Batalla campal (I)

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Mientras un pequeño grupo iba a por Cahldor, los Guardianes del Norte se desplegaron frente la puerta. Una vez completa la maniobra, fueron avanzando ordenadamente, dejando espacio detrás para que más guardianes lo ocuparan.

Todos sabían cuál era su función, dónde debían estar, qué debían hacer. Aquello era un ejército bien entrenado, que volvía a hacer su aparición después de una larga ausencia.

Los perdidos que aún quedaban en las cercanías empezaron a lanzar sus ataques a rango contra los guardianes. Tenían orden de atacar la puerta para abrirla o derribarla, pero esta se había abierto por sí misma. Sin nuevas órdenes, atacaron a los vivos sin vacilar.

Los guardianes en vanguardia colocaron sus pequeños escudos al frente para bloquear los hechizos de miasma y los proyectiles. Eran de apenas el tamaño de un plato, por lo que parecían más bien ridículos, apenas cubrían la mitad de sus antebrazos.

Sin embargo, aquellos escudos no eran tan simples. Gracias a mecanismos alimentados por maná, placas metálicas empezaron a surgir de ellos, extendiéndose, encajando unas con otras hasta formar imponentes escudos rectangulares. Ahora, cubrían completamente sus cuerpos, alzándose hasta dos metros y medio.

El sonido final al encajar todas las piezas no era muy alto, pero cuando cientos lo hicieron a la vez, resultó un pequeño estruendo. Así como era impresionante el espectáculo de los cientos de escudos unos al lado de los otros, no dejando un hueco libre. De color púrpura y con idénticos emblemas, era una imagen que, en el pasado, había causado pánico entre sus enemigos.

Es cierto que los escudos no eran suficientes por sí mismos. Muchos ataques de los perdidos pasaban sobre ellos, hacia quienes estaban detrás. Sin embargo, gracias a un hechizo conjunto de todos los portadores, la protección se proyectaba hacia arriba unos metros, y luego hacia atrás. Cubría la totalidad del ejército.

Las explosiones se sucedieron sobre la firme defensa, sin ni siquiera hacerla temblar. Protegía el avance del ejército, que no tomó ninguna otra acción hasta que todos acabaron de salir de la ciudad.

Las puertas se cerraron, protegiendo su hogar, a los que se habían quedado atrás. Eran un pueblo guerrero, pero eso no significaba que todos lo fueran. Además, también había niños, y habitantes que no podían luchar por su avanzada edad o su estado de salud.

–¡Archeros, fijad vuestros objetivos!– ordenó una voz.

Los archeros empuñaron sus arcos, a la vez que una traza de maná iba desde ellos hasta los perdidos que los estaban atacando a rango. Era casi imposible de ver desde fuera, pero todos allí conocían el método para observar los distintos colores del maná.

Algunos objetivos recibieron demasiada atención, y otros poca o ninguna. Las de color más claro fueron las primeras en cambiar, y luego lo hicieron colores cada vez más oscuros. Hasta que todos sus blancos estuvieron repartidos equitativamente, o ignorados completamente.

–¡Pelotón rojo! ¡Abrid!

–¡Pelotón azul! ¡Abrid!

–¡Pelotón verde! ¡Abrid!

–...

Una tras otra, las órdenes se sucedieron, aunque no exactamente a la vez. Los oficiales encargados esperaban a la mejor oportunidad entre los ataques de sus enemigos.

Las barreras que cubrían a los diferentes pelotones se abrieron sobre ellos en el momento indicado. Los magos establecieron pequeñas barreras para contener los hechizos y ataques enemigos. Aunque habían elegido el mejor momento, era casi imposible que no hubiera ningún ataque.

Los arqueros empezaron a disparar sus poderosas flechas. Estaban imbuidas con magia purificadora y de fuego, por parte de los magos. La purificadora sin duda era más eficiente, pero no había muchos que la dominaran, y la mayoría de lo que lo hacían ni siquiera eran guerreros. No obstante, sí podían imbuir su poder en los proyectiles.

