Visita élfica

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Eldi y su familia llegaron a la aldea de Goldmi a través del Portal que tenía allí. Melia quería saludarlos en persona, no tras la máscara del Oráculo. Goldmi y los suyos también estaban deseando conocerla. Puede que la elfa la hubiera visto en el juego, pero no era lo mismo.

––¡¡Bienvenidos!!–– los recibieron dos niñas gemelas.

Habían insistido en ser ellas quienes saludaran a sus huéspedes, e incluso habían aprendido a hacer una reverencia. Cabe decir que Elenksia, la cuñada de Goldmi, se había divertido mucho enseñándoles.

–Hola. Me alegro de conoceros por fin– fue la dríada la primera en saludar.

Lo cierto es que las había visto muchas veces a través de las plantas, lo que le hacía sentirse muy familiar con ellas. Las niñas, en cambio, la miraban con curiosidad.

–¿Eres como Maldoa?– preguntó Gjami.

–Te pareces, pero también eres diferente– observó Eldmi.

–Maldoa es mi sobrina. Tienes razón. Nos parecemos, pero también somos diferentes– respondió Melia, agachándose y cogiendo con suavidad una mano de cada niña.

–¿Cómo tía Elenksia y nosotras?

–Así es.

–Entonces, ¿los papas de Maldoa y tú qué sois?

–Su mamá es mi hermana. ¿Os gustaría conocerlos?

––¡Sí!–– las dos exclamaron a la voz.

–Entonces, les diré que vengan un día– prometió la dríada.

Aunque, en realidad, no hacía falta. La madre de Maldoa estaba escuchando a través de las plantas.

–Je, je. Ya tengo excusa– se congratuló ésta.

–Mamá... Has conspirado con Melia...– la acusó Maldoa, suspirando.

–¡Es culpa tuya por no invitarme!– infló la dríada sus mejillas.

–Haz lo que quieras...– suspiró su hija, sintiéndose un poco culpable.



–Así que eras el Oráculo. ¡Quién lo iba a decir! ¡Me alegro tanto de que os hayáis encontrado!– la abrazó Goldmi.

–Lo siento, no os lo podía decir– se disculpó Melia, abrazándola su vez.

–Lo entiendo. Ha debido de ser duro para ti– empatizó la elfa.

–Mucho. Pero ahora todo está bien. Aunque... Me temo que tengo malas noticias... Mis hermanas me han hecho un montón de encargos para ti...– se volvió a disculpar la dríada, aunque estaba riendo.

–Ja, ja. No hay problema. ¿Quieres algo?– ofreció la arquera.

–Mmm... ¿Un poco de todo? ¡Ay...! ¡Era broma...!– se quejó a Eldi, aunque extendiendo sus brazos hacia él.

La había pellizcado en el brazo, aunque sin apenas fuerza. La reacción de la dríada no sólo había sido un tanto exagerada, sino que exigió un beso como compensación. Cualquier excusa era buena, y su amado era incapaz de negarle nada.



Acabaron comiendo los dieciséis al lado de un pequeño lago. Líodon, Lidia, Melingor, Ted, Mideltya, Melia, Eldi, Gjami, Eldmi, Elenksia, Klimsal, Elendnas, Goldmi, la lince, la azor y la kraken. Esta última estaba dentro del lago, alargando sus tentáculos para coger la comida.

–¿Hay algo que tengamos que saber?– preguntó Elenksia, un poco nerviosa. Era muy importante para ellas.

Pronto iría con su pareja para usar los pases que les habían regalado. Goldmi, Elendnas y las niñas las acompañarían.

–No tiene que haber ningún problema. La vieja Maisha se encargará de todo. Si hay cualquier problema, hablad con Maldoa o conmigo– ofreció la dríada.

–Gracias– intervino Klimsal.

–No es gratis. ¡Exijo derecho de mimo cuando nazcan!– exigió Melia, divertida.

–Mamá... ¿No tienes suficientes con las dos?– suspiró Líodon.

Las gemelas estaban acostadas sobre el regazo de la dríada, mientras ésta acariciaba con dulzura sus cabellos. La suavidad de su piel, y el delicioso y calmante aroma floral las había acabado venciendo, después de horas de juego.

Las dríadas pueden controlar el aroma que emite cada parte de su cuerpo, pudiendo variarlo como si tuvieran miles de flores para elegir. No obstante, suelen hacerlo subconscientemente. Por ejemplo, con Eldi, solía haber un aroma mucho más estimulante.

–¡Nunca es suficiente! ¡A ver si tengo pronto biznietos que mimar!– exclamó, traviesa, haciendo sonrojar a Ted y Mideltya.

–Si tanto quieres, hazlos tú misma– sugirió Lidia.

–Eso también es interesante– reconoció la dríada, sin ninguna timidez, mirando a Eldi con una sonrisa que él era incapaz de resistir –. Aunque tampoco me iría mal algún nieto más.

–¿Queda más salsa?– preguntó Lidia, ignorando a su madre.

Eldi prefería no decir nada, pero en aquel momento frunció ligeramente el ceño. Aunque lo disimulara, había notado por un instante el dolor en el rostro de Líodon.



–¿Estás bien?– se acercó Eldi a su hijo.

Este último se había levantado para dar un paseo, y Eldi había ido tras él. Estaba un poco preocupado, pues parecía deprimido.

–¡Papá! Sí, claro, ¿por qué no iba a estar bien?– negó Líodon, sin mirarle a los ojos.

–Puedes hablar conmigo si quieres. No he podido estar con vosotros cuando me necesitasteis, pero ahora estoy aquí. Sé que no es fácil confiar en mí, pero te aseguro que estaré para lo que sea– aseguró el mago de batalla.

–¡No es eso! ¡Claro que confío en ti! ¡Tú nos salvaste! ¡Nos diste una familia! Es solo que yo...– respondió el mellizo, rotundo al principio e indeciso al final.

Eldi se acercó y lo abrazó, para sorpresa de Líodon. No se lo esperaba, aunque le resultó reconfortante. Durante muchos años, había querido volver a ver a su padre, y ahora se había hecho realidad.

–Siempre estaré para ti. Cuando quieras hablar, te escucharé– prometió su padre.

En la seguridad de los brazos de su padre, los mismos que le había sacado a él y a su hermana del agujero muchos años atrás, Líodon de repente rompió a llorar.

A Eldi le sorprendió la súbita reacción, pero no dijo nada. Sólo mantuvo el abrazo, dándole palmaditas en la espalda, esperando a que se calmara. Le costó un buen rato.

Finalmente, tras respirar hondo, Líodon se separó de su padre. Se secó las lágrimas con la manga de su camisa y lo miró.

–No se lo he contado a nadie yo... Pero... Podrían escucharnos...

Quería explicarlo, pero temía que su madre u otras dríadas los espiaran. Era algo que no quería que supieran.

–Ven, hablemos dentro. Allí estaremos solos– ofreció Eldi, sacando su tienda-castillo.

Líodon miró la tienda. Deseaba contarlo, desahogarse, pero a la vez sentía vergüenza, indecisión. En todos estos años, nunca había confesado lo que sentía. Lo había guardado siempre dentro, a pesar del dolor que atenazaba su corazón.

Lo siguió, entrando en la tienda.

Regreso a Jorgaldur Tomo V: Reencuentro (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora