Destinada a sobrevivir.
Destinada a luchar.
Destinados a protegerse.
Geralt de Rivia, conocido por muchos nombres, pero por todo el mundo como Brujo (witcher), un mutante creado para matar monstruos a cambio de unas monedas.
Su vida solitaria...
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La estancia está llena de hierbas mágicas y elementos alquímicos, con matraces, probetas y decantadores. Huele a azufre por los restos de magia del ambiente.
Al final de ella, sobre un sillón ricamente ornamentado, se encuentra sentada la hechicera. Su cara se esconde bajo un antifaz negro de intrincado encaje, pero aun así, puede vislumbrarse la belleza y el poder que emana.
Sus curvas resaltan con un vestido negro, encorsetado con cintas que hacen de mangas desde el cuello y muestran un tentador escote. El negro contrasta con su piel pálida y su cabello sorprendentemente blanco, como el mío propio. Sus labios carnosos pintados de rojo sangre podrían hambriento a cualquiera que tenga ojos.
Mierda. Tenía que tener cuidado. El diablo podía esconderse bajo un rostro hermoso.
Jaskier, todavía menos inmune que yo a sus encantos, ha dejado de respirar y sólo la mira boquiabierto. Puedo escuchar su corazón acelerarse y su sangre calentarse.
Lo suelto en el suelo, apoyado en unos cojines.
-Quédate ahí.- Ordeno. Sus sonidos de protesta se silencian a medida que me voy acercando a la mujer, que no aparta los ojos de mí.
Cuando llego frente a ella y puedo verla completamente de cerca, tengo que luchar para no abrir la boca y jadear.
Me recuerda tanto a Ciri que el recuerdo es como un ramalazo que me deja sin aliento. Me resulta tan familiar... aunque no me olvidaría de ella si la hubiese conocido en este medio siglo desde que salí de Kaer Morhen.
Cuando veo sus ojos que me atraviesan, tengo que obligarme a no dejar que el ramalazo de corriente que me atraviesa me ponga sobre una rodilla.
Juro que aquella niña de mi infancia tenía los ojos más verdes que había visto nunca. Y esta mujer... Tenía el mismo poder en sus ojos violetas.
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