Concentraron su poder en un número reducido de enemigos, y el resultado fue la práctica aniquilación de estos. Un 10% de los atacantes había perecido, y unos pocos más estaban gravemente heridos.

Las barreras se cerraron sobre ellos, mientras desprecintaban las siguientes flechas. De nuevo, eligieron a sus objetivos. De nuevo, se abrieron las barreras. De nuevo, una ráfaga de proyectiles cayó sobre los perdidos.

Seguían avanzando, eliminando enemigos, sin que estos pudieran reaccionar. La sombra que los dirigía se había marchado, así que sólo actuaban por el instinto de atacar a los vivos como fuera.



Pronto, la presión sobre los guardianes se redujo considerablemente. Habían sido eliminados casi todos los enemigos que se habían quedado cerca de la puerta, dispersos para evitar los ataques de la catapulta desde la fortaleza.

Los demás, habían ido a atacar la fortaleza, aunque la mayoría estaban volviendo, con la orden de atacar.

–¡Preparaos para el impacto!– se escuchó una voz.

Los escudos en el frente se proyectaron entonces hacia delante al unísono. Los seres corrompidos iban a embestirlos, sin importar si eran especialistas a rango o melé. Cierta sombra había tenido que organizarlos, pero se había ido antes de completar su tarea.

Como si de un enorme colchón se tratara, la proyección de los escudos fue cediendo a la vez que frenaba la carrera de los perdidos. Como era de esperar, aquello provocó un gran caos entre ellos, pues los de atrás chocaban con los de delante, lo que los frenaba, y pasaba entonces lo mismo con los de más atrás.

Algunos murieron aplastados entre sí, o atravesados por cuernos o colmillos. Aunque la mayoría sobrevivió. Habían perdido su inercia, pero no su obstinación por atacar a los vivos. Eran tanto órdenes como instintos.

–¡Magos, ataques de área! ¡Arqueros, identificad a los de rango y eliminarlos!– ordenó la voz.

Los magos utilizaron la misma táctica que los arqueros, marcando sus zonas de ataque. De esa forma, evitaban demasiados en una misma zona, o demasiado pocos en otras. No obstante, los primeros ataques se redujeron a un máximo de dos por zona. Querían comprobar el resultado de sus hechizos para optimizar el uso de maná.

Los arqueros también marcaban a sus enemigos en cuanto uno de ellos disparaba un proyectil o hechizo. Rara vez conseguía lanzar un segundo.

Las barreras sobre magos y arqueros se abrían y cerraban, mientras que magos especializados en defensa daban cuenta de los ataques entrantes cuando estaban abiertas.

Tras una segunda ronda de ataques, los perdidos frente a los escudos habían sido diezmados hasta casi quince metros hacia atrás. Sólo unos pocos habían sobrevivido en la zona intermedia.

–¡Cambio! ¡Avanzad!

Los escudos entonces se giraron, dejando cada uno al descubierto a dos guardianes. Uno sostenía el escudo. El otro, armado con alabarda o lanza, avanzaba para enfrentarse a los seres corrompidos supervivientes, muchos de ellos gravemente heridos.

No dudaron en utilizar sus hechizos y habilidades para eliminarlos con rapidez. Armados con una especie de ballestas mágicas, sus compañeros en segunda línea los apoyaban, acribillando a sus enemigos.

–¡Volved a formación!– se oyó la orden un poco después.

Los alarbaderos y lanceros retrocedieron junto a los escudos, y estos volvieron a girarse, bloqueando a los enemigos que se acercaban.

Los heridos fueron sustituidos para que pudieran curarlos. Los que habían gastado demasiado maná también, para que pudieran recuperarlo. El ejército al completo avanzó uniformemente unos metros, hasta volverse a encontrar con los perdidos.

–¡Magos, ataques de área! ¡Arqueros, identificad a los de rango y eliminarlos!– repitió la voz.

Regreso a Jorgaldur Tomo V: Reencuentro (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora