Emboscada (I)

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Warkmon estaba observando la batalla a través de una de las sombras. Los enemigos, el grupo de Guardianes del Norte, protegían hábilmente su posición. En principio, no tenían ninguna posibilidad, pero le preocupaba lo que estaban haciendo en la cueva.

Ya los había visto escaparse más de una vez, y su padre se temía lo mismo. De repente, le pareció vislumbrar algo luminoso, aunque no pudo distinguir exactamente el qué. Inesperadamente, la conexión con la sombra se cortó, devolviendo su consciencia a su cuerpo, sentado en la silla frente a su escritorio.

–¿Qué ha pasado?– se extrañó –No puede ser...

Intentó conectar de nuevo con la sombra, y luego con la compañera de ésta, sin éxito. Mientras lo intentaba, notó como la existencia de uno de sus hijos se desvanecía. No tuvo tiempo de reaccionar antes de que sucediera lo mismo con otros dos.

–¿¡Dalkja, qué está pasando!?– le preguntó a una de las supervivientes.

No obtuvo respuesta. Aunque estaba viva, era incapaz de responder, por mucho que insistiera con ella o con los otros. Dos más murieron en los siguientes instantes, y la misma vampiresa con quien quería contactar falleció poco después. Tan sólo un poco más tarde, ya no quedaba ninguno.

Se había quedado sin ojos y oídos en el campo de batalla, y no tenía ni idea de qué había sucedido. No había visto nada sospechoso en sus enemigos, y la única pista era un breve resplandor que no había logrado distinguir.

Tardó unos pocos segundos en reaccionar, en salir de su estupor. Aunque no quería, sabía lo qué debía hacer.

Padre, las sombras han muerto, y también mis hijos– contactó con Kan Golge.

–¿¡Cómo!? ¿¡Qué ha pasado!?– exigió saber éste, entre sorprendido y enfurecido.

–No lo sé. Los guardianes estaban luchando contra los perdidos. Sólo vi un resplandor desde la sombra que controlaba, y ésta desapareció. Ya no pude vincularme con ninguna de las dos, y mis hijos murieron casi al mismo tiempo. Ha sido un ataque coordinado y preciso– explicó el vampiro.

–¡Maldita sea!– maldijo su padre, antes de simplemente desconectar.

Warkmon se quedó sin saber muy bien qué hacer, y temiendo que la furia de su padre lo alcanzara. Sabía cómo podía llegar a ponerse cuando perdía los nervios, así que temía por su vida. Por suerte para él, aquello no sucedió. Sólo podía esperar, y seguir vigilando a las otras sombras.



–Hermana, mira– señaló el vampiro.

Su hermana, que volaba a su lado sobre su wívern, dirigió la mirada hacia donde señalaba el otro vampiro. Allí, podía verse la ladera de una montaña carente de vegetación. La cantidad de rocas acumuladas en la falda evidenciaba la avalancha que había sucedido horas atrás.

–¿Una avalancha? ¿No ha quedado ni uno de esos bichos vivos? Bueno, ya sabes qué quiero decir, muertos pero moviéndose– se extrañó ella.

Padre ha dicho que las dos sombras han muerto, así que no se habrían movido de su sitio si quedara alguno– dedujo él.

–A menos que estuvieran persiguiendo a los enemigos. Tampoco se ve rastro de ellos. Contacta con Padre, te toca– valoró ella, mientras sobrevolaban la zona.

Él quiso protestar, pero era cierto que le tocaba. A ninguno le gustaba darle malas noticias.

Padre, ni rastro de los enemigos o los corrompidos. Ha habido una avalancha, que los ha debido de enterrar– explicó a él.

–¿A todos?– se extrañó Kan Golge.

–No sé ve ni rastro de ninguno...– explicó él, cuando su hermana interrumpió.

–¡Allí! ¡Supervivientes! ¡Vamos!– apremió su hermana.

–¡Padre, hemos avistado cuatro supervivientes! Están heridos, dos no se sostienen en pie. Entre nosotros y las monturas daremos cuenta de ellos. Intentaremos cogerlos vivos e interrogarlos– informó el vampiro.

–¿Supervivientes? Hay algo extraño. Aunque hubiera una avalancha, no tiene sentido que no quede ningún perdido. Al menos los voladores, y los que estuvieran más alejados. No tiene sentido...– pensó Kan Golge.

No podía entender la situación, y menos si sólo habían quedado unos pocos enemigos supervivientes. Solamente se le ocurría una posibilidad.

–¡Esperad! ¡Puede ser una trampa!– avisó a sus hijos.



–Ya vienen, los han visto– avisó Goldmi, tensando su arco de nuevo.

Tenía varias flechas Retenidas, preparadas para ser lanzadas en un único ataque demoledor. Varios magos y arqueros de los guardianes también estaban preparados, así como cierta ave albina.

Los vampiros descendieron rápidamente hacia los cuatro guardianes que hacían de cebo. Sin embargo, a medio camino, frenaron el descenso, cambiando de dirección.

–¿Se han dado cuenta?– maldijo Gjaki.

–¡Atacad!– ordenó Menxolor. Si esperaban más, sus enemigos se alejarían.

Gjaki desinvocó Protección de las Sombras. Decenas de ataques de maná brillaron en su viaje en pos de sus enemigos, seguidos por las flechas que apuntaban a las alas de los wíverns.

Los escudos protectores de los vampiros y sus monturas no estaban preparados para afrontar tal potencia de ataque. Quizás, si estuvieran a plena velocidad, hubieran tenido la posibilidad de esquivar algunos. Por desgracia para ellos, se habían frenado para volver a ascender.

Aun así, eran vampiros poderosos y experimentados. Además, los ataques tenían que atravesar una larga distancia, por lo que se iban debilitando por el camino. Combinaron su maná, creando una entrelazada protección adicional.

Los wíverns y sus jinetes se vieron empujados por la fuerza de las explosiones, que resquebrajaron incluso el nuevo escudo. Las flechas que siguieron acabaron de atravesarlo. Estaba debilitado por el ataque anterior, y diseñado para proteger contra ataques mágicos, no físicos.

Los proyectiles se clavaron en los poderosos reptiles alados, tanto en sus cuerpos como en sus alas. Eran suficientes para entorpecer sus movimientos e ir drenando su vitalidad, pero aún podían volar. Movieron sus alas para ascender, antes de que sus enemigos pudieran volver a atacar.

Lo que no sabían era que alguien había estado esperando. Goldmi liberó entonces todas las flechas Retenidas. Las físicas llevaban Flecha Penetrante, Acelarar y Toque de Viento. Había invertido una gran cantidad de su maná y energía restantes, aunque todavía tenía suficiente para poderlas dirigirlas con Disparo Curvo si sus enemigos cambiaban de dirección.

Todas las flechas se dirigieron hacia uno de los reptiles alados, concretamente, hacia una de las alas. La vampiresa que lo montaba intentó repeler el veloz ataque, pero su nuevo e improvisado escudo de maná fue destrozado antes de acabar de formarse.

La ayuda de su hermano, intentando desviar los proyectiles, lo logró con unos pocos, pero había demasiados. La membrana y parte de las articulaciones del ala del Wívern quedaron destrozadas, perdiendo éste el control del vuelo.

Regreso a Jorgaldur Tomo V: Reencuentro (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora