No pasó nada

126 31 2
                                    

Los elfos eran sin duda el grupo más numeroso. Al fin y al cabo, era su selva. Todas sus miradas estaban puestas en un pequeño grupo de menos de diez, que estaban conversando entre ellos. En especial, en uno de ellos.

Elendnas había sido un ídolo entre los elfos. Era un genio que había alcanzado gran poder a pesar de su juventud. Un héroe vivo del que se cantaban muchas proezas. Un modelo a seguir para muchos jóvenes.

Sin embargo, se había retirado tiempo atrás. Rumores más o menos fundados decían que había sufrido una grave enfermedad. Había incluso quienes creían que había muerto. Evidentemente, esos últimos rumores eran falsos, pues ahora volvía a estar allí.

La mayoría de miradas eran de curiosidad y de admiración. Las había incluso infatuadas, de algunas elfas que deseaban poder acercarse y seducirlo. Por desgracia, se había propagado una noticia que había roto muchos corazones, y que incluso había sido confirmada por algunas autoridades. Elendnas estaba casado y tenía dos hijas.

Melingor había sido el artífice de dicha noticia, con el beneplácito del elfo, y sobre todo de Goldmi. Era una buena forma de mantener a raya a sus admiradoras, aunque no tenía claro si sería efectiva con todas. Por lo menos, debería serlo con la mayoría.

Claro que no todas las miradas eran amistosas. Como la del joven elfo que se acercó a él.

–Tú eres Elendnas, ¿verdad?– le preguntó con patente hostilidad.

–Sí, así es. ¿En qué puedo ayudarte?– se extrañó el elfo.

Había algo en el tono de voz del recién llegado que no le gustaba. En el pasado, había sido abordado varias veces por elfos con ganas de notoriedad, o que por alguna razón lo detestaban.

–No pareces gran cosa. Los rumores son exagerados– lo provocó.

–Si eso es todo, tengo trabajo que hacer– quiso ignorarlo el marido de Goldmi.

–¿Tienes miedo? Quizás en el pasado, pudieras ser el líder de tu generación, pero estás oxidado. Yo, Ilunbdor, soy el mejor de esta generación. Mucho mejor de lo que tú nunca fuiste– le siguió provocando.

–Felicidades. ¿Algo más?– respondió Elendnas con condescendencia. Ya no era el joven irritable y fácil de provocar del pasado, aunque eso no significaba que no se sintiera molesto.

–Sí. Sería mucho mejor que yo dirigiera a un batallón en tu lugar. Vuélvete a tu retiro. Yo ocuparé tu lugar– siguió creciéndose Ilunbdor.

–Supongo que yo también era así de impetuoso en el pasado, pero no recuerdo ser tan irrespetuoso. Incluso no creo que fuera tan ignorante. ¿De verdad te crees que puedes hacerlo mejor? Dime, ¿Cuántos batallas has vivido? ¿Cuántas situaciones de vida o muerte? ¿Tienes experiencia en un evento a esta escala?– contratacó finalmente Elendnas.

–Puede que no tenga tanta experiencia... ¡Pero tengo el talento!– replicó orgulloso el joven elfo.

–El talento no es suficiente. Tiene que ser desarrollado, y este no es el momento. ¿Eres consciente de que tu bravuconería podría poner miles de vidas en peligro? Además, ¿eres consciente de lo estúpido de tu petición? ¿Crees que puedes ponerte al día del objetivo de la misión, de qué van a hacer los otros batallones, de cómo cooperar con ellos, de los protocolos de actuación en cada escenario? ¿Creer que puedes venir y tomar el mando sin más? ¿¡A cuántos de nosotros quieres matar con tu incompetencia!?– Elendnas esta vez respondió con más agresividad. Empezaba a estar irritado. Quizás no era tan paciente como creía.

–¡Excusas! ¡Tienes envidia de mi talento!– se negó a aceptar Ilunbdor.

–Pues si tienes tanto talento, ¿por qué no empiezas con eliminar a los espías del enemigo en lugar de hacerme perder el tiempo?– dijo con desdén, señalando con la mirada a las aves corrompidas que los sobrevolaban a una distancia prudencial.

–¿¡Te crees que soy idiota!? Nadie puede acertar a esa distancia. ¡Hazlo tú si eres capaz!– casi escupió el joven.

Estaba previsto que seres aéreos se encargaran de aquellos espías, aunque por ahora no les importaba mucho que estuvieran allí. Al fin y al cabo, el objetivo principal de aquella operación era distraer al enemigo, atraer su atención. Aunque tampoco pasaba nada si algunos eran borrados del cielo.

–¿Nadie puede? Mi mujer lo haría con los ojos cerrados. Yo soy un poco peor, tengo que abrirlos– fanfarroneó Elendnas, un tanto divertido.

Ilunbdor quiso ridiculizarlo, provocarlo para que lo intentara. Para su sorpresa, su rival ya había cogido el arco y puesto una flecha en la cuerda. Cabe decir que el arco impresionó al joven, quien no pudo dejar de sentir envidia, incluso codicia.

Cuando Elendnas disparó, las fluctuaciones de maná lo sorprendieron. Por mucho que se quisiera negar a reconocerlo, eran más poderosas que las que él podía provocar.

–Es por el arco– se dijo, no queriendo aceptar que hubiera perdido en ese aspecto.

A pesar de ello, estaba seguro de que no acertaría. La distancia era excesiva, por lo que el ave corrompida podía perfectamente esquivar. De hecho, lo intentó.

Por desgracia para el perdido, de su mujer, el elfo había aprendido Disparo Curvo. No lo dominaba como ella, pero era suficiente para desbaratar el torpe intento de evitar el ataque. La poderosa flecha, imbuida en viento, llegó hasta el ave con suficiente poder para atravesarla de lado a lado.

Ante la mirada atónita de Ilunbdor, el ave no sólo se desvaneció en el aire, sino que la flecha volvió para clavarse frente a Elendnas, que la recogió y la guardó. La flecha especial hecha por Eldi estaba intacta.

De hecho, el elfo hubiera querido cogerla con la mano, pero su dominio de Disparo Curvo no era suficientemente bueno.

Sin decir nada, se alejó del derrotado joven, que se había quedado sin habla, sin saber cómo reaccionar. Sus propias palabras, premeditadamente altas, ahora escocían.

–Esto no es nada. Si hubiera estado Goldmi aquí, te hubieras puesto a llorar– se mofó para sus adentros Elendnas.

En un principio, no había querido enfrentarse al joven, pero no le había quedado otro remedio. Éste había hablado en voz alta para que todos los oyeran, queriendo ridiculizarlo y ganar adeptos. De no haber hecho nada, las tropas bajo su mando podían haber perdido la confianza en él, y eso podía ser peligroso.

–Ja, ja. Le has dado una buena lección– le palmeó el hombro Melingor.

–Espero que la aprenda. Seguro que tiene talento, pero no se pueden tener tantos humos– respondió Elendnas con solemnidad.

–Bueno... Recuerdo que nosotros también... Te acuerdas aquella vez, ante la princesa de pelo azul que te gustaba...– empezó Melingor.

–¡Eso no pasó! ¡Y si dices una palabra de eso delante de Goldmi, tendré que hablarle a Lidia de cierto asunto en una taberna!– amenazó Elendnas, inusualmente nervioso.

–Ah... Bueno... ¡No pasó nada!– aseguró Melingor con vehemencia.

De hecho, aquellos hechos habían sucedido antes de conocer a las mujeres con las que se casarían, y tampoco eran tan graves como para sentirse culpables. Sin embargo, sí que eran sumamente vergonzosos. Por nada del mundo querían que ellas se enteraran.

Regreso a Jorgaldur Tomo V: Reencuentro (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora