molestarle, señor. Ha llegado Gjaki. Pide que vaya enseguida, que es urgente– introdujo el bárbaro sin más dilación, con una respetuosa reverencia.

Aquello sorprendió al duende, y no porque hubiera estado pensando en ella un momento antes. La vampiresa solía esperar relajadamente cuando venía, comiendo algo, sin prisa. Era la primera vez que lo apremiaba.

No dudó en levantarse y caminar hacia su destino. Claro que caminar era la descripción de cómo movía los pies, no de cómo su cuerpo desaparecía una y otra vez, avanzando a cada Paso Fantasma mucho más terreno de lo que hubiera hecho simplemente corriendo.

En cuanto llego a la habitación, no le fue difícil darse cuenta de que la vampiresa no había estado ociosa. Sus ropas estaban limpias, pero había restos de tierra y sangre en su pelo y rostro, y múltiples trazas de maná a su alrededor, remanentes de hechizos. No obstante, no parecía que ella hubiera sufrido ningún daño.

–Buenos días, Gjaki. ¿Qué es tan urgente?– preguntó nada más entrar.

–Tienes que acompañarme a la Gran Hermandad, es una ciudad subterránea– informó ella.

Arqueó sus cejas. Aquel nombre pertenecía a una ciudad perdida, de la que hacía mucho que no había oído hablar. Aquello sin duda daba lugar a muchas preguntas, pero ahora había una más importante.

–¿Por qué es tan urgente?– se interesó.

–Un grupo de vampiros quería montar una base allí. Los hemos reducido. Hemos inutilizado los portales, pero estoy segura de que podéis analizarlos, ver a dónde llevaban. No hay duda de que es nuestro amigo, sea quien sea– explicó la vampiresa.

–¡Alhgojl! ¡Moviliza al grupo Gamma! ¡Que estén preparados en cinco minutos en la sala siete! ¡Rápido!– ordenó a su secretario, antes de volverse a la vampiresa –¡Vamos! ¡Date prisa!

Mientras su secretario se apresuraba, ella miró al duende, a punto de decir algo, incluso con ganas de reír, pero se contuvo. En su lugar, invocó un Portal que ambos cruzaron.



En cuanto les dieron el aviso, los enanos avanzaron hacia sus enemigos. Hasta ahora, se habían quedado quietos, bloqueando con aparente dificultad los sucesivos ataques. Ahora, demostraban que en realidad no les era tan difícil, que podían resolverlos con solvencia. Habían estado simulando debilidad para que sus enemigos no dejaran de atacar, para que creyeran que estaban a punto de vencer.

Caminaron con los escudos en alto y las lanzas apenas sobresaliendo, preparadas para ensartar a quien se pusiera a tiro. Además, el maná se movía entre ellos y sus armas con más virulencia, amenazante. Sin duda, estaban preparando un poderoso hechizo conjunto.

Sus enemigos, que habían creído que estaban a punto de derrotarlos, dieron un paso atrás, sorprendidos e intimidados. Algunos incluso quisieron salir corriendo. Sin embargo, el hechizo de los enanos se lo impidió. Se encontraron ambos bandos dentro de una enorme caja de maná y tierra, que los obligaba a entablar batalla. No podían huir.

Los enanos siguieron avanzando, sin prisa, en formación. Cada paso retumbaba dentro de Lucha a Muerte, ya que todos los enanos caminaban a la vez, sincronizados, como si fueran uno. Sus enemigos sólo veían una pared de escudos y peligrosas puntas afiladas que amenazaban con aplastarlos y agujerearlos.

Los vampiros intentaron contratacar, pero la defensa de los enanos era firme. Apenas lograron retrasar un poco su avance, pero no impedirlo.

Lo peor era que el avance y la Intimidación de los enanos había aterrado a los sapos. Estos intentaban huir, y se movían frenéticos buscando una salida que no existía. Eso obligaba a los vampiros a atacarlos para evitar ser aplastados.

Si ya tenían pocas opciones, el pelearse entre ellos sólo empeoraba su situación. Además, los enanos tenían más armas en su arsenal.

Cuando se acercaron lo suficiente, sus escudos empezaron Vibrar, además de golpear hacia adelante. Apenas un instante después, les siguieron las lanzas.

Sin casi espacio ni tiempo de reacción, los enemigos restantes se vieron arrollados por la formación enana. Por si fuera poco, la última fila trepó por las espaldas dobladas y cabezas de sus compañeros, armados con hachas. Saltaron sobre los escudos y atacaron a los vampiros, como si estos no tuvieran suficiente con escudos y lanzas.

Habían creído que podían derrotar al compacto grupo de enanos, sin importar sus armas o armaduras. Demasiado tarde se dieron cuenta de lo equivocados que habían estado.

Regreso a Jorgaldur Tomo V: Reencuentro (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora