VII- La mujer del bosque

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Me despierto gritando una negación, saltando de golpe

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Me despierto gritando una negación, saltando de golpe. No hay ardor, no hay dolor, no hay cansancio.


El bosque donde pensé que moriría no parece tan tenebroso a la luz del día.

No hay cadáveres a la vista, por lo que no sé si Sardinilla me ha movido, aunque no recuerdo haber conseguido montar en ella.

Me aparto del tronco sobre el que estaba apoyado, sobre el que tampoco recuerdo descansar, y me levanto, una leve cojera, nada que no arregle un par de horas.


Miro a mi alrededor, mareado e inquieto con el sueño tan vívido que he tenido. Busco cualquier rastro de ella, de Ailith, pero las únicas señales de vida son las mías y las de Sardinilla.

Las últimas palabras se repiten en mi cabeza como si no fueran producto de mi propia imaginación.

Como si mi mente, en medio del delirio febril, no se hubiera inventado también que Ailith me curó y salvó.


El dolor de la pérdida me azota, y tengo que apretar los dientes para no llorar ante el desasosiego. Ante la infinita pesadumbre de saber que, de nuevo, tenía que sobrevivir en un mundo en el que ella no existía.


Me levanto con el aire quemando en mi pecho, y tengo que apretar mi antebrazo en el tórax para mantener los pedazos juntos.

No había conseguido salvarla, pero no dejaría que sus restos fuesen pasto de los alghuls u otros espectros cadavéricos. Le daría su merecido descanso, un final digno de un Brujo extraordinario muerto en batalla.


Caminaría centímetro a centímetro todo este bosque, al que no veía fin, si era necesario para encontrar su cuerpo y despedirlo en un funeral apropiado. A la luz del día, sin peligro de alghuls y compañía. El cielo estaba encapotado y tormentoso, pero tal vez tendríamos suerte y conseguiría un tímido rayo de sol para ver su rostro por última vez.


La hojarasca cruje bajo mis botas. Entre las tupidas copas de los árboles y el cielo gris nebuloso no parecía día.

Me extraño de lo que estoy tardando en encontrar el desolado panorama del campo de refugiados riviadanos, tanto, que me pregunto si me habré desorientado al haber recorrido el camino inconsciente.


Comienzo a plantearme intranquilo si conseguiré encontrar sus restos o si tampoco podré cumplir esa mísera promesa. Si tal vez el destino que nos unía era simplemente decepcionarla, una y otra vez.


Cuando miro al suelo y decido darme la vuelta y volver hacia la montura, escucho unos pasos sobre la hojarasca.


Me volteo, sorprendido, y tengo ganas de pellizcarme cuando me parece estar viendo una visión.


Entre los árboles, la encuentro, a Ailith, sana y salva, mirándome con la misma sorpresa y los brazos cargados de fruta.

El sol se ilumina a su espalda, y me siento como si saliera a la luz del día por vez primera, después de vivir años en la oscuridad.


Comienzo a cojear a su encuentro, sintiendo las piernas débiles y temblorosas por la emoción.

Ella sonríe, deja caer la fruta de su regazo y comienza a correr hacia mí. Y yo corro hacia ella, aproximándonos al otro más y más rápido.

Cuando no nos separan más que unos pasos, me detengo para no chocar contra ella, y sólo abro los brazos, de forma inconsciente.

Ya espero su rechazo, pero, para mi sorpresa, se refugia entre ellos abrazando mi tórax con fuerza. Con tanta fuerza que a un humano podría haberle roto las costillas.

Conmocionado todavía por todo lo acontecido, envuelvo mis brazos alrededor de su cuerpo con lentitud y suavidad y la abrazo, fuerte, contra mi pecho.

Como he querido hacer durante tantos años.


Apoyo la mejilla sobre su coronilla y aspiro el aroma a jazmín y azahar que me persigue en sueños. Está aquí, conmigo.

Vine a salvarla y ella me salvó a mí. Como siempre.


-Aquellos unidos por el destino, están destinados a encontrarse.- Murmuro, mis labios contra su pelo.


No fue un sueño, fue un presagio.

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THE WITCHESS //  The Witcher fanficDonde viven las historias. Descúbrelo ahora