Destinada a sobrevivir.
Destinada a luchar.
Destinados a protegerse.
Geralt de Rivia, conocido por muchos nombres, pero por todo el mundo como Brujo (witcher), un mutante creado para matar monstruos a cambio de unas monedas.
Su vida solitaria...
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Llevaba demasiado tiempo en el mismo lugar.
Pero no tenía dinero suficiente para permitirme seguir moviéndome.
Había intentado realizar algunas misiones de Brujo, pero llamaba demasiado la atención como para pasar desapercibida.
Tampoco es como si hubiera mucho trabajo para poder elegir.
Había dormido un par de noches en el bosque, pero estaba demasiado expuesta.
Necesitaba poder pagar un par de noches más de posada, pero mis monedas comenzaban a escasear.
En estos setenta años, había aprendido a nunca dejar de moverme.
Lo único que dejaba atrás eran leyendas, de muestras de poder y batallas ganadas.
Un secreto a voces, pero suficiente para que, cuando llegaran a oídos de mis enemigos, yo ya me habría esfumado y su temor por mí nunca dejaría de perseguirlos.
Para poder viajar sin usar portales que dejen rastro se necesita dinero, y comenzaba a echarlo en falta.
Sin contar que mi suministro de pociones de Brujo estaba bajo mínimos, y aunque no me pagaran por matarlas, las Bestias no dejaban de atacar.
A veces era mejor no usar el Caos para luchar contra frutos del Caos.
Me dirigí al mago boticario de Oxenfurt para, con las monedas que me quedaban, conseguir los ingredientes alquímicos que me faltaban para las pociones. Dormiría una noche más a la intemperie, pero tal vez conseguiría la cabeza de alguna bestia para vender como trofeo a algún noble cobarde pero con muchas ganas de fardar.
Los huesudos dedos mueven las monedas una y otra vez sobre la mesa mientras cuenta.
-Me parece que te has quedado corta...- Señala con mal disimulada satisfacción.
-No me he quedado corta en la vida.- Respondo cortante.- Cuéntalo otra vez.
-Los tiempos cambian, querida. Y también mis precios. Mis servicios cada vez son más demandados.- Su voz es tan pegajosa como la película de porquería que cubre los dientes que le quedan.
-Qué decepción para tus clientes entonces cuando lleguen a buscarte y encuentren solo tu coronilla carbonizada.- Siseo entre dientes, cabreada ante el robo flagrante.
-Tu serás la primera decepcionada.- Sonríe irónico. Pongo los ojos en blanco y comienzo a mirar las estanterías.- ¿No es maravillosa la vida que hemos elegido? Sin estar sujetos a las normas de la Hermandad.
