Destinada a sobrevivir.
Destinada a luchar.
Destinados a protegerse.
Geralt de Rivia, conocido por muchos nombres, pero por todo el mundo como Brujo (witcher), un mutante creado para matar monstruos a cambio de unas monedas.
Su vida solitaria...
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Miro con regocijo a un pálido Stregobor, mientras me comunico mentalmente con él.
-Parece que no te has dado cuenta todavía: pero te voy a encontrar, tarde o temprano. Y cuando lo haga, no va a ser bonito.
Con un ligero movimiento, rompo los cuellos de los soldados que continuaban luchando contra Geralt. Ensangrentada y con el vestido roto por todas partes, devuelvo la espada a mi espalda y me pongo en guardia.
Vilgefortz arroja su sable con una precisión milimétrica contra mi cabeza. Contraataco parándolo en el aire. El arma tiembla, luchando contra la magia, pero consigo lanzarla lejos.
Paro el ataque de los tres magos, no sin esfuerzo, pero consigo retenerlo e incluso intento contraatacar con el mío, en una lucha de poder.
El Caos comienza a arder en mis venas y abro mi garganta para soltar El Grito.
Los cimientos del palacio comienzan a temblar, los cristales a romperse y un viento huracanado se forma a mi alrededor. Los esfuerzos de mis enemigos cambian del ataque a la defensa, siendo arrastrados por el tornado hacia la pared.
Los muebles reales se lanzan contra ellos, magullándolos muchos antes de que puedan lanzarlos fuera.
Como cobardes que son, abren sendos portales cada uno y desaparecen.
Me callo, agotada, pero sé que la tregua no durará mucho tiempo. Hemos ganado por poco, y no tardarán en llegar refuerzos.
Hago una revisión de los daños, pues todavía no he conseguido controlar El Grito para que no provoque daños colaterales.
Aunque ensangrentados y magullados, los humanos parecen estar bien. Miro a Geralt para comprobar que no está herido, pero sólo me mira boquiabierto, todo despeinado.
El darle miedo es una emoción para la que no estoy preparada, y salgo corriendo al jardín para irme.
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