Mío

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—¡Muévete! —Escuchaste su grito antes de verlo. Él era rápido, muy rápido. Los llantos de las personas que estaban a tu alrededor llenaban el aire. Insegura de que otra cosa podías hacer, te aferraste al borde del acantilado, esperando que él pudiera llegar a tiempo. Estabas petrificada, no había otra palabra para describirlo. Este era el fin, tú fin. Casi llorando, estabas tentada a alcanzar la cruz que colgaba de tu cuello. Si ibas a morir preferirías tener algo de tranquilidad antes de hacerlo.

—¡Dame tu mano! —Gritó la mancha.

—¡No puedo! —Gritaste—. ¡Caeré!

—Escúchame —su tono voz bajó—, dame tu mano, te prometo que estarás bien.

El sonido de su voz calmante te tranquilizo y te diste cuenta de que no tenías otra opción, tenías que soltar el borde. Te sostuviste con los ojos cerrados y respiraste profundamente. Murmuraste una oración en voz baja antes de soltar el acantilado. En cuestión de segundos te estaban elevando.

—¿Qué te dije? —Sonrió mientras corría entre las hordas de personas contigo aun en sus brazos.

—G-Gracias —tartamudeaste. Tu voz temblaba por tu experiencia cercana a la muerte.

—¿Cuál es tu nombre? —Pregunto, situándote en el suelo.

Mascullaste tu nombre y él sonrió. —Gusto en conocerte, soy Pietro.

Te quedaste mirándolo por un segundo, hipnotizada por sus ojos color azul eléctrico. Había algo calmante acerca de ellos—acerca de él. La sonrisa de oreja a oreja seguía plasmada en su cara y no podías evitar sonreírle de vuelta




—¡Pietro, no! —Exclamaste cuando tomo tu diario de la mesita de noche. No podías creer que el tonto que estaba frente a ti fuera tu mejor amigo.

—Como tu amigo más cercano y como el hombre que salvo tu vida creo que tengo permitido tener, ¿cómo dices? Privilegios.

Trataste de quitárselo, pero salió disparado hacia el otro lado de la habitación.

—¡No! —Resoplaste—. Eso no te da privilegios.

—Sabes que voy a leerlo de todas maneras, ¿no? —Colgó el diario frente a tu cara.

Irritada, te tiraste en tu cama. Había cosas que tu definitivamente no querías que él supiera, especialmente cosas que le conciernen.

—Como sea —resoplaste.

Pietro frunció el ceño. —Hey —camino hacia a ti—, ¿estas enojada?

—No —dijiste sin expresión alguna—. Definitivamente no estoy enojada con que quieras invadir mi privacidad.

Él dejo el diario en la mesita de noche antes de acostarse junto a ti.

—Lo siento —dijo, poniendo detrás de tu oreja un mechón de cabello que había caído en tu cara.

—Está bien —suspiraste—. Es solo que hay cosas ahí que no quiero que nadie sepa.

—¿Ni siquiera yo? —Pregunto, su acento sokoviano te hizo sonreír un poco.

—Ni siquiera tú —repetiste.

—Si no lo supiera mejor, daría que estás hablando cosas malas sobre mí.

—Diría —lo corregiste—. Te refieres a decir.

—Ah, sí, diría —se mofo—. Probablemente quejándote de lo mal que es mi español, ¿no?

Lo empujaste. —No digas eso.

—¿Secretamente me odias? ¿Es eso? —Bromeó.

—Definitivamente no te odio. De hecho, creo que nunca podría —suspiraste.

—¿Por qué? —Pregunto, el humor de la habitación de repente cambió.

Tus manos empezaron a ponerse húmedas. Era una simple pregunta y deseabas poder contestarla.

—P-Porque salvaste mi vida, te debo mucho. No sé cómo podré algún día pagártelo.

Pietro mordió su labio. —Puedo pensar en una cosa.

—¿Si? —Te mofaste—. ¿Qué podría hacer que sea tan grande e importante como salvar mi vida?

Pietro sonrió y de repente temiste por tu vida.

—Podrías corresponderme si te besara ahora mismo.

—¿Qué? —Tu garganta se secó. Estabas segura de que no habías escuchado bien.

—No sé exactamente como expresar mis sentimientos —admitió—. Pero me gustas, me gustas mucho —su mano busco la tuya, intentando entrelazar sus dedos con los tuyos; uno no cambia como él lo hizo.

La única palabra para describir lo que estabas sintiendo: aturdimiento.

—Pietro —exhalaste

—¿Da¹? —Dijo, solo a unos milímetros de tu cara.

—Definitivamente te correspondería si me besaras ahora mismo.

Una sonrisa apareció en su cara.

—Bueno —dejo un casto beso en tus labios—, es un trato hecho ¿no?

—¿Puedes callarte y hacerlo? —Te quejaste.

Pietro respondió al instante, guiando tu cabeza hacia la suya y te besaba gentilmente. Las cosas fueron lentas hasta que sus manos estuvieron en todas partes —en tu cabello, en tu cintura, en tu cuello— la sensación de sus labios agrietados contra los tuyos fue una sensación extrañamente acogedora.

Gimió en cuanto acariciaste su cabello. Tus movimientos eran frenéticos. Esto era algo que habías estado esperando desde que te rescato del borde de aquel acantilado. Él era en lo que más te pasabas pensando la mayoría de los días, el chico sokoviano con el cabello plateado y ojos color azul eléctrico.

Él te estaba besando ferozmente, era muy difícil de creer que ese era el mismo Pietro con el que pasabas la mayoría de tus días. Tu aliento salió de forma irregular cuando repentinamente Pietro se encamino hacia tu cuello.

—Sabes... —susurro contra la piel sensible.

—¿Mhm? —Soltaste en respuesta.

—No deberías dejar tus cosas regadas por ahí.

—¿Qué? —Preguntaste, agarrando su cabello aún más mientras mordisqueaba tu piel.

—Tu diario —hablo de nuevo—. Lo leí el otro día.

—¡¿Qué?! —Jadeaste, separándolo de ti.

Te miró con un deleite extraño y una sonrisa creció en sus labios.

—¿Qué? —Rio—. ¿No viste eso venir?

Te querías lanzar por la ventana de un décimo piso, pero él era tan condenadamente hermoso que no podías. Así que en cambio tiraste de él atrayéndolo hacia a ti, presionando tus labios contra los de él, murmurando que lo odiabas.

El sonido de su radio lo sacudió lejos de ti.

—Contesta —le incitaste, notando que lo estaba ignorando.

—No —negó con la cabeza—, no me importa meterme en problemas si eso significa que podré quedarme aquí contigo.

—Pietro —gemiste—, me encantaría que te quedaras, pero el deber llama y tú, mi héroe, necesitas salir y salvar vidas.

—¿Si? —Levanto una ceja—. ¿Y si salvo a una hermosa chica que cuelga de un acantilado y ella no me quiere dejar ir?

Le sonreíste a su referencia.

—Entonces me aseguraré de hacerle saber que eres mío.




¹Sí.

Imaginas | Pietro Maximoff/QuicksilverDonde viven las historias. Descúbrelo ahora